Mr. Darwin en el Plata

CHARLES toma las notas del día, mientras CHIMANGO matea con el pie vendado sobre una silla.

CHARLES - Los grandes mamíferos no necesitan una vegetación abundante. Los geólogos se equivocan al pensar así. Es así, sin embargo, en La India, pero no en África. Allí las manadas de grandes mamíferos se mueven entre arbustos y pastos.

CHIMANGO - ¿Y cómo puede usted saber eso? ¿Acaso ha estado en la India?

CHARLES - No, no he estado. Pero recibo cartas de colegas y he leído libros de naturalistas que sí han ido.

CHIMANGO - Usted se fía de cualquiera, Carlos. Es usted muy joven y no conoce la vida. Le dicen que si en la India tal o cual y ustéd se lo cree sin más. Me preocupa usted...

CHARLES - Si le sirve de algo, en África sí estuve. Hicimos una parada cerca de Ciudad del Cabo en el viaje desde Europa.

CHIMANGO - ¿Ciudad del Cabo? ¿Y eso dónde es?

CHARLES - Al sur del continente.

CHIMANGO - ¿Y es alli donde vio a los elefantes gigantes?

CHARLES - Sí. Los equivalentes de los de aquí.

CHIMANGO - No vuelva con eso, Carlos, o va a conseguir que, definitivamente, nadie le tome en serio.

CHARLES - Usted mismo vio los fósiles.

CHIMANGO - Sí, pero yo no entiendo y vete tú a saber...

CHARLES - Hoy durante la excursión pasó algo. Las carranchas le robaron a Usborne la brújula.

CHIMANGO - Jajaja... Malditos bichos. Ladrones y carroñeros...

CHARLES - Son unos seres muy interesantes...

CHIMANGO - ¿Interesantes? Sólo saben robar y roer los huesos de otros animales...

CHARLES - Sí... pero son muy curiosas sus variedades. Son muchas, con pequeñas diferencias entre sí, y no pueden cruzarse. Al igual que las calandrias. Además estas tienen un canto muy hermoso. Al atardecer suelen posarse a la orillla...

CHIMANGO - Al atardecer roban la cecina colgada de las ventanas. No me hable. Yo las he visto llevarse pedazos de carne más grandes que ellas entre las patas. 

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CHARLES y el GAUCHO FONTANA están frente a una laguna salina que se extiende hasta donde se pierde la vista. Tiene vivos colores, y franjas de tierra fina y musgo... un paisaje de fantasía, misterioso, inquietante.
CHARLES - Es un hermoso lugar.

GAUCHO FONTANA - Si que lo es, señor. Ahora está lindo, hay agua y movimiento. En dos meses sólo quedará sal. ¿Ve esos gusanos? Están en la madre de la sal. Cuando hay agua, aparecen esos otros pedazos blancos, que son los padres, y nace la gusanera. Y a la gusanera viene el pájaro.

CHARLES - Es un buen modo de explicarlo. Pero ¿qué pasa cuando falta el agua?

GAUCHO FONTANA - Todo muere. Desaparece la madre, el padre, la gusanera y los pobres pájaros van de un lado a otro, muertos de miedo y cansancio, como borrachos. Y se mueren, los pobres. Es triste verlos...

CHARLES - Pero, ¿sabe? Este lugar es la demostración de que la vida está presente en los lugares menos favorecidos.

GAUCHO FONTANA - Y que lo diga...

CHARLES - Pero hay casos más raros: lagos en el interior de montañas tienen vida, en las fuentes de agua caliente del norte, en las profundidades del océano, en las capas más altas de la atmósfera... hasta entre la nieve perpetua de las montañas más altas.

GAUCHO FONTANA - Está bueno eso que dice, inglés. A mí me consuela pensarlo a veces. Cuando han pasado muchos días sin ver a nadie, me pongo a hablar con los bichos. Siempre me siento acompañado. Algo se oye siempre, y sé que están ahí... aunque puede que sea un indio, y entonces no está tan bueno.

CHARLES - Entiendo. Ayer vimos la posta.
GAUCHO FONTANA - Fue terrible. Hace dos meses. No han vuelto desde entonces.

CHARLES - ¿Y Rosas?

GAUCHO FONTANA - Tampoco volvió... Por suerte. Prefiero a los indios.

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CHARLES - 11 de agosto. Voy en compañía de cinco gauchos y de Míster Harris. Por todas partes el paisaje ofrece el mismo aspecto estéril; un suelo árido y pedregoso soporta apenas algunas matas de hierba marchita, y acá y allá algunos matorrales espinosos.

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En el centro un algarrobo achaparrado y espinoso. De sus ramas cuelgan ofrendas pendentes de un hilo: cigarrillos, pedazos de pan y de carne, retales de tela, etc... Parece un extraño árbol de navidad despojado. Junto a la base hay un esueleto de caballo reseco.

CHIMANGO - Es para el padre Walleechu. Tenemos que parar, Carlos.

CHARLES - Perfecto. Hoy estoy más agotado que de costumbre.

CHIMANGO - Pues saque el poncho y nosotros armamos.

CHIMANGO enciende un cigarro que lleva escondido entre sus ropas y fuma hacia el árbol, como si lo estuviera masajeando con el humo.

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CHARLES - Parecían bandidos. Un cacique prisionero traicionó a sus hermanos, indicando la dirección por la que habían huido. El español que comandaba al grupo era un hombre muy inteligente. Me contó su última batalla. Habían atacado a un grupo de indios -unos doscientos-, de los cuales sólo sobrevivieron cinco, que fueron sometidos a torturas. A través de esos cinco guerreros siguen el rastro al siguiente grupo de indios. Cuando comprueban que la información es correcta, los ejecutan. Es un trabajo de limpieza total. No sobreviven mujeres ni niños.

TENIENTE - Tienen muchos hijos, estos puercos.

CHARLES - El español dice que, cuando van a ser apresados, los indios son muy duros peleando. A uno de sus hombres le arrancó un dedo de un mordisco uno de ellos, y no soltó su presa hasta que perdió un ojo. La lucha es brutal en estas tierras. Los soldados no parecen tales. Más bien, bandas de asesinos.

TENIENTE - A veces perdonamos a los niños. Los que vemos obedientes. Los llevamos a la sigueinte ciudad y los vendemos. A veces hacen buenos criados. Entonces comen bien y se hacen de las casas. A veces hay que matarlos, porque siguen queriendo escapar o se vuelven perezosos o violentos. Yo creo que no hay remedio, que hay que matarlos a todos, pero la paga llega siempre tarde o no llega, y algo hay que vender, y ya no les va quedando nada. Antes sí. Hace dos años era fácil encontrar cueros e incluso plata y oro. Pero ya no son nada. Son fantasmas perdidos en el desierto, huyendo. Algunos dan la vuelta y se vienen a nosotros, como si quisieran que los matáramos rápido. Esos son los peores, porque van a cambiar la vida. La suya por alguna nuestra. Entonces son como demonios.

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TENIENTE - Hace tiempo detectamos que están planeando una alianza. Hace una semana agarramos a tres mensajeros. Eran tres buenos guerreros, de más de seis pies de alto. Venían de muy lejos. Ninguno de los soldados había visto nunca indios así. Los fusilamos uno a uno. Ninguno de los tres quiso hablar ni decirnos dónde se iban a reunir. Sabíamos que es para la parte de Junín. Pero el general Rosas ha dicho que paremos. Estamos todávía en septiembre. Dice que tenemos que ir barriéndolos de la llanura, para que ellos sólos se junten. Cuando llegue el verano no podrán ir de aquí para allá. El agua es poca y sabemos dónde está. En verano será sencillo encontrarlos en grandes manadas, y acabar con ellos. Así tres años seguidos. Esto de ahora es sólo la preparación. Lo gordo viene en verano.

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CHARLES - El general Rosas es un hombre muy admirado por su tropa.

SOLDADO - Es el más grande capitán que tuvo nunca ningún ejército.

CHARLES - Firmó un tratado con los tehuelches para que defiendan la línea del Río Negro.

SOLDADO - Si no lo hacen, serán ellos los primeros en caer. Si se encuentra a algún grupo del norte por debajo de la línea que defiendes los tehuelches será considerado traición, y morirán los prisioneros y todos ellos serán aplastados.

CHARLES - Las tribus de la parte oriental son también aliadas del general.

SOLDADO - Y pone a los indios a la vanguardia. Y así van muriendo, y no hay peligro de que se junten y den problemas.

CHARLES - Rosas parece un hombre de talento.

SOLDADO - ¡Viva Rosas!

CHARLES - Parece que su guerra de exterminio está dando resultado. Ya apenas quedan poblados indios. Todos los grupos se han vuelto nómadas, y vagan por la llanura, intentando esconderse en la inmensidad. Pero llega el verano y Rosas va llegando a los manantiales, a los pozos, a los lagos... y va limpiando la llanura...

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TENIENTE - No lo esperaban. Cuando llegamos a Cholechel estaban acampados tranquilamente desde hacía semanas. Sus vigías ya no hacen bien el trabajo. Hambrientos, aislados y lejos de sus lugares de origen, no son capaces de adelantarse a la llegada de una división de quinientos hombres. Entramos en el poblado y lo prendimos fuego. Eran pocos, poco más de cien. De pronto vimos salir al caudillo con un niño bajo el brazo. Empezamos a disparar, pero el viejo se lanzó sobre la grupa de un caballo blanco al que hablaba a la oreja. Se sujetó a la grupa con una sola pierna, mientras su cuerpo colgaba del lado contrario. Mientras tanto sujetaba a su hijo. Y así escapó. Lo perseguimos durante tres horas. Yo cambié dos veces de montura, pero aquel caballo no parecía cansarse, y el viejo y el niño terminaron por perderse de nuestra vista.

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CHARLES - He cabalgado dos días. La llanura desde Bahía Blanca es monótona, y me sumerge en un estado de paz extraña. He conseguido un guía a última hora. Es una zona insegura. Al fin llegamos a Cerro Ventana. Me acompañan dos soldados de la guarnición de la posta al pie de la pequeña montaña.

SOLDADO 1 - Subimos la escarpada pendiente.

SOLDADO 2 - Llegamos a un pico.

CHARLES - Paramos, helados. Frente a nosotros un valle plano lleno de hierba. Es un paso entre las montañas.

SOLDADO 1 - ¿Carajo, qué es eso?

SOLDADO 2 - ¿Pasan por aquí los hijueputas?

CHARLES - Despacio, por favor. Si no, no los puedo entender.

SOLDADO 1 - ¡Indios, míster Dargüin!

SOLDADO 2 - Chssst. Mirá, allá, dos caballos.

SOLDADO 1 - Si nos enganchan ahora nos degüellan.

CHARLES - ¿Perdón?

SOLDADO 2 - Nada, señor Carlos, que vamos a seguir calladitos.

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Comentarios

  1. Jóse. Te escribe Juan Terranova, el que el otro día decía que era un poco vasco.
    Te dejo mi mail: juanterranova@gmail.com
    Te dejo un abrazo también.

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