La querella
Llego tarde. Me he enterado apenas dos horas antes a través de la Cadena Ser. Llamo a Amnistía de Argentina y de España, a la CTA, a Madres, a la Asociación de Memoria en Madrid, etc... Finalmente llamo a la propia redacción de nacional de la Ser y ellos me dan el teléfono de Abuelas, que es donde finalmente se producirá la reunión. Era elemental. Me voy corriendo a la parada de colectivo. El 151. Por el camino llamo a Yoska. Queda en ir para allá. Me bajo del bondi en Congreso y me agarro un taxi. Tránsito parado. No hay forma de llegar a la hora. Debería haber agarrado la bicicleta.
Llego a las cinco y cuarto de la tarde. Hace quince minutos que se ha iniciado la reunión. Es un salón en la planta baja de la sede de Abuelas de Plaza de Mayo. Está atestado de gente. Llego al umbral de la puerta. "... la CTA, el sindicato de trabajadores de la Mercedes Benz, actores españoles en Buenos Aires, que no sé si han venido..." "Sí, aquí estoy, llegando tarde, lo siento muchísimo..." Sonrisa colectiva. "Como siempre..." pienso yo. Desde la puerta puedo ver, de espaldas, a Carlos Slepoy, un poco más a la izquierda a Ricardo Huñis. A la derecha oigo la voz de Estella de Carlotto. Al fondo de la larga mesa está Beinusz Smukler. Al resto no los conozco. Se respira un ambiente solemne, emocionado, serio. Hay una enorme concentración en las palabras que cada uno va pronunciando. Hablan los abogados que han redactado la querella. Se han basado en los autos de Garzón, pero adaptándolos a las necesidades y dificultades que encontrarán en Argentina. Básicamente se afrontan los crímenes del franquismo entre el 17 de julio del 36 y el 15 de diciembre del 76. Me pregunto qué pasa el 15 de diciembre del 76. (Después me informo: ese día se vota en referéndum la Ley para la Reforma Política de Suárez y Torcuato Fernández Miranda. Esa ley, se supone que marca el fin del estado franquismo tal cual.) Hablan del necesario apoyo a Garzón y a la causa, y entonces empieza a pasar algo para lo que yo no estoy preparado.
Empiezan a hablar distintos representantes de organizaciones. Todos ellos tienen marcado acento argentino. Me doy cuenta rápidamente de que el único español que ha hecho la secundaria -la "clave" de León Felipe- en España soy yo. Cuando llega Yoska minutos después somos dos. Hablan las asociaciones gallegas, y explican que entre sus miembros hay muchos represaliados y víctimas. Lo mismo los sindicalistas y representantes sociales. Poco a poco va apareciendo un sentimiento de emoción. Y entonces empiezan a decirlo: "esto es un acto de justicia compartida, un modo de devolver a Garzón y a los españoles lo que hicieron por nosotros durante nuestros esfuerzos para terminar con la impunidad en nuestros países..." Y de pronto, cobro conciencia de con quién estoy compartiendo ese salón. La prisa y la urgencia de las últimas horas no me han dejado verlo. En esa sala está la gente que está llevando al banquillo a los militares de su dictadura, que contra todo pronóstico ha procesado a aquellos que asesinaron a sus compañeros, amigos, hermanos, hijos y nietos. Son gente tranquila, inteligente, educada. La emoción surge de una forma natural. Son muchos años de lucha. Saben de lo que hablan. Me doy cuenta de lo fuertes que son esas personas en sus conviccíones, de lo que han tenido que luchar para lograr sus enormes victorias democráticas. Me doy cuenta de que estoy temblando. Siento que me asaltan las lágrimas y me siento ridículo. Me gustaría explicarles lo importante que es eso para mí, para mi generación. No tengo ninguna relación familiar directa -creo- con ningún desaparecido ni muerto del franquismo, y sin embargo, siento que su herencia ha pesado sobre mí y los míos desde niño. En pequeñas cosas, en pequeños silencios, en mil rendiciones cotidianas que me exasperaban y entristecían. Y de pronto, ahí delante, hay un grupo de personas que lo entienden perfectamente, y que están dispuestas a luchar por la profundización democrática en mi país.
Entran en la aclaración de cuestiones administrativas. Puede sumarse cualquier organización o particular. Lo coordinan desde la Asociación de Abogados de Buenos Aires, creo. Dan el teléfono público para informarse: 4373 2062. Tomo nota todo lo deprisa que puedo. Están en Corrientes 1515, en el 2ºA. Dan el mail para posibles interesados en informar y ser informados: estudiobh@fibertel.com.ar. Termina la reunión y Yoska y yo nos vamos a tomar una cerveza. Informamos al resto de miembros de AEBA y esperamos que todo el mundo esté de acuerdo en sumarse como organización. Aún no tenemos todo cerrado. Hay que esperar. Además hace falta un acta de la asamblea extraordinaria en la que se decida el apoyo. También una copia de los estatutos y de la asamblea de elección de cargos. No es complicado, pero nos va a llevar algo de tiempo. Somos muchos, y estamos empezando, aún no tenemos un funcionamiento automático en la toma de decisiones ni en los procesos.
Ese día es el 9 de abril de 2010. Llego a casa agotado, confuso, nervioso.
Repaso parte de las cosas que he escuchado esa tarde. Pienso en la idea de democracia que se estaba enunciando. La democracia entraña a la justicia, y ésta a la memoria. No hay ningún anclaje en el pasado. El esclarecimiento de esos hechos tan tremebundos tiene consecuencias inmediatas en el presente y el futuro. Y el proceso que se abre requiere de la legitimidad social suficiente en España para que el tribunal argentino entienda que detrás de esa querella hay un país al cual sus órganos judiciales más altos no dan una respuesta adecuada a sus demandas. Las frases brillantes, afiladas, precisas y emocionantes salen casi siempre de los labios de Slepoy. Es un orador increíble. Su lenguaje es didáctico, sencillo, preciso, demoledor en el argumento. Los medios españoles lo buscan constantemente por eso: cada vez que aparece entrega titulares potentes que tienen detrás una argumentación jurídica muy bien trabada. Esa tarde ha dicho un par de cosas muy impactantes para mí: "la causa se tiene que llenar de pueblo" y "la Justicia Universal es un arma en manos del pueblo". Oír las palabras "justicia" y "pueblo" en la misma frase es bastante insólito para un español. Nadie se atreve públicamente a unirlas, porque inmediatamente sería tachado de demagogo y antisistema. La justicia española se ha convertido para la opinión pública en una extensión de los antiguos concilios cardenalicios: una reunión de teólogos malignos. El contacto con el pueblo es nulo, y nula la identificación, a excepción hecha, precisamente, de unos pocos jueces estrella como el propio Garzón.
Recuerdo también el comentario del delegado de Mercedes Benz, que explica cómo los trabajadores de la multinacional han estado presentes en las causas de Nüremberg, en las de los genocidios argentino y chileno, y que ahora van a estarlo en la causa del franquismo, dado que tienen víctimas entre los compañeros de la factoría de Vitoria y otras. Se había hablado brevemente de ello en la reunión, y me viene a la mente la brutal historia de cómo Franco tomó muy buena nota del muy rentable uso del trabajo esclavo de los derrotados en la guerra. En Alemania fueron muchas grandes empresas las beneficiarias. En España se construyó el Valle de los Caídos con ellos. Al pensarlo me doy cuenta de que desde hace unos años hay un montón de información que ha ido entrando en mi cerebro sin que yo haya hecho su procesado hasta sus últimas consecuencias. Se ha hablado esa tarde de los miles de niños secuestrados de sus padres y entregados a familias del régimen, de los ciento quince mil represaliados muertos, de los cincuenta mil fusilados. Se ha hablado de cómo España ha renunciado a lo necesario a cambio de lo "posible", y de cómo ese posibilismo ha estado siempre condicionado por los militares y las fuerzas económicas y sociales vencedoras en el 39 y herederas del status quo secular en España. Esas fuerzas siguen ahí, sin ninguna duda. El hecho de que el supremo haya aceptado la querella de Falange contraviniendo la mayor parte de los habituales trámites procedimentales es todo un síntoma.
Me viene a la mente un artículo de Paul Preston que leí hace tiempo, incluído en La República asediada, sobre el viaje de Luca de Tena y el Duque de Alba a Londres en el año 36. Creo que no es de Preston, que él sólo seleccionaba y editaba. No recuerdo bien. Ellos -el duque y el "periodista", entre otros muchos- financiaron la sublevación, ellos reventaron a la parte del país que les molestaba. Después, en los setenta, nadie se atrevió a molestarlos. Pienso en que a día de hoy siguen ahí, sus herederos directos y muchos otros. El grueso de la élite económica española no se mueve desde los años cuarenta-cincuenta, con los sucesivos retoques e inclusiones "modernizadoras" de los tecnócratas en los sesentas, ochentas y en el último acelerón de los dos mil. Pienso en la forma profunda en que el miedo al cambio político ha cuajado en la mentalidad española, que espera siempre a que los catalanes y los vascos rompan todos las costuras para aceptar la más mínima modificación. La vergonzosa ley electoral es un ejemplo. El control de la Iglesia en la educación y en regiones enteras -como Navarra- es otro. La falta de democracia interna en la mayor parte de las organizaciones civiles y estatales es otro. El autoritarismo en la vida cotidiana otro. La corrupción a pequeña y gran escala es otro. La ausencia de noción comunitaria en el trato del paisaje o de la naturaleza es otro. La falta de pudor en la manipulación de la realidad por parte de los medios y políticos es otro. El racismo subyacente es otro. El clasismo excluyente es otro. La mediocridad en la gestión y producción cultural es otro. La democracia española llevó -por cobardía y por la amenaza constante de los poderes fácticos- a la sociedad a vivir bajo formas sublimadas de miedo hasta extremos ridículos. Quizás estemos viviendo el fin del miedo. Quizás estos días se está muriendo la dictadura mental, la dictadura social.
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