Febrero de 1975


Son alrededor de las once de la mañana. Es la iglesia de Retuerto, un barrio del pueblo de Baracaldo, que era y es -aún más hoy- una extensión de la ciudad de Bilbao. El que me sujeta es mi tío Quinti, y la de la vela mi tía Mari Carmen. Obvio, es mi bautizo, y ellos, mis padrinos. A la izquierda, mi madre. En el centro, asomando la cabeza, mi tía Feli. A la derecha, mi padre, controlando la jugada, no le vayan a joder al niño, que parece ser había nacido hecho una piltrafa un par de semanas antes.  Creo que la nariz que aparece por la derecha es la de mi tío Gonzalo, el marido de Feli. De espaldas el cura y el monaguillo.
           Han pasado más de veinticinco años desde la foto anterior, la de mi madre y su hermana en el año 49. Esas dos niñas asustadas y llorosas se han convertido en dos mujerazas, y están compartiendo el bautizo de su segundo hijo y sobrino, respetivamente, con sus dos hermanos más jóvenes. Como casi todos viven en Madrid, no han podido ir todos, aunque les gustaría. Son muy tribales. Todos se han criado en el pueblo hasta la adolescencia, y después se han ido repartiendo por las ciudades. Pero van allí donde hay un nacimiento o uno de ellos o de sus crecientes familias tienen problemas. Practican oficios como asistentas, dependientes, vendedores, etc... Mi padre se ha marchado a Bilbao. En realidad iba con mi madre camino de Francia, pero se han quedado de camino, porque su hermano mayor vive allí. Hay trabajo. No pagan mal. Aprenden oficios. Mi padre se ha hecho metalúrgico y también trabajará en fábricas de gomas y pavimentos.
            Todos ellos están bien vestidos. Obviamente es su mejor ropa, la de fiesta, la propia de una celebración. Pero ya no pasan frío. Tienen cada uno su casa. Están empezando a pagarla. Aunque en ese momento son asalariados todos ellos están pensando en armar un negocio propio. Han descubierto lo que significa vivir en la ciudad, y les gusta. Tienen  acceso a buenos hospitales y médicos.  He crecido con el relato de los hospitales de esa época. Para ellos era increíble llegar con una libreta sanitaria y que tuvieran una sanidad de calidad, limpia y eficiente. En el pueblo jamás habían vista nada igual. Toda mi generación ha nacido en esos hospitales del tardo franquismo en el que las masas de emigrantes sentían que recibían algo a cambio de deslomarse y pagar impuestos. Esos hospitales eran, de algún modo, la prueba de que el trato "era justo".
           Con suerte dentro de poco van a poder comprar un coche. A veces, al pensar en los años de escasez de su infancia, les parece una pesadilla lejana. De hecho, lo jóvenes no han vivido esa escasez. Desde el principio de los años cincuenta la cosa se ha ido haciendo más soportable. Los más grandes han ido saliendo fuera a trabajar y mandan dinero. Los más pequeños tienen una infancia con más cuidados y menos trabajo.
            Franco sigue vivo. Desde hace dos años la economía está jodida, pero el régimen está subvencionando el precio de la gasolina y la inflación sigue más o menos estable. Desde hace dos años ha habido, también, una especie de retroceso político. ETA mató a Carrero Blanco, y a pesar de las sobreactuadas muestras de dolor oficial, la gente lo vive como el fin de algo, y no lo ve precisamente con desesperación. El dictador se está muriendo, todo el mundo lo sabe, pero nadie piensa ni habla demasiado de ello. El futuro está lleno de esperanza en esa generación de trabajadores que piensan que están siendo justamente retribuídos por sus esfuerzos. 
             Los siguientes cinco años van a ser complicados. La economía se va a desplomar. En Vizcaya, donde se ha hecho esa foto, el paro llegará cinco años después a cotas cercanas al veinticinco por ciento. Muchos de esos emigrantes castellanos que habían llegado en los últimos veinte años tendrán que marcharse. Los que habían llegado antes se quedarán, porque ya tienen hijos en la escuela y no hay promesas de seguridad en ninguna parte. Esos cinco años de desastre económico coincidirán, además, con la muerte de Franco y todo eso que se ha llamado "la transición". Para ellos será un derrumbe, y lo vivirán con bastante desconcierto. En general, entienden que se ha producido un proceso de aumento de la "libertad", pero no están del todo seguros de que eso sea especialmente bueno. Sobre todo porque al mismo tiempo que la libertad ETA, por ejemplo, está matando más de cien tipos al año. Cada dos o tres días hay un funeral. Es deprimente. Cada asesinato es una ficha más para la ultraderecha. La ceguera estratégica de ETA lleva a que en esos años pierda total y absolutamente el crédito que pudo tener entre el pueblo español en el 73, en el momento en el que volaron por los aires el coche del primer ministro y el país se llenó de sonrisas discretas y miradas de complicidad. 
               Ellos, los de esa foto, mi familia, lo que han vivido es que gran parte de lo que habían construído han tenido que volver a levantarlo, y nadie ha venido a ayudarles. Recuerdo los regalos de Reyes del año 81: eran muy pocos y pequeños, y recuerdo que mis padres me explicaron que ese año los reyes no habían podido traer muchas cosas, pero que todo sería mejor al año siguiente. Cumplieron su promesa.

Comentarios

  1. uno que pasaba por aquí...25 de agosto de 2010, 17:02

    Hola Jose!!!

    Al final del comentario sabrás quien soy.
    Me parece increible poder estar de acuerdo contigo,en lo referente a ésta entrada. Cosas de la vida...jajajaja

    Borja.

    PD; a juzgar por la foto, te conservas bien, pero sigo siendo más guapo que tú...jajajaj:)

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