1949



Esta es la primera fotografía que tengo de mi madre. Está acompañada de su hermana menor. En total serían once, que irían naciendo durante los siguientes quince años. Superarían la infancia nueve. Ese porcentaje de mortalidad no era extraño en las famlilias de la España rural de los años cuarenta. A mí me parece una foto inquietante, extrañamente hermosa. Eran fotografías que se hacían en el pueblo una vez al año, en el colegio. Tras las dos niñas el mapa de España con el enorme crucifijo clavado encima. Se nota que acaban de peinarlas. En sus rostros hay miedo. y parece que acaban de llorar. Imagino que la situación sería rara y tensa para ellas. Probablemente no les habían hecho nunca una foto solas. Ambas recuerdan que les hicieron otras antes con otras personas, pero se han perdido. Están sujetando el mismo libro, que pertenecía a la escuela, y en el que leían y estudiaban otros muchos niños. A  pesar de estar dentro del aula llevan puestas sus chaquetas de lana. El invierno en  Avila es largo y muy frío. Probablemente esa ropa era lo mejor que tenían, porque mi abuela debía saber que ese día se harían la foto. Mi tía Feli lleva un pequeño lacito en el pelo que dudo mucho que llevara de forma habitual. Estaban siempre juntas. Ellas mismas cuentan cómo mi madre, la mayor, tenía que estar siempre pendiente de los desastres ocasionados por la pequeña, que era bastante trasto. 

        Al salir de la escuela estas niñas tenían que trabajar en casa. Mi abuelo tenía un bar, y además había que ayudar en las tareas del campo. Los niños desde que apenas podían andar e incluso antes acompañaban a sus madres en esos trabajos. En cuanto podían valerse por sí mismos se les hacían encargos como ir a por un burro o dar de comer a los cerdos. Sus juegos estaban integrados dentro de todo ese montón creciente de obligaciones. Era una infancia dura y divertida a un tiempo. Eran niños de campo, con un infinito espacio de juegos y unos padres demasiado ocupados para poder prestarles una atención demasiado controladora. La seguridad era absoluta. A nadie se le pasaba por la imaginación que a un niño le pudiera pasar algo que no estuviera relacionado con sus propias travesuras. La calle y la casa eran espacios exactamente igual de seguros.
              
               A mi madre, como era la mayor, le tocó sobre todo ayudar a mi abuela en la crianza de sus hermanos. Solían estudiar hasta los catorce o quince años, con suerte. En ese momento se empleaban como aprendices de algún oficio o se dedicaban sin más al campo. Todos ellos saben leer y escribir,. Lo que aprendieron después fue por propia inquietud. Estudiar era algo específico de aquellos a los que se consideraba especialmente dotados. Entonces los profesores los seleccionaban y los enviaban a algún otro lugar, bajo la protección de alguien. Pero eso sucedía si se daban un montón de circunstancias a la vez: un talento evidente, un profesor atento, contactos adecuados, etc...
            Ellas recuerdan que se pasaba hambre en el pueblo aún en esos días. Ellas tenían suerte. A mi abuelo no le iba del todo mal y podía alimentar a su creciente tropa. Hacía diez años que había terminado la guerra, pero eso a la gente le daba igual. Toda la infancia de esa generación es un período inacabable de escasez. Coincide con lo que los historiadores -y el propio régimen franquista- llamó la "autarquía". Aislamiento absoluto del país, con un sufrimiento de las clases populares insoportable hasta 1950 y aún más allá. La visión de esa generación, sobre todo de aquellos que vivieron esa década como niños rodeados de hambre y tristeza, es que el resto de su vida ha sido una mejoría constante. Han sido increíblemente trabajadores y disciplinados. Al morir Franco, en el 75, tenían más o menos la edad que tengo yo ahora, 35. Su vida había sido un camino desde el hambre hasta tener un trabajo, un pequeño negocio y la posibilidad de crecer socialmente y aspirar a cierto bienestar. Su optimismo durante la transición fue lo que permitió que el país aguantara, por ejemplo, las brutales reconversiones industriales de finales de los setenta y principios de los ochenta. En su memoria estaba esa infancia. Cualquier cosa era mejor. No era momento de poner palos en las ruedas de una historia que parecía favorecerles. Además, les habían enseñado que había gente más culta y "preparada" que ellos que podían y debían tomar decisiones. La venida de la democracia para ellos significaba refrendar aquello que dijeran los que eran considerados personas "cultas" y "preparadas". Confiaban en sus líderes mucho más que las clases urbanas, por ejemplo, que sí habían vivido desde finales de los cincuenta en un ambiente de creciente desprestigio del régimen. Para la gente que venía del campo ese proceso fue mucho más lento.

             Es un error juzgar superficialmente España sin tener ese dato biográfico y sociológico en mente. Esta foto a mí me explica muchas cosas de mi vida y de mi país. Explica, por ejemplo, de dónde se huye, y a dónde no se quiere volver. Explica lo que es el "disciplinamiento" de un pueblo. Explica lo que es el adoctrinamiento. Explica lo que es tener a generaciones de niños como rehenes de una versión de la historia. Esos niños son supervivientes, y lo fueron toda su vida, y lo siguen siendo hoy. Piensan y sienten como supervivientes. Sus decisiones y opiniones están emitidas desde ese lugar. La infancia marca, especialmente cuando ha sido así.  


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