2 de mayo de 2010 - Día de la Independencia

El dos de mayo no lo celebra ni dios. Hace dos años participé en un espectáculo terrible sobre los hechos del dos de mayo de 1808 en Madrid. Es todo lo suficientemente sórdido y estúpido como para olvidarlo con la necesaria celeridad. El dos de mayo es una festividad atroz, que implica el inicio de un victimismo español bastante patético. Este año me pilla lejos de Madrid. Menos mal. El dos de mayo me hace pensar en señoras vestidas de chulapas y en grupos de Facebook llenos de locos que no saben que están locos.

Este dos de mayo he comido pastel de choclo y atún. Era un bar muy bonito de Palermo al que me gusta ir. La comida no es buena, ni los camareros, ni el ambiente, pero sí la esquina. Me siento en la terraza, escribo y dejo pasar el tiempo mientras me como lo que sea que tienen en la carta que siempre es comestible pero  no placentero. Hoy pensé en el número 39. Y en el número 93, que parece primo para un ignorante como yo, pero que no lo es, porque es la triple suma del 31, que sí lo es. Yo soy un amante idiota de los números primos. No sé qué hacer con ellos. No me sirven para nada. Pero me gusta pensar en ellos.  En realidad no pienso en ellos, los orbito mentalmente sin objeto. De hecho la orbitación no es un concepto que sugiera grandes objetivos. Redundancia, pues. Orbito de forma redundante en torno a los números primos. Me gustan mucho sus variaciones imprevisibles y raras en densidad en los grandes números. Muestra una verdad inquietante en el universo. Los grandes números son seres extraños, que nos hablan de lo que algún día vendrá. El futuro está escrito en los grandes números. El pasado en los números pequeños.

Había un nublado del copón. Baja presión. Resultado: me vine abajo durante unas horas. Lo malo de estas depresiones físicas porteñas es que siempre te dedicas a sacar conclusiones desproporcionadas. Error. Occidente está en la mierda, el planeta está en la mierda, tu vida es una mierda y tu cerebro tiene más agujeros que un queso de gruyère, pero hoy estás así por la puta panzaburra porteña. Descubro esta verdad tarde, a eso de las cinco de la tarde. Al darme cuenta me relajo, me tomo un café y me marcho a una reunión.

Reunión en domingo. No hay otra. Es una asociación. Dirimimos nuestra participación en la querella contra el franquismo. En el fondo da igual porque los fachas de aquí la van a tumbar -por orden y con el asesoramiento y complicidad con los fachas de allá- pero me gusta que votemos de forma casi unánime por la adhesión. Seremos amigos de la causa. Por el camino me viene una frase a la mente que escuché a un viejo actor: "los españoles de mi edad compramos una España de prudentes y nos vendieron una España de cobardes". Sí. Lo sé. Es una movida de lo más antiestética pronunciar la palabra cobarde. Escribirla ni te digo. Suena feo, vulgar, brutote. Pero es que en el fondo yo creo que el problema de España -y de toda Europa- es que el consumismo ha creado pueblos de cobardes. Paso de dar más vueltas al tema. Adoro España. Todo bien.

Dentro del salero hay granos de café. Las plantas de las floristerías tienen pequeñas macetas de plástico fino, a medio camino de la bolsa y del tiesto. Un actor bajito gana un Martín Fierro como guionista. Las empresas alemanas empiezan a girar circulares en las que explican a sus empleados que no deben pasar detrás de las sillas de sus compañeros, sino dar la vuelta a los escritorios y que jamás deben llevar las plantas de sus casas, porque la propia empresa pondrá las plantas que interesan. No sé, todo me parece demasiado congrüente, trenzado por una lógica perversa, diabólica.

El 140 es digital, con un letrero rojo muy chulo. Sin embargo, la máquina para pagar es muy antigua, de esas que no ves el montante ingresado jamás, porque sólo quedan dos o tres líneas de diodo. Es extraña la línea del 140 de Capital Federal. Sólo tiene un ramal. Es limpia, con bondis modernos, sin ningún adorno. Es como una línea de un barrio de España. Sus conductores son casi todos jóvenes, y van a toda hostia. Hacen adelantamientos suicidas por la Avenida de Córdoba. Algunos van con auriculares puestos -de móvil- como si fueran recibiendo órdenes. No entiendo muy bien qué ordenes, pero las reciben. Escuchan el fútbol, imagino. En fin, un peligro los coletiveros de la 140. La verdad es que es mi preferida. Es como una versión punki de Aluche. Por eso yo siempre intento ir pegadito con mi bici a la vereda cuando ellos están por ahí. También me llevan a casa el 168 y el 151. Estas dos líneas son más tradicionales. Sus letreros son antiguos, muy bonitos. El 168 conserva incluso alguno de los bondis decorados tradicionales. Van más despacio y tienen mayor frecuencia. Se adelantan entre ellos para putearse, pero en plan viejo Buenos Aires: yo te jodo, tu te cagas en mi puta madre, pero todo bien, somos compañeros.

Recoleta es un barrio de mierda. Siempre que voy me siento mal. Huele a muerte.

La luna llena se ha vaciado muy rápido. No me di cuenta.




Comentarios

  1. Flor de blog, hombre!!! es como un diario abierto,
    te paso mi blog : www.hernanreig.blogspot.com
    si queres sumarlo. abrazotes. H

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Mateo, de Armando Discépolo

Una estación de amor, de Horacio Quiroga

El joyero, de Ricardo Piglia