Pax Augustea en la corte imperial de un dios humilde, tranquilo, implacable: Octavio el inmenso, el invencible, el infinito, el divino, el ahijado de César. Tito Livio fue, básicamente, un pelota, un poeta áureo, un revisionista de la historia con una única y clara intención: legitimar a Octavio, el fin de la república y la supremacía sobre bárbaros y resistentes. Un hombre de orden. Tiene algo confuciano, de letrado en el pacífico centro del mundo. Su Historia de Roma es una salvajada de 142 libros, de los cuales hemos perdido dos tercios por la estupidez y ceguera de los primeros doscientos años de cristianismo primitivo oficial -entre 380 y 580-. La catástrofe cultural que supuso el Edicto de Constantino y la posterior declaración de oficialidad de Teodosio es descorazonadora, y supone el mayor genocidio cultural de la historia. Lo que se había hecho con Cartago en tiempos del Imperio, por ejemplo, es un masaje. Bárbaros. Así siguen. Se ha definido a Tito Livio como repub...