Discurso sobre la primera década de Tito Livio, de Nicolás Maquiavelo


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Il Macqia creía en la libertad de los antiguos: una libertad republicana, común, colectiva, patriótica, romántica. Como él mismo demostró, estaba dispuesto a luchar contra los imperios de todo cariz y apoyaba la milicia ciudadana. La república hay que ganársela, y en esa conquista está el orgullo de la verdadera libertad. Para hacerlo había que enfrentarse a Francia, España y, muy especialmente, al Papa. Todos ellos le parecían bárbaros. Y no le faltaba razón. Había, igualmente, que no sucumbir a la inmoralidad, y respetar uan religiosidad "natural", si bien siempre fue algo paganista y vividor. A Nietzsche le flipó esta capa de superhumanidad renacentista. La cercanía a Lorenzo el Magnífico y la presencia de tanto talento en su amada Florencia convirtieron a Nicolás Maquiavelo en una máquina de vivir, una bestia humana que miraba a la historia desde una individualidad salvaje e imprevisible. El discurso es maravilloso. Talento puro. Este es un libro peligroso, desasosegante por momentos.

La calidad del sistema político de una ciudad depende, en primer lugar, de la escasez de recursos o, en su ausencia, de unas buenas leyes. El buen vivir significa, a medio plazo, corrupción. El ciudadano virtuoso tiene que estar expuesto a la guerra, porque es esa participación en la guerra la que hace de el ciudadano alguien responsable y fuerte. Los hijos de los virtuosos tienden a la estupidez y la corrupción. Las buenas leyes son hijas de la lucha.

¿Y cuáles son las buenas leyes? Las que no hay que cambiar. En este caso pone de ejemplo a los egipcios y a los espartanos. Volviendo al libro de Platón, se venera a Licurgo por encima de la racionalidad cretense, que cada nueve años consulta al oráculo sobre cuáles habrían de ser las buenas leyes. El gobierno ideal es el gobierno compuesto, que tiene algo de monárquico, algo de aristocrático y algo de popular.







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