Los desposeídos: una utopía ambigua, de Úrsula K. Leguin

En el universo Ekumen, estamos apenas a sesenta años del contacto de Urras y su luna Anarres con el resto de mundos. Escritura de frontera. Tras una revolución, Anarres vive en la libertad y escasez anarquistas. Unarres vive en una orgía neoliberal de miseria y exceso del 1 por ciento. Shevek, el físico anarquista exiliado, tiene en su cabeza el ansible y el viaje hiperlumínico. No exactamente. Tiene la base física para desarrollarlos. En él no  interfiere la angustiante urgencia propietaria, el afán de obtener algún tipo de beneficio del otro. En ese contexto, Shevek y Atro -el viejo físico aristócrata de Unarres, el planeta capitalista- están más cerca que ambos del resto de habitantes de Urras, al menos de aquellos conectados a la economía capitalista dominante.

El contacto con el Ekumen se produce a través de los hainianos, la super especie humanoide que todo lo controla. Hay una visión de los humanoides extraña y narrativamente muy útil: la idea del fork, del tenedor evolutivo, que está en la teoría de la evolución contemporánea en lo que Dawkins llama el "arbusto de la evolución", dando a entender que son tantas las familias y ancestros del ser humano que la especie hoy dominante -el homo sapiens- es el resultado de miles de "prueba y errores" y de infinitas extinciones y pérdidas, como la de los Neandhertales. La teoría hainiana de la evolución humana supone que hace cientos de miles de años miembros de la raza humana originaria -por supuesto, hainiana- colonizaron el universo, y perdieron el contacto, evolucionando de forma sutil. Esta sería la explicación de las sutiles diferencias fisiológicas entre los distintos tipos humanoides del Ekumen. En El lado izquierdo de la oscuridad Leguin utiliza la idea del experimento genético que provocó la androginia y el movimiento intergénero en ciclos de hormonación natural.

El gran problema ético es la casta, el origen del racismo, de la diferencia insalvable. En la ciencia ficción es un problema permanente, dado que más del noventa por ciento del género ha surgido en un país -Estados Unidos- postgenocida. El genocidio de los indios americanos explica gran parte de la literatura de ficción científica del siglo XX y XXI en EEUU como un gran poltergeist cultural. Por cierto, la etimología de la palabra poltergeist alude al hacer ruido ("poltern") de los fantasmas ("Geist"). Es decir, la ciencia ficción yanki tiene esa cualidad de grito desde el aislamiento, de malestar inconsciente.

En la novela hay una idea que obsesiona a Shevek: "el dolor une a los hombres". Es en el dolor, y desde el dolor, desde donde deberíamos reconocernos y mejorar en común. El dolor de la Humanidad es uno y compartido, aunque utilicemos miles de trucos para disimular esa conciencia. La clase, el género, la casta, la raza, el grupo, serían formas de combartir el miedo ante la evidencia de la concordancia, de la común vibración de un dolor compartido a nuestro pesar. De algún modo da la vuelta a la pregunta de la compasión. El problema es el egotismo, el aislamiento. Lo normal es sentir el dolor ajeno como propio. Lo extraño es el aislamiento, la parcelación, el perímetro emocional que implica la pertenencia a uno u otro grupo estanco y la exaltación irracional de la pertenencia y la exclusión. El patriarcado, la sociedad de clases, los estados nación, la distribución racial, son aberraciones de cualquier forma civilizada de vivir.

Gran libro. Grande Leguin: "We will need writers who can remember freedom".











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