Tito Livio, Libros I a V de Historia de Roma

Pax Augustea en la corte imperial de un dios humilde, tranquilo, implacable:  Octavio el inmenso, el invencible, el infinito, el divino, el ahijado de César. Tito Livio fue, básicamente, un pelota, un poeta áureo, un revisionista de la historia con una única y clara intención: legitimar a Octavio, el fin de la república y la supremacía sobre bárbaros y resistentes. Un hombre de orden. Tiene algo confuciano, de letrado en el pacífico centro del mundo. Su Historia de Roma es una salvajada de 142 libros, de los cuales hemos perdido dos tercios por la estupidez y ceguera de los primeros doscientos años de cristianismo primitivo oficial -entre 380 y 580-. La catástrofe cultural que supuso el Edicto de Constantino y la posterior declaración de oficialidad de Teodosio es descorazonadora, y supone el mayor genocidio cultural de la historia. Lo que se había hecho con Cartago en tiempos del Imperio, por ejemplo, es un masaje. Bárbaros. Así siguen.

Se ha definido a Tito Livio como republicano, conservador y pompeyano. Su punto de vista es  nacionalista romano e imperialista. Justifica constantemente los principios del Principado: aristocratismo, estatalismo y supremacía patricia masculina. Es una visión sólida y pragmática, atea, estoica, cientifista, legitimadora del poder, contraria a toda heterodoxia, proclive a la invención si con ello refuerza el objetivo político. La verdad no es sagrada. Lo que es sagrado es el Imperio. Es perfectamente consciente de estar viviendo en la cumbre de la Historia, junto a un dios encarnado. Un dios ateo entre adoradores tan ateos como él.

Estas premisas se parecen bastante a las de un psicótico, y así es su maravilloso libro, una legitimación nietzscheana de todo tipo de atrocidades a mayor gloria de Roma. Sin dudas. Sin remordimientos ni contradicciones. Por momentos cínico. Por momentos obscenamente arbitrario. Es una visión desde arriba, desde la discrecionalidad de quien sabe cómo funciona el mundo. Los hechos del resto del planeta se la sudan. Son, básicamente, bárbaros, y no son merecedores de su atención. Si acaso, y llegado el momento, de conquista. Y ser conquistado por Roma, ser violada por Roma, ser sometido por Roma, es un honor. Convierte a las larvas en súbditos. Y, sin embargo, y de forma misteriosa, late por debajo el amor a la libertad en abstracto, una idea potente y precisa de la dignidad. Esa contradicción confiere al texto una energía extraña, como si el subconsciente del autor luchara por manifestarse, por emitir señales al mundo, más allá de la Paz y de Augusto.

Las fuentes no le interesan, a pesar de ser el historiador con mayor acceso a fuentes en términos relativos -a las que existían en su tiempo- de todos los tiempos. Simplemente, y probablemente porque el acceso a los documentos era para él un acto sencillo y aburrido, a Tito Livio le interesa el dramatismo y el relato, más que la exactitud. Le da pereza cruzar el Foro y subir al Tabularium a contrastar documentos, a pesar del maravilloso edificio que los custodiaba en perfecto orden y clasificación.

Para él la religión es útil. Nada más. Es un artefacto social, no metafísico. No le interesa ni la salvación, ni los dioses en sí. Los ignora. La religiosidad del pueblo ayuda a manipularlo. Los oráculos son episodios políticos, como las discusiones del senado.

Las mujeres, para él, son madres -o potenciales madres- bobas. Tanto en la historia del rapto de las Sabinas como en el enfrentamiento de los Horacios y los Curiacios, ellas aparecen como seres emocionalmente frágiles, débiles, sentimentales, miedosos y conciliadores. La historia de la violación de Lucrecia por Tarquino como inicio de la revuelta republicana termina ese retrato femenino como receptáculo de virtudes para observación, comentario y goce del hombre patricio romano, que es el que cuenta, básicamente.

Tito Livio es el primer historiador cultural, porque lo que rastrea es la construcción de un mito que le rodea en forma de estructura social. En parte por eso e, imagino, en parte por interés dramático, le fascina retratar a los locos, a los crueles, a las bestias. Es como si se deleitara en señalar el camino de sangre y mierda que ha llevado, año tras año, asesinato tras asesinato, a este imponente monumento desconocido, hasta entonces, por el hombre. Y sin embargo le gusta, asimismo, señalar cómo la naturaleza humana se ha ido al carajo en comparación con los virtuosos hombres de la República romana.

El elemento más siniestro de la Historia de Roma de Tito Livio es que ha sido utilizada para formar éticamente a las élites europeas, dado que era el medio habitual de estudiar latín y, por añadidura, política. Era el libro de referencia de Maquiavelo, también. Esto ha supuesto la justificación de todo el colonislismo con la autoridad de un historiador clasico. Cóctel explosivo.

El Libro tercero es un apasionante relato de la tensión entre patricios y plebeyos en relación a la proclamación de una ley igual para todos. Los plebeyes amenazan constantemente con no combatir frente a las amenazas recurrentes de volscos y eucos. Llegan a acusar abiertamente al senado y a los patricios de "construir" esas amenazas permitiendo o favoreciendo guerras de falsa bandera que obligaban a realizar levas y tirar abajo las aspiraciones tributicias de reunión del Senado para la aprobación esa constitución escrita. Está en el aire el doble concepto de la libertad común -la soberanía- y la libertad individual -o dignidad económica-. Vuelve de nuevo la dicotomía de Benjamin Constant y las dos libertades, y es sorprendente cómo el recurso -y la paranoia- de patricios y plebeyos, respectivamente, son la guerra y la naturaleza espurea de la propia guerra. A su vez, el otro recurso de los patricios es la negativa a que el Senado sesionara para aprobar la medida. Viejas tensiones actuales que se producían en la república romana. El lobysmo es sustituido, en esta narración, por una curiosa mezcla de violencia y soborno. Lo niños ricos de Roma, pues los viejos han huido aterrorizados ante la inminencia constante de la revolución, se dedican a agredir a los ciudadanos que en los foros les exigen que acudan al senado y que se convoque la Asamblea para aprobar la ley. Se producen denuncias por la impunidad con la que son tratadas esas agresiones. Los oligarcas siempre salen indemnes, y eso añade tensión al conflicto.


En mitad de un empate eterno, Roma envía a Atenas a dos juristas para que recopilen leyes para la ciudad. Lo que traen se publica primero como borrador sometido a enmiendas ciudadanas, y finalmente es aprobado y llamado la Ley de las XII tablas, que seguirían en vigor -teóricamente- hasta el final del Imperio. Era la primera ley expuesta públicamente que afectaba a toda la ciudadanía, independientemente de que fueras patricio o plebeyo. Como siempre, arrancar la ley escrita y garantista era una conquista del débil, que nunca controlaba la impartición de justicia, controlada por magistrador patricios. De este modo se intentaba obligarles a ser justos, independientemente de quién fuera el ofendido y quién el ofensor.




Leer a Tito Livio es leer el control estatal del relato. En este libro estan todos los mecanismos habituales de anulación de las aristas de la realidad para inducir al apaciguamiento y la somnolencia. Es un cuento parcial y falso. Por eso hay que leer a Maquiavelo.














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