La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza

Publicada en 1986. Versión "oficial" de la Barcelona de fin del XIX y principios del XX en el Régimen del 78 que está preparando la Expo 92 y las Olimpiadas. Hay que preparar el suelo conceptual para la conversión de Barcelona en la mejor tienda del mundo. Eso se hace a través de Seix Barral y la explicación de la "rosa de foc" como un hecho periférico al ascenso de un burguesía algo delincuente y perdularia. Poco podremos hacer que no se haya hecho ya. Tranquilidad, que nuestros abuelos dejaron el listón lo suficientemente alto como para que, por muy corruptos que podamos llegar a ser, entremos en la historia sin perderle la cara a nuestro espejo neoliberal. ¿Y los anarquistas? Unos subnormales condenados a perder. Y punto. Circulen, hostias. 

Mendoza tuvo una educación religiosa y posteriormente estudió derecho. Su padre era fiscal. Nació en el 43. Vázquez Montalbán en el 39. Azúa en el 44. Terenci Moix en el 42. Bolaño en el 53. Casavella en el 63. Vila-Matas en el 48.

La sombra del viento es un refrito de La ciudad de los prodigios, que ya parece una especie de novela francesa de ascensión con digresiones aburridas. De mierda removida hacemos buñuelos de feria. Por encima, Casavella y el Watusi. De lejos. Por encima. De lejos. Barcelona es Troya en Casavella. En Mendoza es galdosiana y no llega a respirar el aire de Julien Sorel. Me ofende esta novela porque si algo ha tenido Barcelona de prodigioso entre 1888 y 1929 es haber dado lugar a las generaciones de luchadores más lúcidas y combativas del mundo, que han extendido la libertad en el mundo como un pulmón que permite respirar un aire desconocido. Termino harto del puñetero mafioso protagonista, porque al final seguimos contando la historia de los verdugos, y abandonamos a las víctimas y los héroes. Harto de los palmeros de la "libertá".

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