El ardor, de Marcelo D'Andrea


EL ARDOR


Texto, interpretación y realización de escenografía: Marcelo D'Andrea
Dirección, diseño de escenografía e iluminación: Ricardo Holcer
Vestuario: María Claudia Curetti
Asistente de dirección: Sergio Bonacci Lapalma
Prensa: Julia Laurent

El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960, Ciudad de Buenos Aires.


Función presenciada: sábado 20 de enero de 2010, 22:00 horas.

Marcelo D'Andrea desarrolla el relato de un mecánico que sufre un terrible ardor de panza tras ingerir un guiso espumoso y terrible. El personaje siente, verbaliza y proyecta una descomposición interior, durante la cual se produce el caos destructor en sus órganos. Desde esa situación anclada en la cotidianidad asistimos a un repaso de sus preocupaciones durante la reparación de una dinamo que corresponde no sabemos exactamente a qué mecanismo mayor.

La política, la historia, la familia, la libertad, la memoria, el miedo.. múltiples temas aparecen y desaparecen en ese ardor universal, puntuado por cortocircuitos en ese taller perdido. Teatro del yo velado por la metáfora teatral de este soldador, que se transforma en teatro del nosotros, en teatro asambleario. La escenografía es un ring de inspiración industrial que va transformándose con cada escena a través de la propia actuación. Es un espacio delicado, que sintetiza el mundo del personaje, su encerramiento, su soledad, pero también sus peculiaridades, su imaginación.

El trabajo de interpretación es muy notable, potente y flexible, con un registro variado, rotundo y delicado a un tiempo. D'Andrea llega a las situaciones, personajes y emociones de forma inmediata y completa. Su cuerpo acompaña todo con fuerza y precisión. Un gran actor transitando un texto propio por momentos brillante, aunque en su conjunto con problemas de direccionalidad, de estructura global, lo cual impide que el espectáculo crezca hasta donde promete. Hay una yuxtaposición de las situaciones que no enebra hacia un creciente claro. La calidad de la urdimbre del texto no se corresponde con esa endeblez estructural. Cuesta que el acontecimiento teatral sume a sí mismo, lo que produce un regreso a un punto cero que rápidamente vuelve a ser abordado y superado.

Dramaturgia segmentada de gran belleza, que se sabotea a sí misma con cada inicio, con cada empezar. Una opción arriesgada, sin duda, que da como resultado un espectáculo divertido y emocionante.

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