La caza de brujas de los siglos XVI y XVII fue un genocidio con intencionalidad política, un proyecto de reprogramación masiva de la población mediante el uso del terror. La intención final era aumentar la productividad de los trabajadores. Las brujas fueron casi en su totalidad mujeres proletarias campesinas. El feminismo contemporáneo ha incluído a las brujas como precursoras, en la medida en que eran mujeres libres, indómitas y alegres, y las precursoras de la anticoncepción y el aborto. Se cree que como mínimo fueron 100.000 las mujeres asesinadas durante los dos siglos en los que se desarrolló la caza de brujas en Europa y América. Ese genocidio fue paralelo al de los indios en América y el de los negros con la trata de esclavos, así como una consecuencia -y fuente motriz- de la acumulación primitiva del capitalismo, que permitió la expansión colonial. 

Para las élites, la magia era vista desde la Edad Media como una fuente de insubordinación  de las clases inferiores. Terminar con la magia no fue, en principio, un impulso para conferir de mayor libertad a los hombres, sino un medio de eliminar núcleos de resistencia a la instauración del trabajo asalariado. Me viene a la mente durante toda la lectura del libro de Federici ese insulto que Valle-Inclán lanza a los guardias que reprimen una manifestación en los años veinte. Gómez de la Serna cuenta cómo Valle se enfrenta a los guardias gritándoles "¡asalariados!", como un insulto horrendo. Valle tiene mucho que contar sobre la misoginia tardomedieval y protocapitalista. La Galicia de Valle es aún escenario del proceso, que llega allí con siglos de retraso. Valle percibe la onda expansiva de los movimientos centroeuropeos del siglo XVI. 

Un dato curioso que desconocía: los musulmanes de la alta Edad Media prometían la libertad a los esclavos de los reinos cristianos, lo que facilitó en gran medida la conquista de España y obligó a los reinos al norte de los Pirineos a liberar a sus esclavos para evitar sublevaciones.

Los juicios de brujería eran largos y costosos. Las costas eran asumidas por los familiares supervivientes de la condenada y si eran insolvente, por el propio pueblo mediante impuesto. Los gastos incluían el carbón y la brea para la hoguera, los sueldos de jueces y verdugos, y el mantenimiento en la cárcel de las condenadas, etc...

La caza de brujas fue transversal a las guerras de religión en Europa. Se produjeron los juicios a un lado y a otro de la frontera surgida por la Reforma protestante. Así, lo que unía a las élites europeas era la obsesión contra las brujas. De hecho, no fue la Inquisición católica la más activa institución en la caza, sino los tribunales seculares de los países reformados. Por esa razón, cuando llega el siglo XVIII ningún intelectual denunciará este derramamiento de sangre, mientras que se denunció la intolerancia religiosa contra los hugonotes, por ejemplo, como hizo Voltaire en el Tratado sobre la tolerancia. 

El punto crucial es que la acusación de brujería no se refiere a un acto concreto, sino a un estado del alma, a una forma de vida. Federici hace la identificación con la acusación de "terrorismo" en la actualidad, que puede significar cualquier cosa que no cuadre con el proyecto reprogramador. En ese sentido, es similar la defensa que hacen los genocidas latinoamericanos de los setenta a sus campañas de terror en base a la Doctrina de Seguridad Nacional estadounidense. "Nosotros libramos una guerra contra el comunismo y la subversión". En ese sentido, no estaban reprimiendo hechos concretos, sino terminando con un enemigo que amenazaba la propia existencia de Occidente. Las acusaciones eran lo de menos. Los procesos jurídicos eran lo de menos, porque no se luchaba contra "acciones", sino contra "actitudes". Incluir a un país entero en el "eje del mal" tiene esa connotación. Lo importante no es lo que suceda en ese país o las decisiones concretas que tomen sus gobernantes, lo importante es que en el contexto subjetivo del programa utópico del rediseñador histórico, esos países están dificultando la instauración del proyecto, y hay que limpiar el planeta de esos resistentes. Así, la acusación de terrorismo no es jurídica, es ontológica. Lo que se cambia es la esencia del enemigo, y se descalifica su posición y su propia existencia. Cuando los iraníes hablan de terminar con Israel no lo hacen por la invasión de Gaza o por el bloqueo o por lo que sea, lo hacen porque Israel es un estado enemigo, esencialmente enemigo, y debe desaparecer. El antiimperialismo cae a veces en este mismo proceso delirante, y termina hablando el lenguaje del enemigo.

Comentarios

  1. Exelente visión de los hechos y quizás más clara y objetiva que la información elaborada por los administradores del poder que actuó como victimario y luego como relator de estos sucesos. Me gustó, gracias.

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