Nos vemos allá arriba, dirigida por Albert Dupontel
Está basada en el bestseller Au revoir là-haut, escrito por Pierre Lemaitre, que también ha participado en el guión, junto al propio Dupontel. Esa cercanía entre escritor y realizador funciona, porque la trama, por si misma, tiene una dimensión monstruosa. Es una historía sobre las consecuencias atroces de la Primera Guerra Mundial en los rostros de los soldados y en la locura posterior en torno a la construcción de una memoria falsa y cargada de ideología reaccionaria. Es interesante el tema de los concursos para monumentos. Meses después de ver esta peli encontré esto en Roma:
Son figuras de escayola sacadas de los archivos del Ayuntamiento de Roma. Estos modelos, que suelen -o solían, no sé cómo será ahora-, tener una altura de cincuenta o sesenta centímetros de altura servían para que los jurados de los concursos de monumentos públicos votaran o tomaran las decisiones pertinentes sobre qué nuevo coso iba a aparecer en el espacio urbano. Al verlos todos juntos, la sátira se revelaba sola. Es, sencillamente, horroroso. Y lo es porque subyace una mentira doble, esencial, sobre el arte y la ciudad.
En la película se habla de esto. De la mentira de la épica postbélica. De todas las mentiras románticas y belicistas, que ocultan pura y simple ideología e intereses. Es una hermosa historia. Muy inteligente. Y lo es a pesar de ser pura industria: más de veinte millones de euros. Un película salvaje, enorme, desaforada, llena de amor y desmesura.
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