El mago de Viena, de Sergio Pitol

Es el tercer libro de la Trilogía de la Memoria. En esta ocasión, ya de vuelta en México tras treinta años en Europa, Pitol vuelve a sus temas recurrentes, y cita fragmentos de los dos libros anteriores. Hablando de las enseñanzas y opiniones de su amigo Carlos Montiváis, que era protestante en el católico México, escribe Pitol que la literatura castellana posterior al Barroco es inferior a la anglosajona porque en Trento se impidió que se leyera la Biblia, y la población continuó leyendo mayoritariamente mediocres sermones. Fue la Biblia la que permitió que los anglosajones construyeran una lengua. Sus sucesivas traducciones, y la obsesiva lectura familiar en la infancia, tiñó la lengua de la épica bíblica, de su amargura y de su ambigüedad lingüística. El catolicismo postrentino le hizo mucho daño a la lengua española, al abrir un abismo entre metafísica y costumbrismo. Nunca lo había pensado así. Y no me parece un pensamiento desdeñable. Este es el tipo de reflexiones que se acumulan en este extraño libro de memorias. Al final de su vida, Pitol, piensa en si mismo, en México y en el mundo, a través de la literatura y la cultura. Llega a una conclusión curiosa para un hombre que ha estado fuera de casa la mayor parte de su vida: sólo se puede escribir desde una tradición lingüística que se opone al encuentro con el otro. La globalización no nos permite encontrarnos con el otro, porque el otro y nosotros somos lo mismo, hijos de una misma patria asimilada y normalizada.
       Me parece igualmente interesante la diferencia que hace entre escritores vanguardistas y excéntricos. La diferencia es que los primeros forman manada, y los segundos tienen vocación marginal. El "raro" no busca destronar a nadie. No pretende generar un nuevo canon ni siquiera destruir el vigente. Se conforma con disfrutar de su excentricidad, de su mirada periférica del mundo que le ha tocado vivir. Aparece de forma inevitable la parodia y el humor como mecanismos de resistencia y de avance.
 

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