El caballero y la muerte, de Leonardo Sciascia

Sciascia, enfermo de cáncer, escribe una novela cuyo protagonista está muriendo de cáncer.

"No quiero morir con los religiosos consuelos de la ciencia, que no sólo son tan religiosos como los otros, sino que además resultan atroces. Si acaso necesitase algún consuelo, recurriría al más antiguo".

Hay dos figuras que se repiten: el Jefe, el Presidente, el Gran Periodista. El primero es el alto empleado del estado que rinde sumisión al segundo, que puede o no trabajar dentro del estado. El tercero es el legitimador de todas las falsas banderas. Le gusta juntarlos, amasarlos, explicarlos en su banalidad.

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/2/23/Knight-Death-and-the-Devil.jpg



En esta novela Sciascia vuelve a la idea del falso terrorismo en Italia, de la enorme cantidad de violencia política desde el final de la II Guerra Mundial. Aún hoy sigue sin conocerse cuánta de esa violencia fue llevada a cabo por verdaderas organizaciones de izquierdas y cuánta respondía a los atentados de falsa bandera que ocultaban ajustes de cuentas entre la mafia y el estado. La represión implacable se centró, por supuesto, en acallar cualquier posibilidad de organización popular activa, derivando en el Partido Comunista las labores de perdedores sistemáticos. Esa función tenía un enorme valor para conservar las estructuras del estado y de la mafia. Lo más normal de un partido político de izquierdas en Europa es que pierda. Si gana, tendrá que mutar. Y si se niega a mutar, tendrá que asumir su papel de burócrata perdedor, para reafirmar la falsa pluralidad. No hay dos italias. Del mismo modo que no hay dos españas. Hay múltiples sentidos de lo colectivo, de la comundidad. Diferentes exilios y pérdidas, diferentes dolores. La realidad es que todos los pueblos son diversos, pero siempre está el fascismo al acecho. Una de las caras del prisma atrae la energía del poder y el autoritarismo, y la devuelve en forma de violencia. Esta forma de maniobrar es poderosa, y suele aposentarse en el poder. El resto son caracterizados como "el Otro", pero ese Otro no existe, es lo que queda de una sociedad cuando lo peor de la misma copa el poder y sistematiza la violencia. Entonces los diversos se ven obligados a reunirse, a coaligarse, a "confluir", y eso es difícil, porque efectivamente son muy diferentes. Y entonces toda la estructura política es artificial, sometida a la presión de excepcionalidad. Mientras tanto, los cínicos y los indiferentes hacen caja.

Sciascia hace una comparación entre los sicilianos y los judíos, en cuanto a que ambos han desarrollado un "pensamiento seco", que va más allá de los sentimientos y la ternura. Esa deshumanización causa pavor, porque genera una estilización de momia.

El colmillo retorcido de Sciascia le duró hasta el final. La ternura de sus personajes queda escondida bajo toneladas de desilusión, como buen escritor de género negro. En su caso, además, ese mundo moral queda absolutamente justificado por el contexto histórico en el que se movieron sus personajes. Y esta vez, para rematar, se añade la presencia del cáncer, ese "dolor" que acompaña al protagonista a lo largo del corto relato, como un compañero, una presencia, un dios tutelar que se va adueñando de su tiempo, ese tiempo menguante que, como si estuviera afectado por la inflación, se desgasta y agota.

Hay determinadas presencias literarias que aparecen con frecuencia y constancia. Esta vez Stendahl no viene a saludarnos, pero sí Montaigne y, para aferrarse a la felicidad de la infancia y la lectura, La Isla del Tesoro. El grabado de Durero que da título al libro lo traspasa, dándole unidad. De hecho, es como si el protagonista estuviera viviendo el desarrollo de ese grabado, al que mira todos los días.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Mateo, de Armando Discépolo

Una estación de amor, de Horacio Quiroga

El joyero, de Ricardo Piglia