Día de invierno



Mientras almuerzo, observo boludeces. Dentro de los saleros hay granos de café. Es una buena técnica para evitar que la humedad apelmace los granos. Sin embargo los sobres  de azúcar son de papel mate, no satinado, lo cual da una sensación de mayor porosidad. Sobre mi mesa hay un pequeño cactus. Sigue en su maceta original, una de esas diminutas, de plástico negro, tan fino que parece papel. Cuando regalas una pequeña planta tienes una gran sensación de fragilidad. Por la planta y por ti. El laurel de las monedas de un peso. Me gusta el laurel. Me pone un poco triste. Los servilleteros son de plástico. Muy feos e incómodos. Las raíces cortadas de los árboles. Recuerdo aquel taxista que me habló de esas raíces cortadas, y que era por eso por lo que se caían los árboles, porque les faltaba fuerza. Me pareció paranoico, pero imagino que tiene parte de razón. Acabo de ver como unos obreros sacaban una enorme raíz del suelo de mitad de la calzada. Es imposible saber a cuál de los árboles que hay en las veredas puede pertenecer. Esta tarde, también, un increíble magnolio en la Plaza Lavalle, frente al Teatro Colón. Tan hermoso el magnolio como el que está en la plaza de Recoleta, frente al cementerio. Ayer cambié euros. A un precio que cae y cae cada semana.

           El Hotel Dumont es un prostíbulo. Si estás el tiempo suficiente frente a la entrada te das cuenta. Alberto Santos Dumont fue un pionero de la aviación. Era brasileño. Fue uno de esos ingenieros intuitivos de principios del siglo XX que llegaron a hacer cosas geniales. Hoy en día sólo es posible con los informáticos. Y cada vez menos. Dumont lo consiguió. En 1906 voló 60 metros. Los hermanos Wright se le adelantaron tres años, pero él fue el primero en tener supervisión de especialistas. Claro que me pregunto quién podía ser especialista en vuelos con motor cuando aún no se había producido ninguno. En cualquier caso me resulta extrañamente cercana esa fecha: "23 de octubre de 1906". Es decir, hace poco más de cien años. Mi abuelo ya estaba vivo. Hace cinco días he cruzado el Atlántico en doce horas a diez mil metros de altura, charlando con una gimnasta rítmica que regresaba de competir y que se llamaba Daiana. No se parecía nada al personaje de "V". De hecho la nueva serie no se parece nada a la antigua. Natural que las personas que por algún extraño motivo se llaman "Daiana" no se parezcan a Diana, la sexy comeratas de mi pubertad. Volviendo a Dumont, realizó su hazaña en París, que era el lugar en el que en aquella época sucedía todo lo que merecía la pena. Pagó sus investigaciones su familia, que sacaba su fortuna del café. Dumont era bastante dandy, y no registró ninguno de sus inventos. Maravilloso. No registró ninguna patente. La razón era que él amaba la aeronáutica más que el dinero, y consideraba que si patentaba sus inventos impediría las aportaciones de otros inventores y el proceso podría frenarse o detenerse. Es un punto de vista de científico, no de técnico o empresario.

           Es muy particular la idea que él tenía del futuro de la aviación. Imaginaba que sería como con los coches, que cada persona podría tener su propio aparato volador particular. Cuando vio cómo se construían aviones cada vez más grandes le pareció una vulgaridad. Lo dicho, un dandy. Cuentan que de niño era fan de las novelas de Julio Verne y que se pasaba hora observando pájaros y el cielo. Le fascinaban, como es lógico, los globos, que en las últimas décadas del XIX hicieron furor y congreban enormes multitudes en sus demostraciones por todo el mundo. Aprendió ingeniería estudiando locomotoras, máquinas de procesamiento de café y máquinas de coser.

           Hay una cosa que me acerca a él: era supersticioso y le daba mucho miedo el 8 y el mes de agosto. A mí me pasa algo parecido. "88" es equivalente a "HH", odio el calor, etc... 

           Dumont sufrió de esclerosis múltiple. Una enfermedad indigna del primer aviador a motor. Extraña relación. Más perturbadora aún resulta la visión de Santos viendo como París era sobrevolada por aeroplanos desde el inicio de la Gran Guerra. Al principio fueron usados para observar la distribución de tropas y equipos. A partir de un momento alguien tuvo la nefasta idea de lanzar bombas desde el interior de los aeroplanos. Son esas imágenes diabólicas de pilotos descolgando bombas de los laterales de las aviones y dejándolas caer como frutos de muerte. A la altura de 1914 estaba muy mal. Me llena de ternura imaginar al viejo inventor viendo dónde había parado su creación. La angustia que eso le produjo se tradujo en una depresión que lo acompañó hasta su muerte. Tras el fin de la guerra hizo numerosos llamamientos públicos para que se prohibiera el uso de la aeronáutica con fines militares. Dumont se quitó la vida, ahorcándose.

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