The Club
Hace pocos días me llegó a casa la confirmación de mi pertenencia al club que agrupa a los autores de España. A partir de ahora podré cobrar derechos de mis obras, y estaré defendido ante posibles agresiones al ejercicio de ese derecho. A lo largo de mi vida he pertenecido a muchos clubs y grupos de distintos cariz, y sigo haciéndolo. Como actor, estoy sindicado por partida doble, en España y Argentina, y pertenezco a AISGE, a través de la cuál cobro derechos como actor. También figuro como socio de varios grupos de egresados de las distintas escuelas en las que estudié, socio de la Seguridad Social, de mi Obra Social, de varias bibliotecas, asociaciones, la peña del pueblo de mis padres -no sé muy bien porqué, pero ahí sigo figurando-, etc... Hasta ayer no me había dado cuenta de la cantidad de clubs a los que pertenezco. Son un montón. Mi participación social ha sido tardía y poco entusiasta. Cada mes tengo alguna crisis ideológica que me lleva a pensar en darme de baja de la Unión de Actores, por ejemplo, porque cada día me parece más claro que colaboran con el status quo para evitar que sufra cambios. De hecho, son parte claramente fosilizada de ese estado de cosas. Pero ahí sigo, incómodo, asqueado, cansado, escéptico... pero ahí sigo.
A todas estas pertenencias se une ahora la de la SGAE. Anteriormente he estado cobrando derechos de reproducción a través de AISGE, como he dicho. Todo bien: el canon, Ramoncín, Teddy Villalba... yo qué sé. Me da igual. Cobro una mierda y voy a cobrar una mierda. No me preocupa. Pero he descubierto algo. Algo muy interesante. Algo que se parece mucho a una metáfora demasiado perfecta.
Se llama Michael Kountier. Según El País del lunes 31 de mayo de 2010, en una información firmada por Mónica Ceberio Belaza, Michael es de Níger, y lleva en una cárcel de Sevilla más de dos años. Su delito: la policía le pilló diez veces vendiendo cd's en la calle. Fue condenado a pagar a la SGAE -es decir, a "pagarnos"-, 21.487 euros, unos 2.000 euros por cada una de las veces. La cuantía de la multa tiene que ver con la valoración que la propia SGAE -y varias sociedades/clubs similares- hacen de la mercancía, no del precio real de venta, y menos aún de lo que el vendedor obtendría como beneficio de su delito. Es decir, se le adjudica un daño al infractor no basado en el daño real, sino en el daño que la víctima dice haber sufrido. Es un principio jurídico interesantísimo. Sugiero al lector aplicar con la ayuda de su imaginación ese principio a otras situaciones de ofensa o daño. Pero eso me parece secundario. Lo interesante es que SGAE, AISGE, ANDEMA, y otras agencias -no tan conocidas como SGAE, pero muy importantes- tienen una fuerte influencia sobre los legisladores. Es decir, son un lobby. Y un lobby muy importante y poderoso.
En todo este contexto, volvemos la vista a los creadores. A nosotros, los artistas, los depositarios de los sueños de nuestra cultura; los extrovertidos ejemplos de la libertad individual frente a la masa alienada y sometida; los escandalizados y sufridos faros de lucidez frente a la monótona y chabacana clase media; nosotros, en fin, los que molamos. En nuestros barrios, en nuestros bares cools, en nuestras conferencias, facultades, pasillitos y pasilletes. Ahí estamos, enfrentándonos al capital, al mal, a Darth Wader. Luchando por la diferencia, por lo heterogéneo, por un nuevo humanismo, por una estética habitable o inhabitable. No sé, esas cosas. Puedo seguir pelotudeando mucho rato, porque esta parodia es fácil. A mí las parodias fáciles se me dan de puta madre. Lo malo es que tampoco tienen gracia. En cualquier caso, lo que me ha quedado meridianamente claro es que junto con mi carnet de la SGAE me ha llegado la carta de apoyo de mi club frente al enemigo. El enemigo -compañeritos- está encarnado en Michael Kountier. Sí, el negro nigeriano de antes. En la foto de El País lleva una camiseta del Barça. Es del Barça, el tío. Al comprar la camiseta ha pagado derechos por el diseño de la cami. O sea que es el enemigo, pero paga derechos. Al cabo de su vida el tío ha pagado un montón de derechos. Fijo. Pero ahora está en la cárcel. Desde hace dos años. Y el estado me protege. A mí y a mis socios. Pues eso, que me quedo muchos más tranquilo. Me quedo todavía más tranquilo al saber que Michael no está sólo, y que otros cien manteros están encarcelados. Qué hijos de puta. Menos mal que alguien nos protege. A mí y a los míos, los socios de la SGAE, que tenemos la capacidad de conseguir que los partidos políticos cambien las leyes en el Senado, que los jueces nos llamen para peritar los daños en casos en los que somos parte, que permiten que nuestro club no se vaya a la mierda a pesar de que las ventas reales de su mercado se han derrumbado. Menos mal. Salud a todos.
Estupendo post!.
ResponderEliminarCon este tipo de entidades, cuanto mas tiras de la manta (nunca mejor dicho) mas te escandalizas. Yo también pertenezco a un club. El de la SGAE, "obligado" por los acontecimientos. Cuando has hecho encargos para empresas cuyo objetivo es la explotación directa de los contenidos debes hacerlo o, todos harán dinero menos tú. Y tu parte, de no cobrarla, se la queda la entidad de gestión. Es todo un ciclo muy retorcido y maquiavélico porque, en teoría, desde que rubricas tu contrato comprometes incluso tus futuros proyectos a ser registrados a través de ellos. Evidentemente no lo hago, mis proyectos personales son copyleft y seguirán siéndolo al menos hasta que la ley del copyright se adapte a las necesidades de los creadores.
Así, creo que pertenecer al club y ser crítico es la mejor forma de resistencia. SGAE SI, pero como servicio al autor y no de cualquier forma y a cualquier coste. La ley de propiedad intelectual está diseñada para que el creador tenga "poder absoluto" sobre su trabajo y no debemos permitir por mucho mas tiempo que un servicio publico mutile y transformar las leyes a su antojo. Si todos los socios de la SGAE cambiaran su discurso, de apoyo incondicional a una entidad perfecta, ésta tendría que cambiar. Es cuestión de tiempo pero... que difícil les es renunciar a las comodidades de la vida a los cuatro gatos influyentes que podrían hacer cambiar las cosas. Mientras, los del gallinero haremos el poco ruido que nos es posible para advertir a quien quiera escuchar.