Pequeñas diferencias (I)

En 1955 se produjo el golpe de estado contra Perón. Cuentan los que lo vivieron que una de las cosas que más enervaba a la clase media no peronista -que, a lo largo de los diez años de régimen, se había convertido en "anti-peronista"- era la omnipresencia de imágenes y referencias a la pareja gobernante. Desde la muerte de Evita su figura había crecido aún más si cabe como una imagen cuasi-religiosa y estaba presente en las casas de muchos argentinos -especialmente de la clase obrera-. Pero es que, además, sus retratos estaban en muchas fachadas y paredes del país. Ese padecimiento forzoso de la visualización del líder odiado no se producía, en cambio, en las clases altas. Uno de los privilegios del dinero es la posibilidad de aislamiento. Visualmente la clase media está expuesta a prácticamente los mismos impactos que la clase obrera. En Buenos Aires ese compartir llega a cotas maravillosas. Es esa convivencia la que la hace especialmente sensible. La necesidad de "salir" de la ciudad en busca de lugares más aislados y "seguros" sólo tiene sentido desde una mentalidad pequeño burguesa. Ahí radica la explicación de la construcción de muros urbanos con que los gobernantes astutos separan a la clase media de la clase obrera. Aquí en Buenos Aires hay un ejemplo llamativo con los cinturones que rodean las villas: cuando no se trata de una vía de tren o avenida abandonada (como en la 31) es un muro de viviendas "escenográficas" (como en la 15, que en realidad sustituyen al muro original del 78 con el que los militares quisieron ahorrar a los turistas del mundial el desagradable espectáculo de la realidad social argentina).

El dinero abundante y viejo, los ricos "de verdad", herederos de delincuentes convenientemente impunes, no necesitan salir a ningún sitio porque nunca compartieron esos espacios con el resto de clases. Pero la clase media sí vive esa neurosis producto de la cercanía excesiva a ese otro que se parece odiosamente a uno mismo, solo que más jodido, mas "antiguo", mas roto, más negro y, en el fondo, más parecido al propio abuelo o padre, del que hay que huir. Sucede con la televisión por cable o la marca del auto: son signos de diferenciación que alguien que se sabe diferente desde el inicio no necesita resaltar. Lo mismo con la ropa, los transportes, los lugares de vacaciones, los gimnasios, las palabras de moda, el peinado, la comida, la música... Bajo el supuesto "hedonismo" hay una angustia terrible en el consumo, porque busca lavar una mancha. Básicamente la clase media vive trabajando y consumiendo para lograr sentirse diferente de la clase obrera, de la que proviene y a la que en última instancia pertenece.

En España se ha llegado en las últimas semanas al paroxismo de esto a nivel macro, cuando el argumento que ha unificado la opinión de izquierda, derecha, patronal, sindicatos y periodistas de cualquier signo era dejar claro que, por supuesto, no podía compararse a España con esa cosa rara y extraña llamada "Grecia". ¿Quién es esa gente? ¿De dónde han salido? ¿De qué van a ser europeos? No me compares, por favor. De hecho, en el parlamento alemán están pidiendo con absoluta naturalidad que vendan las islas del Egeo. Total, si son griegos. Seguro que ni siquiera saben disfrutarlas ni apreciar la maravillosa cultura... esto... sí..., griega. Lo mismo sucede con la tradicional actitud española hacia Portugal, que sencillamente muestra en toda su brutalidad la ignorancia, crueldad y snobismo de un país con una clase media mezquina y sumisa, con el radar histórico reventado a golpe de carrito del Carrefour.

Esa pertenencia profunda de la clase media a las clases oprimidas se hace patente cuando el capital decide recuperar beneficios y se produce una "crisis". Entonces se produce el despertar en mitad del estupor: ese buen ciudadano -trabajador, pacífico, que no se mete con nadie- no puede entender lo que está sucediendo, y se encuentra mezclado con la chusma. Y se produce el cambalache, el sin dios, la amorfia social que cala hondo en el recuerdo colectivo como un momento de horror, de caos, de miedo... un lugar al que nunca volver, cueste lo que cueste. Claro que al pensar así queda un poquito olvidado que hay amplias -mayoritarias- capas de la población mundial que viven siempre sometidas a esa situación, especialmente en los momentos de "bonanza". La bonanza económica implica subidas de precios y cierre de procesos de nivelación social -cuando hay plata la clase media se vuelve especialmente "liberal"-. Por no señalar que el cueste lo que cueste puede llegar a ser siniestramente caro.

Al menor signo de recuperación volverá a iniciarse el ciclo sin que esa clase media haya aprendido nada. Lo curioso es que entre esa clase hay un número importantísimo de gente letrada. Se supone que la escritura y la lectura son formas de almacenamiento de información, es decir, antídotos contra la amnesia. Este hecho refuerza la idea del examen de la experiencia. En Argentina es un proceso mental muy extendido, y muy identificado con el movimiento popular. Es el proceso mental que lleva -por ejemplo- al desprestigio de Lionel Messi dado que nunca jugó a primer nivel en la liga nacional. Se supone que si lo hubiera hecho no habría aguantado. Sus éxitos en Europa son construcciones del Barça y de los laboratorios médicos que curaron sus problemas físicos de adolescente. Parece una frivolidad, pero trasluce esa desconfianza de las puras palabras o hechos cuando no están avalados por una resistencia concreta a la realidad en general, y a la realidad nacional en particular. Se muestra de forma muy divertida, por ejemplo, cuando un argentino se ve obligado a dejarte conducir su coche. Suponiendo que lo haga -antes buscará que sea chófer un argentino ciego, sordo y parapléjico, pero argentino-, sientes que hay un temblor en la voz al decir: "ché, esto no es Europa, ¿comprendés? Yo no dudo que tú sepas manejar, pero, de verdad, acá se maneja distinto..."

Toda idea es sospecha de falaz hasta que no es mantenida por aquel que está dispuesto a sufrir las consecuencias de defenderla ante un poder superior. En ese sentido, hay un matiz diferenciador muy importante entre las generaciones que actualmente gobiernan o actúan en política en Latinoamérica y en Europa o Estados Unidos. Los que ahora pertenecen a la izquierda moderada -incluso a los diferentes espectros de la derecha- militaron en muchas ocasiones en la izquierda setentista. No es lo mismo haber cruzado la frontera camuflado para llegar a un congreso clandestino que no ser capaz de cuantificar el número de compañeros de facultad torturados y muertos. Esa es una brecha vital y, como consecuencia, conceptual, de tal magnitud, que explica gran parte de los desencuentros entre la "izquierda liberal" europea y la "izquierda popular" latinoamericana. Es que no se está jugando al mismo juego. A mí Vargas-Llosa me puede irritar. A un argentino de cierta edad le puede llegar a ofender de una forma profunda, de una manera muy visceral.

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