Lágrimas de cocodrilo


Se abrazó a mamá, cubierto de lágrimas. Su olor y el contacto con su cuerpo lo tranquilizó. Tenía en la mano el boletín de notas empapado. Mamá le giró la cabeza y lo besó en la mejilla. Le hizo levantar la doble cuartilla de cartulina y le señaló donde ponía "música" y "formación artística". En ambos casilleros había un sobresaliente.
      - ¿Ves? Esto sí que se te da bien.
      - Ya, pero es que eso me gusta, y es divertido.
      Mamá sonrió y lo alzó un poco más, hasta tener la cara junto a él. Le secó las lágrimas y le apartó el largo flequillo de los ojos.
      - Bueno, hay mucha gente que se dedica a hacer cosas que le gustan y que son divertidas para ellos. Como el señor del elefante, ¿te acuerdas?
       - ¿Barceló?
       - Barceló, sí. - Mamá le miró sorprendida. Normalmente era raro que recordara nombres y menos aún los de una referencia externa y casi abstracta. Diez días antes habían estado viendo la escultura frente al Caixa Fórum. Normalmente a estas alturas él se habría olvidado ya no del nombre del autor, si no de la propia escultura, a pesar de ser un elefante de siete metros boca abajo sostenido sobre su trompa. Sin embargo, sí se acordó.
      Diez minutos después estaba jugando al delicado proceso de fusión. Con ayuda de un pigmento radioactivo se dibujaban un punto en el lóbulo de la oreja derecha. El otro jugador tenía que hacerlo en el de la oreja izquierda. Para averiguar qué oreja era la destinada a ser pintada los dos aspirantes a la fusión debían situarse uno al lado del otro, hombro con hombro, para identificar los lóbulos. El proceso era complejo, y podía llevar un largo tiempo. La organización era dificultosa, dado que los jugadores fluctuaban entre cinco y ocho, según las necesidades fisiológicas y gastronómicas de cada cual. Una vez realizado el marcaje radioactivo de las orejas de los fusionables se tenía que realizar un tatuaje por parejas para que el proceso se realizara entre iguales. El trabajo de tatuado se hacía con un bolígrafo diferente. En este caso se utilizaban rotuladores de colores con alto contenido en "brandonio", que como es bien sabido es el componente químico que permite que la fusión se realice satisfactoriamente. Los colores y formas identificaban a las parejas para que sus cuerpos y cerebros se fusionaran de forma adecuada y no quedaran flotando en el cosmos en forma de trapillo informe, como sucedería sin duda en caso de que los tatuajes no tuvieran el acabado cromático y la silueta precisa. En este contexto resultaba absolutamente fuera de lugar las peticiones de higiene en torno a la merienda. Los adultos no parecían comprender la capital importancia del proceso en marcha, y frivolizaban con ello, como si no existiera el riesgo evidente de pérdida de efectivos por fusión incompleta.
           Dos horas después estaba frente a un plato de calamares a la romana. Era uno de sus platos favoritos. Los calamares a la romana le parecían una comida divertida y rica, y lo más maravilloso es que te los puedes comer mientras ves una peli. No te manchas, no tienes porqué utilizar cubierto, y están ricos siempre, no como muchos de esos platos de los mayores que están ricos a veces. Un rato antes había cumplido el encargo de mamá de sacar del armario los tres bañadores que quisiera llevar de vacaciones. Los había seleccionado cuidadosamente y los había doblado sobre la cama, para que mamá pudiera después introducirlos en la maleta.

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