El nuevo Hospital de Emigrantes: la Dirección Nacional de Migraciones

Este verano pasado -a principios de febrero, creo recordar- visité con un amigo el antiguo Hospital de Emigrantes de Buenos Aires. Es un edifico muy bonito. Fuimos a verlo porque para mi amigo ese era un lugar especial, ya que en él había estado su padre al llegar a Argentina. Leyendo sobre el Hospital me quedé muy impresionado con su intención original y con la preocupación con la que se diseñó. Era hospital, centro de capacitación, lugar de cuarentena, comedor público, agencia de trabajo, centro de interpretación e, incluso, un lugar tecnológicamente muy avanzado para la época en el que se ensayó por primera vez la identificación dactilar de los ciudadanos. De algún modo se trataba de una representación de la actitud abierta y creativa de un estado en ciernes para con aquellos que estaban llamados a poblarlo. El Hospital de Emigrantes de Buenos Aires, junto al puerto, fue un lugar de esperanza, un espacio de encuentro, un lugar poblado por la energía de la ilusión y el sueño de una vida mejor.

En la última semana he tenido que ir en varias ocasiones allí para realizar las gestiones encaminadas a poder estar de forma legal en Argentina. Las salas vacías que ví hace apenas un mes se han transformado en un inmenso espacio administrativo. El museo está cerrado definitivamente sin fecha de apertura. A la puerta han instalado carpas blancas para poder acoger a las abalanchas diarias de solicitantes. El novento y nueve por ciento de los presentes son indígenas o mestizos. No es un dato baladí. Los blancos que llegan a Argentina lo hacen con un contrato en la mano desde sus lugares de origen. Hay que ser muy boludo, como el que esto escribe, para no hacerlo. Sin embargo, en la Dirección Nacional se agolpan aquellos que han entrado sin nada desde Bolivia, Perú y Paraguay para buscar una vida mejor. Son maltratados, sometidos a esperas absurdas, obligados a idas y venidas kafkianas e insultados en el tono y las formas por un ejército de zombies funcionarios. Todo el sistema es absolutamente perverso, lleno de pequeños detalles para cansar y desmoralizar al solicitante. Como es lógico, no tienen otro remedio que esperar. A los alrededores de las oficinas se desarrolla todo un mundo de niños jugando, puestos de empanada y gaseosas, vendedores ambulantes... Es un espectáculo duro y hermoso, que parece continuación de la estación  de Retiro, separada por una anchísima carretera cruzada por antiguas vías de ferrocarril abandonadas. En esa carretera no hay pasos de cebra ni semáforos. Hay policías desganados que paran el tráfico de vez en cuando. No tienen silbato. Daría igual que lo tuvieran. El ruido es ensordecedor. El riesgo circulatorio es evidente. Hay niños, muchos. Los camiones no paran. Todo es violento y fuerte, lleno de furia, lleno de verdad. La 31 está cerca, a menos de doscientos metros. Es otro de esos cráteres por los que Latinoamérica desborda en Buenos Aires. Esa carretera, mantenida adrede en ese estado para aislar la Villa 31, es un lugar fundamental de esta ciudad, un punto de energía humana deslumbrante.

Quizás el contraste que he descrito hasta ahora no sea del todo real. Mi visión del antiguo Hospital de Emigrantes es muy candorosa. Estoy seguro de que tuvo que ser un lugar muy complicado para aquellos que llegaban en barcos desde Europa, habitualmente huyendo de los diferentes desastres bélicos y de las hambrunas. He conocido en Argentina a descendientes de los perdedores de las guerras carlistas, de la miseria en Génova o Sicilia o de las catástrofes ucranianas producto de los desvaríos de Stalin. Y llegaban allí. Pero por muy complicado que fuera ese lugar, estoy seguro de que no tenía las perversas características de ahora. Es una violación evidente de los derechos de las personas someter a toda la población emigrante que no llega a través de contratos ejecutivos a ese estúpido calvario.

Hace pocos días, zapeando, sintonicé CNN en español. Eran los días de la toma de posesión de Sebastián Piñera en Chile. CNN utilizó esa asunción gubernamental como un contraejemplo de todos los movimientos de gobiernos populares actuales en Latinoamérica. El mensaje era que Bachelet y Piñera se habían dado un beso y tomado un café antes de las sucesión, y que ahí estaba la clave del milagro chileno. "Institucionalidad", "moderación", "estabilidad", etc... En fin, todo ese aparato laudatorio que en torno a Chile ha creado el capital para usarlo como contraejemplo del resto de latinoamericanos enloquecidos e irracionales. Chile es el país de la prosperidad, el único que ha sido capaz de incorporar las sanas costumbres políticas europeas, mientras que el resto siguen sumidos en la era de los caudillos populistas, regidos por tiranos con el sesenta por ciento de los votos. Evidentemente nadie menciona que los dos grandes negocios del nuevo presidente de Chile (Lan Chile y sus clínicas) son el resultado del expolio al que los militares golpistas sometieron al pueblo chileno durante más de veinte años. Piñera es el beneficiario de un genocidio. Compartía abogado con Pinochet y su ministro de educación es miembro notorio del Opus Dei, por ejemplo. En la Universidad Chilena están encantados, como es fácil imaginarse.

En cualquier caso, todo bien. Chine es un ejemplo. Con terremoto y todo es una máquina infalible de progreso. Viva Chile. Chile manda. Lo que quieran. En un determinado momento CNN en español conectó con un "especialista": un economísta que enumeró él mismo sus títulos en universidades estadounidenses -como para tranquilizar a la audiencia o no sé muy bien porqué-. Este especialista explicó una vez más que Chile es lo más cercano a la perfección en movimiento por la línea recta de la historia liberal, y tuvo que responder a la difícil pregunta de "¿a qué problemas se enfrenta Piñera?". Ante mi asombro, el tipo explicó con absoluta naturalidad que el mayor problema de Chile era que el tiempo administrativo para fundar una empresa llegaba a los dieciséis días, en contraste con los seis de Hong Kong y los cuatro de no sé que estado norteamericano.

Esta mañana, sentado allí, en mitad de toda aquella multitud maltratada y sometida a la cerrazón y la crueldad de la burocracia contemporánea, me acordé de ese tipo. Sin darme cuenta estaba observando a uno de los funcionarios. Había algo que me estaba inquietando hacía rato y no me daba cuenta de qué era. Abrí el foco de la mirada y vi toda la fila de mamparas de cristal. Tras ellas, los funcionarios. Sí, había sido la camisa blanca la que me produjo la conexión. Evidente. El resto del vestuario de los funcionarios de migraciones se compone de pantalón o falda azul marino, pañuelo estampado ellas, corbata azul marino ellos,... Sí, estaban vestidos igual que la tripulación de cualquier avión comercial. De uno de Lan Chile, por ejemplo.





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