La fiesta del monstruo, de H. Bustos Domecq



Un tipo gordo y lamentable se prepara para asistir a un acto público. Todo tiene un aire marginal y ambiente corrupto. Se supone que hay revólveres por medio, con la colaboración de la policía y los "comités". Aire de nazis bastardos, de gentuza, de matones. El estado colaborando con los delincuentes, un peronismo de "camisas pardas".

Te prevengo, Nelly, que fue una jornada cívica en forma. Yo, en mi condición de pie plano, y de propenso a que se me ataje el resuello por el pescuezo corto y la panza hipopótama, tuve un serio oponente en la fatiga, máxime calculando que la noche antes yo pensaba acostarme con las gallinas, cosa de no quedar como un crosta en la performance del feriado.

El monstruo es el "gran laburante argentino", al que el narrador-protagonista adora. El cuento tiene este formato epistolar a la novia de su "pato Donald". Eso le da mucha más fuerza, porque hay cariño hacia el lector y muestra de forma muy abierta la intimidad mental de este hombre, que obviamente nunca habría podido escribir esta carta. De ese modo el recurso carta es falso, es un mecanismo literario para trascender a la oralidad de este hombre. Esa evidencia pasa sin embargo por alto como un juego formal que, sin embargo, lo altera todo.

Hay mucho desprecio al tipo que "suda grasa" y que sueña con ser nombrado la mascota del Monstruo. Busca que una sonrisa del líder le dé sentido a su vida. Hay dependencia, hay adoración sumisa, no igualitaria, hay indignidad, hay animalidad. Borges/Bioy sugiere que la indignidad sufrida por los trabajadores argentinos anterior a Perón había sido sustituida por una nueva forma de indignidad, la propia del súbdito en un estado totalitario. En lugar de luchar por la libertad, habían depositado su destino en manos de un monstruo sonriente. Sugiere que había otra manera, o sugiere simplemente que deberían haber permanecido callados por su condición de inferiores. En cualquier caso hay mucho asco, mucha repugnancia hacia ese grasa, hacia ese tipo perteneciente a las "clases bajas", que no deberían osar dejar de serlo ni comportarse de otro modo que el que la historia le había deparado.

(...) soñé con los modernos temarios que están en el marcador: el Monstruo me había nombrado su mascota y, algo después, su Gran Perro Bonzo. Desperté y, para haber soñado tanto destropósito, había dormido cinco minutos. Resolví cortar por lo sano: me di una friega con el trapo de la cocina, guardé todos los callordas en el calzado Fray Mocho, me enredé que ni un pulpo entre las mangas y las piernas de la combinación mameluco-, vestí la corbatita de lana con dibujos animados que me regalaste el Día del Colectivero y salí sudando grasa porque algún cascarudo habrá transitado por la vía pública (...)

En la conferencia sobre la ceguera de 1977 habla Borges de este país de "huelgas y aniversarios". El día del colectivero era y sigue siendo el día 24 de septiembre. Lo que el relator está expresando con ello es que su novia le regaló una corbata ese día, o sea que era -o es- colectivero, o celebran ese día por puro grasas. El oficio de colectivero es considerado rudo, vulgar. Se puede decir, por ejemplo, que "toses como un colectivero". Aún hoy entre la clase media hay un asco mal disimulado hacia los colectiveros, dado que su organización gremial fue siempre fuerte. Como los ferroviarios -otro colectivo que ha sido históricamente castigado por su poder representativo en la conciencia de los trabajadores- los colectiveros son objeto del desprecio de aquellos que ven en la organización sindical una pura y simple mafia.

"Los modernos temarios que están en el marcador": temario peronista en las escuelas, temario peronista en las calles, en las conversaciones... Un país de paletos levantado en torno al peronismo, y Borges y Bioy vomitando en palabras. Además, la inclusión por iniciativa de Evita de textos de ideologización peronista en todas las escuelas del país fue siempre vivido como una agresión insuperada a la libertad de cátedra.

Es bonito lo de "cascarudos" dedicado a los policías porque Oesterheld lo incorpora a El Eternauta como la primera andanada de extraterrestres invasores, en forma de escarabajos gigantes. No hay duda que El Eternauta es una alegoría de la Libertadora, en forma surrealista e ingeniosa. Curiosamente en este caso Borges/Bioy se muestran más "realistas", menos necesitados de "metáforas". El cuento de Bustos Domecq es del 47, y el cómic de Oesterheld del 57 (el inicio de la publicación). Quizás el destino final de ambos pueda hablarnos de dos formas diferentes de entender las "represalias" y la "censura". A uno lo nombraron inspector de gallineros, al otro lo torturaron y asesinaron casi carenta años después junto a casi toda su familia.

De nuevo una de las claves del malestar previo al golpe de estado del 55, y eso que el cuento está escrito en 1947, cuando sólo hace cuatro años de la entrada en juego de Perón y apenas dos del 17 de Octubre del 45, fecha de consagración popular del general: esa clave es la pintada de paredes. Domecq acusa a los cuadros del peronismo de organizar de manera borreguil a la masa para que pinte el nombre de Perón por las calles de Buenos Aires de manera planificada. Básicamente hablan de un grupo de exaltados fascistas más cerca de una banda mafiosa que de cualquier activismo político. De hecho, cuando queda aislado en compañía de otros del camión en el que los están transportados como ganado camino de la plaza de Mayo- detienen primero una bicicleta a punta de pistola y después un ómnibus, que terminan haciendo arder. Son, sencillamente, una pandilla de vándalos con un talento lingüístico extremo.

Es un cuento-pesadilla. La pesadilla de un gorila. Por mal sueño queda incluso sin habla, y sólo puede hablar el grasa enloquecido armado de pistola que va a ver a Perón. De la provincia llegan todos esos seres semihumanos a corromper el lugar natural de la acción ciudadana, sin sentir el más mínimo aprecio por esa ciudad, a la que no pertenecen. Creo que se puede entender así: la pesadilla de Domecq ante la masa peronista. Es una pesadilla con extreterrestres. Oesterheld le da la vuelta, y los extreterrestres son el ejército en su gran mayoría, que sólo se ve repelido por una minoría de militares decentes acompañados de guerrillas urbanas: los resistentes a la Libertadora.

La pesadilla termina con el apedreamiento de un joven y débil judío, que lleva lentes y libros. Una especie de representación impostada del propio Bustos. Previo al apedreamiento ha sido aumentar la borrachera de alcohol y gritos de la "marcha del monstruo". Termina el protagonista contando con orgullo cómo clava un estilete sobre el rostro del muerto -"juntapiedras", lo llama- antes de ir a ver a Perón a la plaza de Mayo. De nuevo el tema de la Civilización y la Barbarie. Evidentemente Bustos se situá retóricamente en el lado de la Civilización y condena a su relator-protagonista -y a todo lo que él representa, el peronismo- a la Barbarie.

Es una pesadilla planificada, impostada con objetivos claramente políticos. Esto es literatura de propaganda. Gran literatura de propaganda. Hay alteración de la realidad con fines retóricos, confluencia de referencias cuidadosamente escogidas (Rosas, El Matadero, los obreros industriales, los cantos, etc...) La utilización del judío indefenso es especialmente hábil, y especialmente falsa. Este cuento desmonta toda esa teoría del Borges esteticista y de su defensa de la superioridad de la literatura sobre la política. Cuando le interesó, Borges puso su pluma al servicio de sus ideas sin dudarlo.

Es un cuento quevediano, lleno de mala fe e hipocresía. Humor del lunfardo asesino desde los buenos chicos de Montserrat, parodia del grasa -al que, por cierto, ponen de italiano, como Discépolo veinte años antes, como si llevaran ese tiempo Bioy y Borges sin salir a la calle-. Grotesco porteño. Pirotecnia lingüística al servicio de la idea gorila. Gran propaganda.

Fue firmado por Borges y Bioy el 24 de noviembre de 1947. Circuló en forma de copias manuscritas entre la buena sociedad porteña durante el régimen peronista. Fue publicado por primera vez en la revista Marcha de Montevideo el 30 de septiembre de 1955 poco después de las "épicas lluvias de septiembre de 1955", como diría en el 77 Borges. Obviamente no dijo "épicas lluvias de 1955". Podrían haberse confundido con las épicas bombas que cayeron sobre el microcentro en el primer intento de golpe a Perón con un coste de 250 muertos civiles. La habilidad para hilar los recuerdos de Borges es maravillosa, llena de precisión bajo ese aparente desconcierto de anciano.

Conferencia de Borges sobre la ceguera (1977)

Comentarios

  1. Hola José, me llamo Daniela. La verdad, excelente tu informe.

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