Los errantes, de Olga Tokarczuk


La sincronicidad. Jung. La vinculación acausal. Breton lo llamó azar objetivo, la confluencia inesperada o azarosa entre lo que una persona desea y lo que el mundo le ofrece. Es el mamífero creando patrones. Es el origen de la magia. Lo que arroja luz en mitad de la oscuridad. Lo que desvanece el miedo. Tiene otro nombre: apofenia. Encontrar conexiones donde no las hay. Psicosis. Esquizofrenia incipiente. Enfermedad. Si tienes la dopamina por las nubes ves patrones en cualquier cosa. Es decir, si hay exceso de neurotransmisor, somos capaces de "entender" lo que normalmente no "entendemos". Ver, entender e imaginar están constantemente jugando entre sí, bailando una danza que recorre y define a nuestra especie. Juega un papel fundamental en la predicción y en los  patrones porque recibimos chute de dopamina y endorfinas cuando la predicción se cumple. Tener razón nos da placer. De hecho, tener razón engancha. Aunque no la tengamos. Lo cual hace que, en un determinado momento, nos mintamos para tener razón, porque eso nos causa placer, y lo contrario nos produce angustia. En los momentos en los que hay un suelo de angustia importante no nos podemos permitir no tener razón. El cerebro tiene un fondo de maestro condescendiente, y nosotros necesitamos esa palmadita. La satisfacción que nos causa el "cierre" de patrones es similar a la comida, el sexo y algunas drogas, como las anfetaminas y la coca. Esto explica que en las situaciones de presión sea más complicado llegar a consensos, en contra de lo que el sentido común indicaría. Es decir, si todos compartimos una situación complicada, lo normal sería que dejáramos a un lado nuestras diferencias y nos pusiéramos a colaborar. Sin embargo, si hemos tenido una educación emocional -y química-, basada en la satisfacción inmediata, nuestro cerebro nos engañará, y nos exigirá mayor cantidad de coherencia entre los que deseamos y lo que vemos, y si lo que vemos no nos gusta lo interpretaremos con un prisma cada vez más aberrado, y la comunicación con los demás y la posibilidad de llegar a puntos en común resultará más difícil. La cultura tradicional de los pueblos que han vivido largos periodos de escasez y peligro -o sea, todos-, prescribía un "endurecimiento" desde la infancia, un entrenamiento en la dilación de la satisfacción, una negación sistemática y general a la recompensa automática. Es la "descausalización" del maestro zen, que golpea al discípulo cuando éste cree haber entendido. Es el consejo escéptico y de bajona de los viejos en todas las épocas en todos los lugares. Es la militarización del pensamiento y de la acción en los periodos de guerra, la suspensión de todas las formas de confrontación ante situaciones que van a hacer muy difícil el consenso. Es la peste, honey. 

Nuestra bonita y esplendorosa cultura occidental-judeo-cristiana-capitalista-democrática-ecocida-colapsada ha desarrollado una herramienta para hacer frente a este fenómeno. Se llama método científico, y parte de la premisa de que, en esencia, no somos de fiar a la hora de analizar la realidad y los datos que extraemos de ella, y por ello estamos obligados a dejar a un lado "lo que nos parece" e intentar, por medio de trabajosísimos e irritantes procesos, buscar la verdad. El gran arte es otro instrumento antiintuitivo de acercarse a la realidad pasando por encima -o más bien, por el lateral- de la tontería que nos define como individuos. Porque, básicamente, somos muy tontos. Uno a uno, y sin ayuda, somo un bicho bastante tonto. Lo que somos lo somos porque confiamos unos en otros y juntamos todas nuestras tonterías para poder llegar a algo.

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Los herrantes es un libro sobre la nación viajera. Sobre esa ciudad invisible que habita los huecos entre las familias, las empresas y las organizaciones de todo tipo. Esas TAZ inestables establecidas entre los lugares de llegada. Los viajeros. Los errantes.

Tokarczuk es una maestra. Psicóloga, jungiana, editora, poeta. Inmensa. Inteligente. Sutil. Divertida. Destructiva. Libre. Maravillosa. 



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