El contexto, de Leonardo Sciascia

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Sciascia escribía en verano. Y mola leerlo en verano. En este caso una nueva novelita de intriga, crímines, y conspiraciones en las altas instancias. Está la rabiosa amargura marca de la casa. También la facilidad, esa capacidad hipnótica y melancólica que hace que su escritura se vuelva suave y terrible a un tiempo. Está su amado Stendhal. Y Sicilia. E Italia. Esa Italia que odiaba y amaba con patriotismo republicano tan maltratado y dolido, que ya sólo se parecía a un lamento, a un siniestro anochecer de la libertad. El mismo anochecer que celebran con cinismo sus beneficiarios. Se publicó este libro en 1971, aunque él mismo explica en nota final haberlo escrito dos años antes, y haberlo tenido guardado porque lo que empezó siendo una parodia distanciada terminó doliéndole. El protagonista intenta hacer lo mismo. Reir. No lo consigue. Sicilia está más allá del cinismo. Y más allá de la parodia. Es un carnaval sangrante. Ínsidiosamente sangrante, que hace difícil desviar la mirada, y te mantiene eternamente en una indefinición aparentemente inviable un minuto más. Pero minuto a minuto, han pasado tres mil años. El pasado se recrea una y otra vez, en un presente pesadillesco. El cielo en un infierno cabe. La dulzura de una isla maldita. Y de su maldición, nuestra cultura, nuestra comida, nuestro placer. Es deslumbrante la escena en la que el presidente del Tribunal Supremo de ese país imaginario en el que se desarrolla la acción explica cómo lleva treinta años refutando el Tratado sobre la Tolerancia de Voltaire. Lo tiene todo en cuadernos, que se apilan sobre su escritorio. Se define como no cristiano, y su alegato sobre el poder sustentado por si mismo y la justicia como un acto similar a la transubstanciación eucarística es brutal. El poder es poder. La vida es poder. La realidad es poder. Punto. El resto son palabras que se imponen para legitimar, velar, esconder. El poder es la única verdad.

             Esta fotografía la hice en una pequeña casa museo que permanece en pie entre las piedras del anfiteatro de Catania. Recuerdo encontrar este busto en piedra volcánica desgastada. Es vulgar. Incluso da un poco de asco. El tiempo ha hecho de ella una metáfora brutal. Esta novela me ha hecho pensar en ella, y entender a Sciascia, cuando habla de la maldición del estado italiano. Son demasiadas capas de mierda, de asco, de traición, de asesinato, de hijos de puta brillantes. Demasiada inteligencia volcada en el mal, en el sálvese quien pueda. Esa sonrisa apretada, que esconde malamente un llanto o un grito. La mueca. Los ojos abiertos, "como un conejo deslumbrado en mitad de la carretera".





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