El arte de la fuga, de Sergio Pitol

 

Leo la Trilogía de la Memoria. Este es el primero libro. Recuerdos, sueños, semblanzas...  Biografía literaria, de lecturas, de viajes...

        Habla Pitol de su juventud, y de la influencia que sobre toda una generación de intelectuales mexicanos tuvo Manuel Pedroso, quien fue miembro del Tribunal de Garantías Constitucionales de la II República y posteriormente depurado por el franquismo más allá de su muerte. Un hombre fundamental en la configuración del derecho en el México de los cuarenta y cincuenta, que además de su labor docente llenó la cabeza de sus discípulos de literatura, filosofía e inteligencia. Un sembrador humanista exiliado al que en España nadie recuerda. Uno de esos exiliados en la otra fosa, la de la cultura, la del recuerdo.

        Me produce un efecto curioso la lectura del capítulo "Diario de Escudillers", en el que Pitol cuenta cómo llegó a Barcelona en 1969 y cómo fueron esos primeros meses.Venía de Belgrado camino de Varsovia. Lo que iban a ser tres semanas se convirtió en tres años en aquella Barcelona franquista en la que se fraguó la cultura española de los siguientes veinte o treinta años. Y aparecen, inevitablemente, los de siempre: los Barral, Azúa, Tusquets... y, como siempre, se comenta la visita de Max Aub, las presentaciones, los desagravios... El efecto Rashomon se produce por la cercanía, en mi caso, con la lectura de Morán. Esta vez desde el punto de vista de un recién llegado que es acogido y promocionado en cuestión de meses. Todo es personal, por medio de cenas, amistades, matrimonios... Hasta que la "conexión" no se produce, a través de Felix de Azúa y esposa, Pitol se enfrenta a la realidad de la Barcelona de 1969: una ciudad espantosa, violenta, represora. Asiste a asesinatos, a palizas propinadas por la Guardia Civil en plena calle, las putas enanas del Barrio Chino, los hippies heroinómanos deambulando por la Plaza Real... Él venía huyendo de un México que desde 1962 se había entregado a la deriva bárbara en la que áun sigue. Durante esos cuatro meses Pitol se enfrenta a la realidad, e inmediatamente alza de nuevo el vuelo. Es divertido ver cómo la dualidad era total. Por un lado, la Barcelona real, que poco tiempo después descubriría Bolaño, para enfermarle definitivamente y permitirle volver a mirar a casa con el fuego de la derrota. Por otro, la izquierda falsaria, que le pregunta por su estancia en China, y no quiere oír hablar del horror puritano que había presenciado. A Barthes le sucedió algo parecido. 

        Entradas del diario de Pitol sobre los primeros días de 1994, en que estalló la Revolución Zapatista. Recuerdo los artículos de Octavio Paz y Carlos Fuentes, y el racismo salvaje que aquel acontecimiento hizo aflorar en España. Creo que fue la primera vez que tuve una conciencia tan clara de la discriminación latente -y frecuentemente, explícita- en los discursos políticos europeos. Incluso, o muy especialmente, entre la izquierda, a la que hacía mucha gracia ver a los indios pelear "a las órdenes" de un excurrante de El Corte Inglés. Pasados esas semanas de enero todo desapareció. Se aplicó el Tratado de Libre comercio con Estados Unidos. Y la situació actual es ésta. Y lo más delirante es que cuando se parlotea sobre el TTIP son muchos los que piensan que será la solución a los problemas, como decían entonces los bien comidos y planchados amigos de Pitol. Europa tiene un grave problema de Alzheimer y ceguera selectiva y suicida. No leemos ni nos interesamos por intentar saber qué fue de nuestras "estrellas efímeras": kurdos, sin tierras brasileños, trabajadores hondureños o de Bangladesh. Ocupan un rato de nuestro menú indignado e inmediatamente después continuamos con la discusión repugnante sobre el destino de la clase media blanca, único elemento a tener en cuenta. Leo también este artículo de la revista NEXOS: CHIAPAS, PEOR QUE AYER.









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