Planeta de paso. K. Dick

En el mundo postapocalíptico es conveniente revisar el contador. El pitido del contador es una compañía sonora habitual en los personajes que habitan estos mundos. No hacer caso al contador equivale a la muerte. En este caso, el humano explorador protagonista se encuentra con una tribu de supervivientes mutantes: dos metros y medio de altura, seis dedos en cada mano y transformaciones genéticas que les permiten sobrevivir en la selva contaminada por la radiación de la guerra. En Dick hay muchas referencias a esa idea de la exuberancia de la naturaleza cuando consigue sobrevivir al destrozo nuclear. Esta idea, que resulta extraña a cualquiera, está sin embargo presente en la Ciencia Ficción de los años 50. La naturaleza exuberante de los atolones del Pacífico y de Chernóbil corroboran esta idea, si bien, y tal y como reflejan los japoneses y americanos en el género, sutilmente modificada. De todos modos, parece ser que es mentira. En Chernóbil hay más vegetación que antes del accidente porque los cazadores y agricultores de la zona se mudaron, así como las industrias que capturaban el agua. Al abandonar Chernóbil la vegetación ha regresado, simplemente, pero es una vegetación y una fauna dañadas. De todos modos, parece claro que la propia presencia del hombre es más dañina que la radiación. K. Dick continúa esa tradición. Seguimos en 1953, y seguimos dando vueltas al peligro nuclear.
            Presencia habitual de la vida bajo tierra. El mundo del refugio nuclear le despertó a Dick esa fantasía de las comunidades bajo tierra, que cuando salen a la superficie se enfrentan a "lo otro", a lo que ha quedado fuera, indefenso y mutante, como por ejemplos los conejos mutantes, animales voladores de diez kilos de peso, y las diferentes tribus de mutantes humanos, con sus características adaptativas propias.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Mateo, de Armando Discépolo

Una estación de amor, de Horacio Quiroga

El joyero, de Ricardo Piglia