Don Giovanni


Obertura tremenda. Oscuridad y gracia. Ligereza y abismo. Il dissoluto punito ossia il Don Giovanni. El disoluto castigado. Apenas empieza la ópera: Non voglio piú servir, dice Leporello. Rápido. Todo va muy rápido. Apenas termina la obertura Don Giovanni viene de estar con Doña Ana y entra el Comendador, que, obviamente, muere. Burla de la vejez, de la muerte. Exaltación de la vida, del peligro, de la eternidad. La eternidad es una forma de percibir la finitud. Se estrenó en Praga, en idioma italiano, con un tema español, con músicos austriacos, alemanes, franceses e italianos. Europa en marcha, sin barreras. Justo cuando las barreras y las fronteras eran más altas y fuertes que nunca. 
             Trío del primer acto, Non sperar, se non m'uccidi, entre Don Giovanni, Leporello y Doña Anna. Pura gracia inquietante. Recitativo susurrado de los fugitivos. Y dúo de dolor y venganza: el galante tenor jura matar al malvado barítono. La segunda escena está dedicada a Doña Elvira, que es una dama de Burgos burlada a la que el propio Don Giovanni va a consolar. Le faltan mujeres. Leporello lo apunta todo, como un biógrafo chivato. Es muy interesante la relación amo criado, que no es en absoluto fácil, partiendo de la base de que Leporello no quiere servir más. Está escrito en 1787. Faltan menos de dos años. Al igual que Doña Anna y Don Otavio, Doña Elvira jura venganza. Enemigos. Don Giovanni siembra enemigos. Es un hombre solo. Y vivo. Esa es la mirada romántica: los demás son gentuza, él es divino.
       Escena tercera: la boda de los campesinos Zerlina y Masetto. Don Giovanni muestra quién es realmente: un caballero del antiguo régimen que esgrime sus derechos de pernada. El hecho de que esté ambientada en Sevilla en el siglo XVI ayuda al código, pero Mozart y Da Ponte están hablando de algo evidente en la Europa de su época, que conocían bien de viajes, placeres y sinsabores. Los campesinos, la clase más numerosa y oprimida, estaban expuestos a la arbitrariedad de los impulsos de cualquier noble. Estaban colonizados por sus propios señores. La escena tercera es larga, y aparecen todos los burlados hasta el momento: Doña Anna, Don Otavio y Doña Elvira. El callejón sin salida se va haciendo cada vez más insoportable para Don Giovanni que, sin embargo, tiene una confianza en sí mismo y en su propio destino de seductor que va más allá de toda razón. Cuando se supone que debería estar devastado - la presencia de Doña Elvira se supone que lo ha arruinado todo - él se muestra exultante, y se muere de ganas por iniciar nuevas aventuras. No puede dormir, no puede descansar, no puede vivir sin peligro. Adrenalina y peligro. Cuando habla con el diablo, figuradamente, parece que lo hace con un igual, con un compañero, con un viejo conocido y rival. Hay una enorme potencia en la capacidad de Don Giovanni de sobreponerse a las dificultades mediante una actitud desconcertante: se lamenta de sus problemas, pero inmediatamente actúa como si acabara de recibir buenas noticias, y demuestra un valor fuera de toda duda.


Escena cuarta. Reencuentro Zerlina - Masetto. La vergüenza. La sospecha. La ironía. La mentira asociada a la mujer. Muy Da Ponte - Mozart. Ella quiere paz. El se obsesiona con la dignidad. Pragmatismo contra machismo. Y entonces, se precipita el encuentro Masetto - Don Giovanni. Frente a frente. Zerlina teme por Masetto, por su vida. Masetto teme por lo que le queda de dignidad. Esta pregunta está todo el tiempo en Figaro: ¿puede un siervo tener dignidad? Hay una tensión, una ascensión en el interior de esos personajes, cansados de servir. Hay cansancio de servir. Y sin embargo, esa escena que parece inevitable no se produce. Masetto y Zerlina aceptan la invitación a bailar y alegrarse del propio Don Giovanni. Y entonces aparecen las otras vícitimas: Don Otavio, Doña Elvira y Doña Anna con máscaras. Todo esto sucede en el festejo de la boda entre Zerlina y Masetto. De algún modo Don Giovanni es un diablo entre humanos que tratan de ser felices en un mundo asqueroso y delicioso al tiempo. Al anular la relación entre el resto de caballeros y damas y los campesinos, queda sólo en el lugar de fricción, en la fractura.


Escena quinta. El baile le ha soltado a Don Giovanni. Se atreve a todo. Y cuando llegan los enmascarados que ha hecho pasar Leporello, llega a gritar: ¡Viva la libertad! Interesante. Sobre todo porque será el grito revolucionario por excelencia. Y lo ponen en boca de Don Giovanni, nada menos. En ese momento la palabra libertad todavía tiene el doble sentido de libertad personal o política y liberalidad, generosidad. El contexto colabora a esa ambigüedad, porque Don Giovanni ha improvisado, con la ayuda de Leporello, evidentemente, una tremenda fiesta para todos los campesinos. Ya está aquí, en 1787, la idea del romántico suprapolítico, un libertario moral y metafísico, que trasciende toda lucha humana, porque se sitúa a sí mismo sobre el resto, al exigir un fuero personal, individual. Y sin embargo, el propio Don Giovanni lo está haciendo desde una perspectiva aristocrática y narcisista en un contexto de campesinos y buenos burgueses que le están pidiendo cuentas por sus fechorías sexuales, que, a lo que parece, son, al menos, parcialmente consentidas por sus víctimas. Extraño. Hay una definición tradicional de Don Juan, del mito romántico, al menos: "el hombre que dice no". Pero es un "no" activo, histéricamente activo. Una negativa que se refleja en una acción constante en busca de los límites de lo establecido y de sabotaje de la moral imperante. Es un guerrillero, y su arma fundamental, su kalashnikov, es su polla. Es un infiltrado en territorio enemigo, que usa su polla como un instrumento conspirativo. Y funciona. Desestabiliza todo lo que toca, todo a lo que habla, y los propios lugares que pisa. Desorden en estado puro. Y sin embargo, los pone a bailar, en aparente armonía, hasta que ya no puede más, y como un vampiro sediento e impaciente, se lleva a Zerlina del brazo. Entonces todo explota, y aparecen los gritos y Don Giovanni aparece con su espada, sobreviviendo, como un animal acorralado, disfrutando de esos segundos de peligro y vida. Y traiciona a Leporello. Lo último que le queda es su criado, y no duda en venderlo para salvarse, o al menos utilizarlo. Es muy divertida esa escena, de Leporello sin entender nada preguntado una y otra vez: cosa fate? Y finalmente, cuando todo está perdido, consigue huir. Fin del primer acto. Brutal.


Segundo acto. La comedia quedó arriba. El villano protagonista huido está en una posada, junto a su fiel servidor. Y están discutiendo sobre la intención de éste de abandonar a Don Giovanni, que directamente le compra. "No me trates como a tus mujeres", le dice Leporello. Pero el dinero funciona. Y aparece Doña Elvira en la ventana, la que se supone que había seducido una vez antes del inicio de la ópera. ¡Y vuelve a conseguirlo! Fantástico. El placer del virtuosismo. Placer contra deber; juventud contra vejez; libertad contra opresión. Parece ser que el libertinaje antiabsolutista de la década de 1780 estaba bastante extendido en todos los niveles sociales, incluso en aquellos peor situados. Curioso, dado que la propia corte francesa, aunque no las del resto de Europa, era bastante libertina. Pero esa idea de un Versalles erótico la tenemos ahora, en el momento al pueblo se le ofrecía la imagen de reyes entre incensarios. El erotismo mozartiano era prerrevolucionario en todos los aspectos, y así lo vivieron. Curiosamente, la reacción de los noventa del XVIII fue extremadamente puritana, cuando la guerra europea contra la revolución y la necesidad de organización espartana llevó a casos como el de Danton. Si Mozart no hubiera muerto probablemente habría terminado horrorizado de la propia revolución. O no. Hay una clara oposición histórica entre libertinos y jacobinos, aunque en el fondo ambos trabajan en el mismo lado. Hace días Emilio Silva escribía sobre la oposición entre una cultura caracterizada en torno a "la movida" y otra que él encarnaba en "la Barraca". Creo que es erróneo plantearlo así, aunque en el corto plazo Emilio tiene, evidentemente, razón. La Movida es una gran máquina de emitir basura histórica y política. Es una libertad de juguete que les valió a una generación disfuncional. A mí no me vale. Me la suda ahora como me la ha sudado siempre. Pero tampoco es cuestión de ponerse violento. Me parece muy bien que la gente libere sus necesidades reprimidas. Y a todos nos viene bien eso: en los artístico, en lo sexual, en lo social, etc... Pero reducirlo todo a una supuesta "liberación" es tan aburrido como el jacobinismo regeneracionista, que es una cosa fea, sórdida y coñazo. Y esto está ya en Mozart, que evidentemente, de jacobino no tenía nada.Travestismo señor - criado. Doña Elvira no parece diferenciarlos. Y Leporello cae en la trampa del placer del actor: la trampa me gusta. Me gusta ser Don Juan. Me gusta estar en su piel, ser deseado, ser libre, ser astuto, ser cruel. estar por encima, ser libre. Leporello y Donna Elvira se marchan. ¿A dónde? Y Don Giovanni, mandolina en mano, le canta Oh mio tesoro a Zerlina. Travestismo de clase. Peligrosa ironía. Aparece Masseto y Don Giovanni le convence de que le va a ayudar a darle captura a sí mismo. Como Don Quijote, como Hamlet, como todos los grandes personajes, Don Giovanni tiene la capacidad de hacer extensiva su locura, de contagiarla, de teñir el mundo con su paranoia. Masseto es burlado y golpeado por Don Giovanni - Leporello. Y vuelve Zerlina para darle su dulce medicina. Deliciosa arietta:


Vedrai, carino, se sei buonino, Che bel rimedio ti voglio dar! È naturale, non dà disgusto, E lo speziale non lo sa far. È un certo balsamo Ch'io porto addosso, Dare tel posso, Se il vuoi provar. Saper vorresti dove mi sta? Sentilo battere, toccami qua!

Y volvemos a Doña Elvira y Leporello. Y vuelve Zerlina y Masseto. Y Mozart escribe un sexteto asombroso. Leporello se disculpa y se escapa. Don Otavio canta su estúpida aria bellcantista. A veces parece que Mozart se burla del propio género, de la pompa que algún día tendría. Fin del segundo cuadro. Don Giovanni, de nuevo, desaparecido.

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