Los siete locos, de Roberto Arlt

Hipólita, "la coja", mira a Erdosain mientras éste está apoyado en sus rodillas, llorando. Ella echa de menos a un tirano, a un conquistador, a un hombre "fuera de lo normal". El deseo de escapar a lo cotidiano. El deseo de lo "superior". Toda la novela gira en torno a esa idea: la búsqueda de lo sublime por parte de seres surgidos de la clase media urbana. Hay una contradicción terrible entre la pequeñez de los destinos de los personajes y sus sueños megalómanos. Hay burla, pero también asercion. Esa ambigüedad de Arlt es muy de la época. Es la ambigüedad de El trabajador de Jünger. Por cierto que me parecen dos escritores conectados. Los siete locos se editó en octubre de 1929. Dos años después publicó la segunda parte: Los lanzallamas. La caracterizan como una obra existencialista, en la que se plantea el sentido de la vida en el contexto de la ciudad contemporánea. Los personajes no creen, en nada y no saben qué hacer con sus vidas. Lo único que les queda es suspirar por un fin superior, por un "más allá" del trabajo, de la rutina. Huir de la repetición a través del horror. Heredero de eso es incluso el Che, que cuando habla de los nazis no deja de señalar su "trágica grandeza". El nazismo y todos los sueños de nuevo órgano histórico tienen en la recepción de las masas un poder de distracción y justificación del propio aburrimiento. El aburrimiento es producto del sinsentido. La repetición, la serialidad, los ha vuelto locos, los ha destruído y reconstruído como monstruos. Jesucristo aparece en el último capítulo como la imagen nostálgica de una Humanidad que ya no está, que no existe más. Dostoievsky fue muy leído por Quiroga y por Artlt. Es muy epocal esa angustia metafísica, muy años treinta. Aunque sí que es cierto que Arlt adelanta la angustia de los años treinta al final de los veinte, cuando aún no se está derrumbando el mundo. Al mismo tiempo hay un constraste terrible entre la grandiosidad tecnológica y la fragilidad psíquica y física del ser humano. 

             Cuenta Arlt que sus escritores favoritos eran Baudalaire, Dostoievsky y Baroja. Arlt no se llamaba Roberto al nacer, sino Godofredo Christophersen. Escuchó alemán paterno e italiano materno en su casa. Dejó de estudiar a los dieciséis años. De su viaje a España escribe Aguafuertes españolas. Estuvo en España entre 1934 y 1935, y vio claro que la guerra civil era inevitable.  

             La enfermedad de los personajes de Arlt sigue presente: la insoportable "normalidad" conformada por la explotación, el silencio, la vergüenza y la opresión llevan a todo tipo de locuras individuales y colectivas, a todo tipo de caídas pseudomísticas e irracionales. La vida contemporánea es insoportable, y las personas terminan adquiriendo costumbres y rasgos excéntricos y autodestructivos. 

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