El Peronismo: sus causas, de Rodolfo Puiggrós
La historia de los partidos políticos en Argentina de Puiggrós es una puerta fundamental para entender el proceso de formación de la realidad política contemporánea. Su análisis parte de la especial textura de la política postcolonial y de la dicotomía entre dinámicas internacionales y dinámica nacional en Argentina, que desemboca en el peronismo. Este quinto tomo analiza el surgimiento de la figura de Perón en 1943 a partir del golpe de estado del GOU y el ascenso posterior del coronel desde la Secretaría de Trabajo y Previsión. El bienestar social es la clave para entender el apoyo masivo de los argentinos a este proceso, que continúa aún hoy. La alternativa a ese proceso ha sido siempre la internacionalización de la economía argentina con la consecuencia de la dependencia, de un retroceso a lo agroexportador y a una sumisión neocolonial a las potencias centrales, especialmente Gran Bretaña y EEUU. A día de hoy este proceso se ha complicado mucho, por la aparición de nuevos jugadores, especialmente el BRIC y UNASUR. La crisis internacional actual le da un sentido más profundo y amplio en la historia al nacionalismo popular del peronismo. De hecho, estos días EEUU y China están demostrando que su forma de luchar contra el paro y el empobrecimento en sus países pasa por adoptar políticas que cualquier definiría como nacionalistas e intervencionistas. En todo el proceso del peronismo desde 1945 hay un momento especialmente incomprensible, que es la década de los 90, cuando las características propias de las políticas iniciadas en 1945 perdieron absolutamente su sentido. Mirando el conjunto, los noventa me resultan más incomprensibles que los setenta. Los setenta son brutales y crueles, pero no tan imposibles de entender en lo ideológico. Aunque creo que en cierto modo el peronismo de los noventa surge de los peronistas macartistas de los setenta y de sus aliados de ideología lavada -a la PSOE español, a lo felipista-.
Puiggrós reivindica la violencia revolucionaria y, por tanto, entiende el ascenso de Perón al poder a través del golpe del GOU. La diferencia, evidentemente, es que cuando le preguntan a Perón el 18 de octubre del 45 qué cree él que hay que hacer para que los congregados en la Plaza de Mayo no tiren abajo el edificio del estado y el país entre en caos revolucionario, lo que el coronel pide es "que llamen inmediatamente a elecciones". Esas elecciones, las del 45, fueron libres y sin exclusiones. Y el peronismo arrasó. Como casi siempre. Perdieron las del 83 y las legislativas del 2009. Y poco más. El arraigo popular del movimiento peronista es incontestable. Precisamente eso es lo que le lleva a decir a Vargas-Llosa que las desgracias de Argentina son culpa de su pueblo. Para él el peronismo es el cáncer de las historia reciente argentina. Pero no puede decir que es un movimiento totalitario, porque ningún presidente justicialista ha llegado a la Casa de Gobierno de ninguna otra forma que no sea a través de elecciones libres, a diferencia de los presidentes radicales de la Libertadora, por ejemplo, que ganaban elecciones en las que el principal partido rival no podía presentarse.
Puiggrós no suele entrar en la admiración acrítica hacia Perón que la mayoría de los peronistas de su generación y de la siguiente demuestran. Me pone muy nervioso que un hombre adulto me diga mirándome a los ojos que fue sostenido por los brazos de Eva Perón cuando era un bebé. Me repugna esa sumisión a la figura. Puiggrós valora en Perón lo que tiene de catalizador del movimiento social y nacional de un país que necesitaba esa catarsis desde su fundación. De algún modo con Perón cobra carta de naturaleza esa "otra" Argentina que se venía gestando desde las rebeliones obreras de finales del XIX y con el yrigoyenismo. Y tiene hacia él un reproche fundamental, que es compartido por gente como Feinmann, aunque Feinmann tiene otros muchos, que parten de este:
"(Perón) les decía a los obreros que defendieran sus conquistas "en todos los terrenos", pero a la vez les inculcaba la consigna "de casa al trabajo y del trabajo a casa", es decir la confianza en que todo se solucionaría sin necesidad de recurrir a la participación revolucionaria de las masas. Esta ambigüedad de un pensamiento huérfano de teoría revolucionaria caracteriza la trayectoria política de Perón. Nunca se decidió a admitir en la práctica que las masas avanzaran más allá delos límites del factor de presión."
Más allá del peculiar marxismo de Puiggrós, este toque de atención es fundamental como crítica al peronismo. Este es el argumento de Feinmann, como digo, que Perón se concebía a sí mismo como la ideología subyacente del peronismo. Algo así como Luis XIV con Francia, Perón "era" Argentina en su particular forma de entenderse. El propio Perón escribió el prólogo de la segunda edición, y de su lectura no queda claro qué es lo que le dio a leer Puiggrós, porque habla de bloques del libro que en la edición que yo tengo en la mano no aparecen. En cualquier caso, Perón en 1971 desde España habla de un futuro condicionado por la Unión Soviética. Lo hace con un desparpajo extraño, y más aún en un tipo que en ese momento lleva dieciséis años en España, en tiempos de una sangrienta y represora dictadura militar de signo fascista. Que desde ese lugar sea capaz de escribir un prólogo ambiguo y entendible por quien quiera como quiera es el peronismo en vena. Ahora el kirshnerismo está intentando revertir esos circunloquios, que en este epílogo llegan al paroxismo.
Habla también con profundidad de la equivocación del Partido Comunista y de los socialistas entre 1943 y 1945 al aliarse con los conservadores y con el embajador Braden contra Perón. Esa lección ha sido interiorizada a fuego lento. Los colectivos peronistas siguen resistiéndose a definirse como "izquierdistas" por aquellos meses en los que los partidos de izquierdas pactaron con el diablo contra ellos. En ese contexto se deberían entender muchas contradicciones históricas de acá. Esas alianzas extrañas y siniestras siguen produciéndose hoy, en que los "verdaderos izquierdistas" aparecen una y otra vez retratados junto a aliados de ultraderecha liberal. La contradicción no es del peronismo -o al menos, no solo del peronismo- sino de todo un movimiento político de izquierda que no entiende las necesidades de los trabajadores y su pragmatismo obrerista. Es muy interesante leer a Puiggrós en estas páginas, porque él mismo participó como emisario del Partido Comunista en reuniones con los ministros del gobierno antes de abandonar la militancia comunista y sumarse al peronismo. Es un caso generalizable a muchos otros luchadores de izquierda de esa época, y que puede rastrearse hoy en día en numerosos intelectuales que son difícilmente comprendidos en Europa.
Puiggrós no suele entrar en la admiración acrítica hacia Perón que la mayoría de los peronistas de su generación y de la siguiente demuestran. Me pone muy nervioso que un hombre adulto me diga mirándome a los ojos que fue sostenido por los brazos de Eva Perón cuando era un bebé. Me repugna esa sumisión a la figura. Puiggrós valora en Perón lo que tiene de catalizador del movimiento social y nacional de un país que necesitaba esa catarsis desde su fundación. De algún modo con Perón cobra carta de naturaleza esa "otra" Argentina que se venía gestando desde las rebeliones obreras de finales del XIX y con el yrigoyenismo. Y tiene hacia él un reproche fundamental, que es compartido por gente como Feinmann, aunque Feinmann tiene otros muchos, que parten de este:
"(Perón) les decía a los obreros que defendieran sus conquistas "en todos los terrenos", pero a la vez les inculcaba la consigna "de casa al trabajo y del trabajo a casa", es decir la confianza en que todo se solucionaría sin necesidad de recurrir a la participación revolucionaria de las masas. Esta ambigüedad de un pensamiento huérfano de teoría revolucionaria caracteriza la trayectoria política de Perón. Nunca se decidió a admitir en la práctica que las masas avanzaran más allá delos límites del factor de presión."
Más allá del peculiar marxismo de Puiggrós, este toque de atención es fundamental como crítica al peronismo. Este es el argumento de Feinmann, como digo, que Perón se concebía a sí mismo como la ideología subyacente del peronismo. Algo así como Luis XIV con Francia, Perón "era" Argentina en su particular forma de entenderse. El propio Perón escribió el prólogo de la segunda edición, y de su lectura no queda claro qué es lo que le dio a leer Puiggrós, porque habla de bloques del libro que en la edición que yo tengo en la mano no aparecen. En cualquier caso, Perón en 1971 desde España habla de un futuro condicionado por la Unión Soviética. Lo hace con un desparpajo extraño, y más aún en un tipo que en ese momento lleva dieciséis años en España, en tiempos de una sangrienta y represora dictadura militar de signo fascista. Que desde ese lugar sea capaz de escribir un prólogo ambiguo y entendible por quien quiera como quiera es el peronismo en vena. Ahora el kirshnerismo está intentando revertir esos circunloquios, que en este epílogo llegan al paroxismo.
Habla también con profundidad de la equivocación del Partido Comunista y de los socialistas entre 1943 y 1945 al aliarse con los conservadores y con el embajador Braden contra Perón. Esa lección ha sido interiorizada a fuego lento. Los colectivos peronistas siguen resistiéndose a definirse como "izquierdistas" por aquellos meses en los que los partidos de izquierdas pactaron con el diablo contra ellos. En ese contexto se deberían entender muchas contradicciones históricas de acá. Esas alianzas extrañas y siniestras siguen produciéndose hoy, en que los "verdaderos izquierdistas" aparecen una y otra vez retratados junto a aliados de ultraderecha liberal. La contradicción no es del peronismo -o al menos, no solo del peronismo- sino de todo un movimiento político de izquierda que no entiende las necesidades de los trabajadores y su pragmatismo obrerista. Es muy interesante leer a Puiggrós en estas páginas, porque él mismo participó como emisario del Partido Comunista en reuniones con los ministros del gobierno antes de abandonar la militancia comunista y sumarse al peronismo. Es un caso generalizable a muchos otros luchadores de izquierda de esa época, y que puede rastrearse hoy en día en numerosos intelectuales que son difícilmente comprendidos en Europa.
En el fondo, la dialéctica argentina de los últimos cien años es la de pais agroexportador contra país industrial. A día de hoy sigue ganando por goleada el país agroexportador. El monocultivo implica desigualdad y hambre, paro en grandes masas y dualidad social. El industrialismo implica nacionalismo, estatalismo y resistencia a los financieros de los países centrales. Esa dualidad sigue viva. El fracaso de la 125 es el mayor desastre de Argentina desde el golpe del 76. Una gran cagada. Porque todo lo demás que está pasando no deja de ser una pelea secundaria, un pataleo espectacular y socialmente interesante, pero doblarle la muñeca al monocultivo de la soja y a la estructura social que lo promueve parece a día de hoy prácticamente imposible. Todo el griterío autojustificativo y teatral del peronismo esconde ese gran fracaso. El voto de Cobos va a traer consecuencias siniestras en un futuro cercano. El momento en el que la soja caiga de precio toda la estructura económica argentina se va a ir a la mierda. Es lo mismo de la construcción en España e Irlanda, con la desventaja de que la construcción sí ha creado industrias paralelas con valor agregado. La soja no ha creado nada. Espero equivocarme. Siempre me equivoco, afortunadamente. Pero volviendo al origen, la obsesión del GOU desde el origen y de Perón después viene de los años treinta y de las obsesiones fascistas de la "guerra total". Un país industrializado podía volvar su industria en armamento en pocos meses. Eso fue lo que hizo Estados Unidos a partir de 1940. El nacionalismo pasaba por la metalurgia. Para la oligarquía eso, además de innecesario, era nazi. Lo que no decían es que eso era exactamente lo que habían hecho los norteamericanos, y que con ese recurso es como vencieron. Admitir que Argentina daría de comer a los ejércitos y retaguardias democráticos era asumir la naturaleza colonial del país. El GOU se rebeló contra eso. El odio de la oligarquía al golpe del GOU surge desde el primer momento. Eso es algo muy curioso de Latinoamérica, donde en pleno siglo XX se dan golpes de estado de diferentes características. En Portugal sucedió algo parecido en 1973. Pero en España, un golpe nos huele a cirio y duque de Alba, sin más. Lo que Puiggrós viene a decir es que el peronismo ya está en el origen ideológico del GOU, y en una tradición de pensamiento militar "metalurgista". Y sí, ese pensamiento tiene su origen, a su vez, en la "guerra total" fascista, a la que respondió Roosevelt pidiendo la bomba atómica, por ejemplo. Palabras, palabras, palabras... Seguimos usando las palabras que nos da la gana para contar la historia, y no hay forma de entender nada.
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