El grotesco argentino es un género continuador del sainete criollo, al que completa y supera. Lo que eran historias eminentemente cómicas se vuelven más dramáticas e interiores; los personajes se hacen más complejos, incorporando el naturalismo europeo, y la configuración del lenguaje y del espectáculo se hace más ambiciosa. En ese ámbito se desarrolla el trabajo de Armando Discépolo. Mateo es una obra que reúne muchos de los elementos del genéro, y es uno de sus clásicos. Toca los temas preferidos del autor: un sistema económico condenatorio, la unidad familiar amenazada, la oposición entre juventud y senectud, modernidad y tradición, moralidad y éxito exterior, autenticidad y acomodamiento social, debilidad y poder... Su lectura nos conecta con referencias posteriores de sobra conocidas, como El ladrón de bicicletas o La muerte de un viajante . La inspiración está en las novelas de Zola, en el melodrama italiano, en el sainete criollo mencionado, en Pirandel...
Es un cuento duro, triste, despiadado. El amor juvenil de Octavio Nébel por Lidia pasa desde el candor de la adolescencia a la putrefacción de una madre morfinómana que once años después del primer encuentro muere en la quinta de Nébel. Termina todo con la entrega de un cheque de diezmil pesos a Lidia. Es un cuento sobre el amor en la civilización, que sometido a los azares y a las presiones de la sociedad termina en nada, en asco, en un cheque al portador. El estilo es escueto, y tenso. Hay algo oscuro y una absoluta ausencia de sentido del humor. Quiroga se toma en serio a sus personajes, y a su clase. Es un cuento sobre un amor desgraciado en el seno de la burguesía de Concordia a principios del veinte. Hay algo de remedo de la sociedad europea, pero más franco y brutal. El personaje de la madre es fantástico: una morfinómana que navega entre la sociedad acompañada por la morfina, que no le deja llegar a los cincuenta años. Quiroga describe el riñón de la mujer como una especie de r...
Es el primer cuento de la reedición de 2006 de La invasión, la primera o una de las primeras, no sé, publicaciones de cuentos reunidos del autor. Es un cuento con un tema clásico: el joyero solitario, que a diferencia del llanero, vive su soledad con angustia y tristeza, y en lugar de hacerlo en campos abiertos e infinitos, lo hace en un cubil, sumergido a través de su lupa en las aristas y planos del tallado de piedras. A mí me hace pensar en Roberto Arlt y en Spinoza, y en la extraña visión del mundo de esas comunidades de joyeros silentes y disciplinados a lo largo de la historia. En este caso, es un hombre que entre los desórdenes producidos por la benzedrina sueña con poder pasar unos días con su hija. Es un cuento con pesadillas repetitivas, con obsesiones, con desconocimiento, con paranoias anfetamínicas. El joyero protagonista, el Chino, parece un personaje de Phillip K. Dick, uno de esos desangelados hijos americanos de Kafka. El cuento es incómodo de leer, porque provoca la ...
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