1848

El 24 de enero el Comité Central de la Liga de los Comunista amenaza a Marx con que, si en el plazo de quince días, no remite la versión definitiva de El Manifiesto a Londres se "tomarán medidas". En realidad poco le podían hacer, porque todos dependían intelectual y organizativamente de él. Lo manda, finalmente, el día 10 de febrero, fuera de plazo. En realidad el trabajo lo hace a medias su mujer, Jenny von Westphalen, que salvaba el culo a Marx de su caos de notas sueltas, falta de sistema, y fuerte tendencia a dejarlo todo para un poco después del último momento. A finales de febrero sale a la circulación El Manifiesto en Londres.
El 22 de febrero estalla la Revolución en París. La empiezan estudiantes, que protestan por la desaparición del derecho de reunión decretado por el Gobierno de Guizot desde el verano anterior. La manifestación de ese día 22 exige la dimisión del Gobierno y el reconocimiento del sufragio universal. La Guardia Nacional se interpone entre los manifestantes y el ejército para evitar una masacre. Al día siguiente, 23 de febrero, la Guardia Nacional se pone abiertamente a favor de la insurrección popular. Cae el Gobierno. Durante la noche, mientras los manifestantes lo celebran por las calles de París, el ejército mata a sesenta y cinco personas en el Boulevard des Capucines. El día 24 París se llena de barricadas. A los estudiantes se unen los obreros. La revolución está en marcha. Por la tarde, Luis Felipe abdica. Se ofrece la posibilidad de un nuevo rey constitucional. La multitud se niega. Se viene la Segunda República. Moderados, radicales y socialistas hacen una nueva constitución. El rey y su familia se tienen que ir a Inglaterra. Se decreta el sufragio universal y la jornada de diez u once horas, así como el derecho al trabajo de todos los ciudadanos. Este Gobierno provisional diseña la llamada República Social y Democrática.
Se hacen elecciones el 23 de abril. Por primera vez pueden votar los pobres. Los campesinos son mayoría y la información de las corrientes socialistas y comunistas de París no les llegan sino filtradas por los órganos propagandísticos del poder económico y eclesiástico. Además, los “genios” economistas del Gobierno provisional prefieren cargar con impuestos a los campesinos que poner en duda los créditos al Estado de los prestamistas burgueses. No se atrevieron a declarar la bancarrota y la liberación de los créditos estatales. Los campesinos no entendieron esto de una revolución que los devolvía a una situación anterior a 1789. Y votan conservador. Y a continuación se produce, en cascada, una derogación de los avances decretados en las primeras semanas posteriores a febrero de 1848.
Durante los meses que siguieron a la Revolución de febrero de 1848 –“la revolución bonita”- los representantes de los obreros parisinos exigieron el control sobre el Ministerio de Trabajo. La intención era luchar desde esa institución contra el paro, al que consideraban, con razón, un instrumento de control de la burguesía. Ese instrumento que en España llega hasta al “que coman república” de los latifundistas saboteadores de la Segunda República. Además, los sectores más reaccionarios del gobierno salido de las elecciones de abril fundaron la Guardia Móvil, que era una especie de remedo de la Guardia Civil española -fundada cuatro años antes-, es decir, un cuerpo paramilitar con funciones policiales reclutado entre la delincuencia periurbana y las masas hambrientas rurales, a lo Naranja mecánica. Por medio de ese instrumento tuvieron el des-orden público en sus manos, con el que podían modular el nivel de caos a su antojo. En general, los representantes obreros en el Gobierno provisional postrevolucionario en 1848 en Francia fueron ingenuos. Marx calificó su actitud -y, en parte, a sí mismo y su participación-, de “estupidez política”.
         El 23 de junio empezó la “revolución fea”. Los trabajadores de París, que llevaban un mes siendo provocados por el Gobierno “moderado”, que los había llevado, de nuevo, a una situación de hambruna dentro de la ciudad, salieron a las calles, desesperados. Montaron las mismas barricadas de febrero, pero ahora la Guardia Nacional -con más de 100.000 soldados- entraron en París para imponer el orden a los “rebeldes”. Mataron a 1.500. Detuvieron a 12.000, que después fueron deportados masivamente a Argelia y otras colonias, a realizar trabajos forzados que los mataban en pocos meses.
El 10 de diciembre de 1848 sale elegido Luis Napoleón Bonaparte como el primer presidente elegido por sufragio universal. En 1852 termina con la Segunda República y da inicio al Segundo Imperio. La Revolución ha dado lugar a un nuevo dictador. Otro Bonaparte termina con los sueños de libertad y cierra el ciclo revolucionario con la imposición de un régimen autoritario y favorable al gran capital. La herida entre proletariado y pequeñoburguesía no se cerraría hasta el Frente Popular auspiciado por Stalin entre 1936 y 1938 para ganar tiempo.



https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/d/d2/Meissonier_Barricade.jpg


Este cuadro de arriba se llama La Barricade, rue de la Mortellerie, June 1848, y lo pintó Ernest Meissonier. A veces ha sido llamado Recuerdo de la Revolución. Por cierto, rue de la Mortellerie significa calle de la Funeraria. El cuadro lo pintó durante el año siguiente a partir de una acuarela pintada en el lugar de los hechos el 25 de junio. Entre los cuerpos de los asesinados por la Guardia Nacional están los adoquines con los que construían las barricadas, confundidos unos y otros. El cuadro fue despreciado y rechazado en los salones de 1849 por su crudeza y porque el Gobierno no quería que se expusieran rastros de las barbaridades que aquel verano de 1848 se cometieron para que la Segunda República no supusiera, bajo ningún concepto, una amenaza al poder de la burguesía bancaria e industrial francesa. Los hombres -algunos, casi niños-, que aparecen en la pintura murieron, básicamente, por obtener una ley que garantizara el pago del salario diario por una jornada de diez u once horas y se terminara con el trabajo a destajo, que hacía que las jornadas se pudieran prolongar doce o catorce horas diarias. Es decir, algo tan básico que, al perderlo por las maniobras dentro del Gobierno provisional, sabían que la alternativa sería el hambre para ellos y sus hijos, como efectivamente sucedió. La lucha suicida de esos tres días de junio de 1848 en París fue llamada la “revolución fea” y, en cierto modo, dio lugar al arte realista, del que este cuadro es un claro iniciador. Théophile Gautier resumió la nueva estética diciendo que este cuadro genera el problema de alguien que dice lo que nadie quiere decir, que habla de lo que nadie quiere hablar. Sin embargo, Meissonier no era especialmente favorable a los trabajadores revolucionarios, y desde su condición burguesa -era un pintor acomodado-, hay críticos que lo interpretan como un “aviso” a futuros revolucionarios. Hay una absoluta ausencia de gloria o épica, y cierta impasibilidad en el punto de vista. El subtexto sería que “si te rebelas terminarás amontonado entre tus compañeros como los putos adoquines”. No les cierra los ojos, y deja pies descalzos y pantalones y blusones medio abiertos. Ni siquiera es fácil saber si son catorce, quince o dieciséis cuerpos. Los colores no los diferencian. Son carne de cañón. El personaje del centro tiene los ojos abiertos en un rictus de terror ante lo que se le viene encima. Hay sangre. Hay manchas. Hay escatología. No perdona nada. No deja nada a la imaginación. El cuadro huele. Horroriza. Alecciona. Retrata. La fuga de la calle en la oscuridad de una tarde sin brillo, con el cielo cubierto de nubes o humo, me ha recordado la maravillosa secuencia de Un rey y su pueblo en la que derriban la Bastilla y eso les permite recibir la luz del sol. La servidumbre de vistas, se llama. ¿Y quién se la impone a quién? Es un cuadro muy pequeñito, de 29 por 22 centímetros. Y está en el Louvre. Y como soy un completo ignorante no me paré a mirarlo. Al menos yo no recuerdo ese acto.

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