Una, grande, y desertizada

Precioso desierto con olor a cabra. Cabra ausente. Cabra imaginaria. Nunca hubo cabras camino de Ciudad Real. Y si las hubo murieron. Poco rentables. Poco fiables. Pero este es un país de cabras. Y de cerdos. Cerdos cabezones y violentos, sudorosos, embutidos. Cerdos de Groszt.

El polvo se arremolina al cruzar los campos, que exhiben las plantas perfectamente enfiladas con GPS, pero muertas por falta de agua. Se acabó el acuífero. La Mancha romana, que conocía su riqueza subterránea. La Mancha andalusí. Ahora muerta. Por ignorancia. Por brutalidad. La misma brutalidad que asoma en los bosques gallegos y que incendia balcones de rojigualdas. Están de nuevo aquí. Otra vez. Como siempre, aparecen los buitres de la patria al olor de la caída. Enloquecidos. Hambrientos de sangre. Pero esta vez van a fallar. Somos demasiados. Somos demasiado buenos.

El rumor solemne de las catástrofes falsas. Falsas caídas. Falsas catástrofes. Este país no va a hacer ruido al caer. Sus defensores imaginarios son demasiado estúpidos. Amenazan. Básicamente son fanfarrones inútiles. Tienen las armas y la locura. Esperemos que esta vez no sea suficiente. Esperemos que el mundo no vuelva a torcerse por acá.

Raro va siendo el territorio o localidad hispana sin su "nunca más". ¿Nunca más? Siempre hay más. Si no terminas con ellos, los caciques siempre vuelven a por más. Viven de eso, tronco. Tú mismo.

También es verdad que después de cada "nunca más" suele venir una mayoría absoluta del cacique. Pero eso es otra historia. O no.

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