Hippocrate, de Thomas Lilti

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Junto a Samba, de Eric Toledano y Olivier Nakache, esta peli resume una parte importante e interesante de la industria cinematográfica francesa actual. Ha renunciado a la innovación formal. Han conseguido que el público masivo se mire a si mismo, a sus problemas, a la realidad del país. Además está el estilo documental, la ligereza narrativa, el ritmo... Al final el tito Gavras alcanzó la estela de los viejos Resnais y Godard. En esa pelea antigua y viejuna -en España también la hubo, entre Barcelona y Madrid, sin ningún resultado- se siguen produciendo maravillas como estas. El cine sirve. El cine ayuda a vernos. Cine que sirve como quinestesia social, como articulación de un pueblo, de una comunidad. Y la potencia de la realidad ficcionada, esa basura conceptual, pero esa placentera forma de pasar la tarde en lo oscuro de una sala. Durante años he pensado en las vidas de esos médicos de urgencias del Severo Ochoa de Leganés, del Gregorio Marañón, de La Paz. Esas personas preocupadas y agotadas que se mueven entre las camas de los boxes y pasillos de urgencias. La vida de los hospitales, campo de juego de las tensiones en un país entero. En esta peli están tratadas con grandeza, con respeto. Y eso le da vuelo épico. En cierto modo, tanto una como otra son películas de guerra. De esta guerra que está viviendo Europa. Entre la razón y la ternura y la brutalidad del cinismo y la crueldad. Y se atreven, en ambos casos, a decir la verdad: van ganando los malos. Tres a uno al descando.
 
 

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