Pequeños sabotajes

La desidia es un sabotaje inconsciente. Un medio vivir. Un estar sin estar. Su fuente principal es la desconfianza radical hacia la acción colectiva. Cuando esa desconfianza se instala profundamente, sigue teniendo poder incluso en situaciones de ausencia de represión aparente. La construcción de un paradigma común, consensuado en puntos mínimos, es un acto colectivo de confianza y voluntad. En España esa construcción ha sido simulada, reconstruída, por medio del mito de la Transición. Lo que fue una negociación de élites y aspirantes en despachos del barrio de Salamanca de Madrid a altas horas de la madrugada, entre nubes de tabaco y ofertas que no se podían rechazar, se ha vendido como una épica construcción de masas ciudadanas. Ese deslizamiento, esa mentira, está en la base de nuestra realidad actual. Somos una comunidad simulada, que se sustituye a sí misma con una versión artificiosa y modulada por el poder en todo momento. El discurso es esquizofrénico, porque la sociedad española se vende a sí misma una historia que ni siquiera puede vender al pisar fuera de la frontera. No he conocido a un español hablar con orgullo de su democracia fuera de España en mi vida. Hay siempre algo vergonzante, falso. Cuando alguien se lanza a la aventura suena pomposo, decimonónico, evidentemente legitimador, aburrido. Es ese discurso de Juan Carlos de Borbón paseando por el mundo un relato a ritmo pausado, leído como una redacción colegial, absolutamente vacío. Es esa cinta magnética que se reproduce una y otra vez en un artefacto obsoleto.

           El 13 de septiembre pasado asistí a un seminario sobre Memoria. La novedad, en esta ocasión, era el tratamiento de los años inmediatamente posteriores a la muerte de Franco. 

           Ariel Jerez, habló de la muerte del sueño de emancipación en la España contemporánea. Más allá de las realidades del momento, el resumen que se puede hacer de la victoria derechista es haber eliminado del imaginario español el sueño de transformación profunda. El franquismo y la posterior democracia descafeinada y cómplice con el pasado se han dedicado a limpiar del mal utópico la sociedad, de depurarla. Ese era el objetivo de la Cruzada fascista de 1936. Levantar la mirada al sueño emancipador es la gran novedad de la política española en los últimos dos o tres años. En la década de los setenta a la izquierda se le propusieron tal cantidad de problemas de pura supervivencia y crecimiento que fue imposible levantar esa mirada, porque el objetivo era otro, era la "homologación", el "europeísmo", el "progreso". Ese gradualismo escondía, como es lógico, una derrota. Pero era una derrota dulce, como bien explicó su máximo responsable.
          Todo ese naufragio trabajó, sin embargo, sus mitos vergonzantes. En primer lugar, la idea del sentido débil de la política, y que en mi opinión ha traspasado a todos los órdenes del pensamiento y la práctica. Se renuncia a un sentido fuerte -maximalista, ideológico- por un sentido débil -gestión, progresión, gradualismo, lucha en el corto plazo, conyuntura, negociación a puerta cerrada-. Toda la épica la pone Victoria Prego y la Filarmónica de Praga, pero los demás nos dedicamos a trabajar, ver, oír y callar. La libertad se identifica con el consumo. La Educación se destina a crear competidores que sepan, y quieran, consumir en grado máximo. Y sí,  hay una mística, la mística del voto. El voto es contrato a ciegas, legitimación, absolución, justificación, todo. A través del voto la democracia española puede lavar todas sus manchas cada veinte meses. Las elecciones son un remedo de la fiesta purificadora. Una absolución para el Corpus. De nuevo, una merienda galdosiana con brasero. Y de nuevo, de las barricadas a la taberna, a delirar con Max y los modernistas. Las culturas militantes son secuestradas o barridas, y la dirección se reúne en el palco del Bernabeu a hablar de sus cosas, que nunca, nunca, fueron las nuestras. La Impunidad tiene sus microimpunidades, que se reproducen por todo el sistema, en todas sus relaciones jerárquicas, hasta llegar a lo personal, al súbdito desempoderado. España ha desarrollado un inmenso mural de declinaciones de la expresión "agachar la cabeza". Hemos inventado tantas formas de hacerlo y tantos eufemismos para justificarlo, que ha terminado casi por sustituir al propio discurso interior. La mayor parte del tiempo nos dedicamos a explicar rendiciones, y a detallar por qué no lo son. Parece que se quejan, pero no, están justificándose. Los salvavidas y contrapesos que una sociedad moderna ofrece casi por naturaleza de transmisión de información, fallan sistemáticamente entre nosotros. Hay ejemplos a todos los niveles, desde lo académico a lo erótico. Un gran acto fallido que se repite una y otra vez, palabras sin alma, escenarios poblados de fantasmas semi vivientes.

         Rafael Escudero habla de cómo entre 1976 y 1983 se produjeron en España 591 muertos por razones políticas, de los cuales 188 murieron a manos de las fuerzas del estado. Se produjeron muertes entre la izquierda a manos de la extrema derecha, el paramilitarismo, la represión callejera y, frecuentemente, en comisaría. Mencionan como referencia el libro de Mariano Sánchez Soler La transición sangrienta: una historia violenta del proceso democrático en España 1975-1983 (Ediciones Península,2010).


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         Mencionan un dato especialmente repugnante. La Ley de Memoria Histórica:

Artículo 10. Reconocimiento en favor de personas fallecidas en defensa de la democracia durante el período comprendido entre 1 de enero de 1968 y 6 de octubre de 1977.

En atención a las circunstancias excepcionales que concurrieron en su muerte, se reconoce el derecho a una indemnización, por una cuantía de 135.000 €, a los beneficiarios de quienes fallecieron durante el período comprendido entre el 1 de enero de 1968 y el 6 de octubre de 1977, en defensa y reivindicación de las libertades y derechos democráticos.
 
          ¿Y por qué el 1 de enero de 1968? ¿Qué pasó el 1 de enero de 1968? Pues que esa es la fecha en la que las víctimas de ETA tienen como referencia para cobrar sus indemnizaciones. Esta identificación es inexplicable, y refleja gran parte de las paranoias históricas del PSOE y del país en general. Aparte de la repugnante compensación entre víctimas, la ley daba validez a todos los consejos de guerra franquistas, que continúan siendo válidos hoy, por supuesto. Jurídicamente marca la continuidad entre ambos regímenes. Moralmente trasluce el naufragio de una forma de anhelar la democracia basada en automatismos históricos falaces.

          Después de Rafael Escudero, interviene Belén Gopegui. Lee un fragmento de su propia novela Lo real. Es la historia de un hombre que deja a su chica, pero que al hacerlo dice sentirse tan mal como ella. Belén habla del "acaparamiento del ganador de la dignidad del perdedor". Menciona la Cultura de la Transición, y pone como ejemplo Soldados de Salamina, donde, al igual que en Anatomía de un instante, Cercas se dedica, básicamente, a lavarle la cara al sistema heredado y a la continuidad con el fascismo. Habla Gopegui de la sentimentalización de la victoria y la derrota. En esa identificación, en ese esfumato complaciente de las razones y principios éticos, se encuentra el bloqueo de sentido, la ocultación lógica, que caracteriza la España contemporánea, y que le da ese aroma de poltergeist político difícil de sustanciar o identificar. Para que eso se produjera fue necesaria la traición de la cultura española, en el sentido de no responder a su responsabilidad de guardianes de memoria, y quedar relegados, y autorelegarse, a la condición de bufón, de distractor, de animador, de puta. La postmodernidad tuvo en España este matiz específico de olvido tácitamente consensuado entre el poder y las personas de la cultura. La responsabilidad es atroz. El efecto "presente eterno" propio de lo postmoderno está cargado de ansiedad en nuestro caso, porque lo alimenta la necesidad de huida de uno mismo. La mayor parte de la cultura española desde la Transición fue protagonizada por los hijos favorecidos del régimen anterior. El problema sobrevenido es la curiosa incapacidad propositiva. Sin pasado no hay futuro, porque no hay surco, porque eres un astronauta ingrávido. La Cultura de la Transición entra en crisis a partir del final de los años 90, y sobre todo a partir del 2000, cuando Aznar vuelve a sacar los monstruos a la palestra, y la derecha "pierde sus complejos". A partir de ese momento el fraude se va haciendo cada vez más evidente. La crisis económica no ha hecho sino rematar ese estado de cosas, y evidenciar su estructura de estafa. Los últimos veinte años ha sido un lento desvelamiento de un gran timo al pueblo, que fue estafado, como en todos los timos, con su complicidad. La estafa perfecta, como cualquier profesional conoce, es aquella que hace culpable a la víctima. En este caso, el pueblo había aceptado el cambio de libertad por seguridad económica. El pueblo español no quería una democracia, quería un centro comercial y una tarjeta de crédito. Cuando la estafa se ha evidenciado la parte más activa en la resistencia ha sido la juventud que no había percibido ese "intercambio", porque no había recibido aún los beneficios y porque sus padres se lo habían ocultado convenientemente. El otro elemento de resistencia son los perdedores de la Transición, gente de mediana edad y viejos, a los que se les acusa de silencio después de haber sido silenciados. Recuerdo que en 2011 había gente que preguntaba ¿dónde habían estado los indignados todos estos años? Efectivamente, los indignados meritocráticos, es decir aquellos que no quieren cambiar nada, sino que quieren saber qué hay de lo suyo, estuvieron calladitos mientras la tarjeta funcionó. El resto, los indignados revolucionarios o transformadores, siempre estuvieron allí, pero nadie les permitió emitir mensajes con la suficiente continuidad y coherencia. En este sentido, para mí es fundamental lo que representaba El País y Prisa. La izquierda liberal ocupó todo el espacio político más allá del franquismo puro y duro de la ultraderecha, y mandó al precipicio a todo lo demás. Se le condenó a los herederos ideológicos de la República, y sobre todo, a los herededos políticos y sociales de la lucha contra la dictadura franquista, a vivir al margen. La Memoria Histórica ha sido un ejemplo de esto. Durante décadas formaba parte de las tinieblas más allá del mar de los justos, en la tierra incógnita de la democracia real, que era considerada una peligrosa utopía, propia de desequilibrados y perdedores.

        Por la mañana de ese mismo día, Viçenc Navarro ofreció una desordenada videoconferencia grabada desde Estados Unidos. De todo lo que dijo, hubo cosas que me parecieron especialmente interesantes. Trazó un dibujo de continuidad e identificación entre España, Portugal y Grecia en algunos puntos cruciales que les han dejado en una situación de especial fragilidad frente a la Globalización y la Crisis. Los puntos de unión son que, tras la II Guerra Mundial, en estos tres países hubo regímenes fascistas y anticomunistas. Estos regímenes establecieron enormes cuotas de pobreza sistémica silenciada, una amplísimo margen para la represión del estado igualmente asumida entre el pueblo, una gran predisposición a la desigualdad de la estructura económica, un relato del poder y de la historia macarthysta y anticomunista, una fuerte desfiscalización y, por tanto, una anemia programada del estado, sistémica e imposible de revertir incluso en las posteriores condiciones de democracia parlamentaria y, por último, una estrucutra de dominio de élites familiares que crecen por cooptación y redes clientelares entre los nuevos ricos, seleccionados por su predisposición a conservar y alimentar el sistema sin cambios. Con esos mimbres se fueron tejiendo las sucesivas transiciones políticas en los tres países y, finalmente, su integración en la Unión Europea, para lo que nadie se preocupó de sanear esas cuestiones fundamentales en la estructura democrática. La Unión se formó "respetando" esas estructuras en el Sur, sin obligar a esos estados y esas sociedades a enfrentar los problemas de agravio histórico y, por tanto, de fraude en el juego social que seguían más vivos que nunca cuando entraron en el régimen jurídico europeo. Cierto es que países como Francia, Alemania o Reino Unido tenían demasiado que callar y no era el momento de una nueva catarsis antifascista. Hablar de la traicionada democracia española significaba inevitablemente preguntar qué habían hecho esos países para que Franco no ganara y, una vez en el poder, no muriera en la cama. En realidad, lo llamativo es que la Ley de Memoria Histórica, por ejemplo, no se implantara desde la Comunidad Europea con anterioridad a 1986. Pero ese tratado fue negociado por "socialistas". El fraude estaba consumado. 
          La tendencia de aumento de gasto social sobre el PIB se mantuvo en España hasta 1993, cuando el PSOE tuvo que empezar a pactar con CIU. En ese momento se inició el cambio de tendencia que ahora está entrando en su último episodio. Sólo siete años despues de la entrada en Europa, la derecha española vuelve a tomar el control del presupuesto. Tres años antes había caído el Muro. La pista se abría para ellos. Nada se interponía. En ese momento, 1993, el pueblo español tuvo la última oportunidad para reaccionar. Lo intentó Anguita. Fracasó. Recuerdo perfectamente que todo el mundo consideraba que tenía razón, pero sonaba dogmático y aburrido, y perdió estrepitosamente ganando un montón de escaños. Los comunitas nunca gobernarían ni entrarían en un gobierno del estado. La izquierda real -la democracia real- había perdido su último tren. Cuando en 2007, quince años después, en coyuntura económica favorable, el estado tuvo fuerte ingresos, el gobierno socialista se permitió cerrar los presupuestos con superávit, a pesar de los evidentes déficits sociales en todos los ámbitos. El macarthysmo en su forma neoliberal había triunfado en todos los órdenes. 
           Sostiene Navarro que la impunidad ante el genocidio es la fuente principal de la impunidad fiscal y de la impunidad política que ha llevado a la crisis económica y a la crisis de representación. Aunque la crisis de representación siempre estuvo ahí, lo que hay ahora es crisis de legitimidad, de apoyo. La representación no fue democrática nunca. El resultado es un evidente debilitamiento del estado y de los principios jurídicos más básicos. ¿Por qué habría que meter en la cárcel a un corrupto si su padre biológico o ideológico no se enfrentó a ninguna responsabilidad por una cruzada de seiscientosmil muertos? Desconectar ambas cuestiones es la nueva mentira que en estos años se está instalando. Se recurre a explicaciones antropológicas muy extrañas, a todas las ciencias sociales, a estereotipos, a culpas, a lamentos, pero nadie se enfrenta a la pregunta sencilla de ¿por qué Portugal, Grecia y España, y en cierta medida Italia, no tienen recursos para frenar el desastre? ¿Por qué sus estructuras políticas son tan poco "eficientes"? Porque no son resultado de prueba y error, de competencia, de consenso, sino resultado de una imposición violenta de unos pocos sobre la práctica totalidad del pueblo. La sangre subyace. La sangre inmoviliza, y contiene el gesto antes de que se inicie. La sangre enterrada castra. No limpiéis esta sangre.

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