El maestro Juan Martínez que estaba allí (Manuel Chaves Nogales)

 

Novela picaresca. Novela de perdedores. Novela de una realidad deformada y, por ello, aún más profundamente real. Aparece el viaje, la revolución, la miseria, la crueldad más obtusa, el mal. Al mismo tiempo, la aventura, el cosmopolitismo, la locura decadentista. Como toda novela picaresca es fuertemente secuencial, episódica. Una novela de novelas, de cuentos. Cuentos de personas, de grandes atrocidades y de pequeñas genialidades imbuidas de la magia de lo que sucede una vez y no más. Al leer este libro se tiene la sensación de acompañar a un héroe antiguo en sus extrañas peripecias, salvando el pellejo a cada minuto. La energía épica es asombrosa, y por ello, se convierte en una novela de lo cotidiano salida de las entrañas de la Historia. Es un libro que pone en evidencia todas las mayúscuas, que las ridiculiza por el poder de la vida y la supervivencia, y que, por contraste, convierte los giros de pequeñas vidas anónimas en fantásticas aventuras. Es un libro de Historia, de Política, una huida interminable, un retrato de la Revolución Rusa aterrador y preciso. Es un libro sobre la inestabilidad, sobre el miedo, sobre el Sueño de la Razón, en su doble y electrizante paradoja.


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          Juan Martínez y su pareja, Sole, atraviesan la tormenta con dignidad de bailaor y de gente del pueblo. Hay momentos angustiosos, pero siempre hay entereza, y cierta predisposición a la alegría y al carpediem. Martínez odia el comunismo, aunque también tiene pavor al anticomunismo, que define, en 1934, como una enfermedad que corroe la razón. La lucidez histórica de Chaves Nogales resulta deslumbrante. Lo vio venir, aprendió del pasado cercano, opinó con criterio, y perdió. El síndrome de Casandra llevado a su máxima expresión. Aún hoy sigue siendo reivindicado por la derecha, en todos sus amplios márgenes, que lee en él lo que le da la gana. Se puede definir a Chaves Nogales como un liberal, pero un liberal español krausista, surgido de las experiencias liberales españolas y atizado con todo por los enemigos de ese liberalismo, esos mismos que ahora lo reivindican. Paradojas del cinismo español. Locura del eufemismo, de la mentira.
           Cada capítulo tiene varias historias que, en si mismas, podrían generar una novela. Chaves tiene la cortesía de poner pequeños títulos que presentan esas microhistorias maravillosas. "Pabirchenko, banquero y payaso", "Cómo se acaba en una semana con cuarenta mil polícías", "El clown Bim Bom", "El hombre misterioso de Minsk", etc... Son pequeños capítulos narrativos dentro de los capítulos cronológicos, creando así una doble estructura que calza como un guante. De este modo, el tiempo histórico penetra una y otra vez el relato, pero permite al mismo tiempo que las pequeñas vivencias individuales se resalten fuera del conjunto con precisión independiente y eficaz. Este sería un libro perfecto para enseñar a escribir. Es un ejemplo de lo que la prosa española previa a la caída de la Segunda República podía conseguir. Aquí está Baroja, y Clarín, y Cervantes, y también sus compañeros de generación, Camba, Ruano o Pla. Hay una cultura profunda, asumida de forma natural, y expuesta con una elegancia sencilla y accesible a todos. Hay libertad interior, estupor, ausencia de prejuicios, incluso una sequedad casi vanguardista. Es un libro terso, y sin embargo, potentísimo, tremendo, repleto de imágenes artaudianas.
              En general, Juan tiene una idea de los rusos y ucranianos como bestias pardas sin remisión. Desde su punto de vista esa revolución es un horror porque el pueblo "sobre" el que se está llevando a cabo es un pueblo embrutecido y hambriento. Los judíos son astutos y codiciosos hasta lo grotesco, y los alemanes borrachos, estrictos y crueles. Los bolcheviques son personas con una capacidad de trabajo infinita que, por eso mismo, no son muy recomendables. Está claro que, siendo él mismo un trabajador incansable, la visión de Martínez sobre el trabajo no es muy positiva. Entiende que las cosas buenas de la vida son el ocio, el baile, la música, el sexo, la paz, la buena comida, la aventura y la gente, sin más. Es un hombre abierto, con prejuicios, pero con una relación sana hacia ellos. Da la impresión de que nunca le llegan a dominar, y que está siempre dispuesto a cambiar de opinión sobre cualquier idea que su experiencia, que es mucha, haya consolidado. Sin buscarlo, Juan Martínez es un hombre libre. En este sentido, es un personaje barojiano. Al mismo tiempo, es un lacayo, un sirviente, un hombre dispuesto a todo para sobrevivir. Él mismo se burla de sus  remilgos al principio de la revolución para robar las botas de un muerto. Martínez colaboró con los zaristas, los alemanes y los bolcheviques, y con todos se llevó bien. Es un factotum, un Fígaro en mitad de la guerra. De algún modo, es un Woyzeck al revés. Nunca le puede la pena, nunca se rinde. Su ética se resume en una bella frase: "Hoy puedo decir con orgullo: jamás cayó nadie por mi culpa".
              Es impactante el relato del asesinato administrativo que hace Chaves Nogales. Lo ve venir con absoluta lucidez. Lo contempla como una máquina que se está poniendo en marcha, que está entrando en revoluciones óptimas. 

            

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