Las brujas y su mundo, de Julio Caro Baroja

Las brujas de Zugarramundi. Fue un proceso muy célebre y sus actas contienen mucha información sobre cómo veían a las brujas en la época, especialmente desde el poder colonizador castellano. El desconocimiento y el odio hacia la lengua euskera ayudó en gran medida a este proceso, que se llevó a cabo en Logroño. En él se concretan los delitos de los culpables: metamorfosis en forma de cerdo, cabra, vaca, sapo y pájaros varios; aquelarres, orgías, negaciones de la fe en general, asesinatos, antropofagia... Se supone que los brujos pueden mantenerse en las dos naturalezas al mismo tiempo: la humana, que permanece en la cama, y la animal, con la que se permite -en efigie- realizar todo tipo de aberraciones. 
           Lo que no termina nunca de quedar claro, y Caro Baroja no se detiene en ello, es cuál era el móvil de la brujería, más allá de crear un calco negativo de la Iglesia católica. De algún modo, la brujería encarna todos los miedos del poder en el siglo XVI en España, pero nunca llegamos a entender claramente qué querían. No parece que haya intentos de conspiración expansivos, como sucede en los cuentos de brujos apocalípticos contemporáneos, que siempre buscan "el poder absoluto". Parece evidente que aquellos aldeanos guipuzcuanos no buscaban dominar el Imperio. Más bien es al revés. Ejercían una resistencia a la expansión de la Cruzada similar a sus contemporáneos en el Nuevo Mundo. Esta es la teoría de Silvia Federici, que piensa que la brujería englobó a todas la heterodoxias y resistencias al capitalismo primitivo, que buscaba acumular capital para expandirse a América y a todo el planeta, tal y como finalmente sucedió. Es curioso que siempre se procesa a las brujas y brujos por "incitar", es decir, por hacer extensiva su anarquía. Siempre hay grupo. No muy extenso. Pequeñas asambleas de resistentes que debían ser sofocadas y reprimidas. La medicina natural practicada -y el control de natalidad que se derivaba de su ejercicio-  era un primer objetivo. Igualmente los culpan de las tempestades, que en el País Vasco eran cosa seria, porque significaban terror y pérdidas humanas y materiales irremplazables. Al dar contenido mítico a los vientos del mar construían un supermalvado de infinita potencia espiritual.
            La caracterización de Satanás le debe mucho a la figura de Moloch, el dios fenicio que los romanos combatieron y al que negaron entrada en sus panteones. Cartago fue borrada del mapa, y de la historia. Pero quedó en Occidente en el fantasma de su némesis: el Mal, Satanás. Cuando Flaubert escribe Salambó está dando en el clavo con una pericia total. Igualmente la presencia de brujos y brujas caracterizó gran parte de la educación plástica y emocional de los niños europeos durante siglos. En el fondo se trasluce un intento de disciplinamiento temprano por medio del miedo a la anarquía y a la pertenencia a grupos "no oficiales". Este miedo continúan presente hoy en casi todos los ámbitos. Desde niños nos advierten de las "malas compañías". El SIDA, las drogas, la noche, el suspenso, el paro, el fracaso social o económico, siguen siendo artefactos que, en manos del poder, se utilizan contra los niños como medio de domesticación. Y que de adultos nos siguen funcionando, como medio de autocontrol y de control del otro. La explosión de la brujería en Europa en el Renacimiento inaugura la era del terror gestionado desde el poder, por medio del relato de la Iglesia y del discurso del Estado. La gestión del miedo ofrece enormes beneficios a las inversiones, porque abaratan la mano de obra y favorecen la estabilidad política y la "seguridad jurídica" de esas inversiones. A veces pienso que la estafa en la que nos encontramos inmersos no es más que un auto de fé de dimensiones planetarias, para asegurar el reparto de beneficios en la medida justa según sus inversores. La brujería es una fuerza que tiende a la horizontalidad, dado que los diezmos e impuestos de Satanás se cobran en sangre y almas. La estructuración de la fe en torno a la Iglesia, y la transformación de esa fe en Dios en fe en la Ley ayudan a la estructura piramidal intimidatoria en la que vivimos. 
            La represión de la brujería en España fue paralela a los judaizantes y a los humanistas. Así tenemos la tríada de enemigos que continuaron siendo -y que son hoy en día, el objetivo prioritario del poder totalitario-. Por medio de los autos dirigidos a los judaizantes -al igual que a los moriscos y gitanos- se unificó el perfil racial y cultural. El extraño debía ser eliminado. Esto tuvo un éxito casi total en España. Cuando llegamos al siglo XX los nazis no tuvieron apenas que esforzarse con estas minorías porque ya habían sido exterminadas. No fue lo mismo con los humanistas, que a través de la masonería y la Ilustración han llegado a nuestro tiempo. El odio a la universidad y a la escuela laica que en España se respira entre la derecha tiene fuentes lejanas y raíces profundas. Cuando se dice que la mal llamada Guerra Civil enfrentó a curas y maestros se está diciendo una verdad incompleta, pero una verdad. Así, la izquierda ilustrada es heredera de los humanistas españoles, así como la izquierda popular es heredera de los colectivos sistemáticamente acusados de brujería. En conjunto, asistimos a una homogeneización mediante la destrucción. Campos de Castilla, tan iguales entre sí... La desforestación en España es un símbolo de esta Cruzada. Es raro que haya brujas en lugares sin árboles... y, como muy bien escribió Chejov, es raro que haya civilización donde no hay árboles. Para el poder, los árboles son escondrijos.


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