El número de la bestia, de Robert Heinlein

El vértigo de Henlein. Nietzscheanismo de derechas. Hoy día le llaman liberal. Espléndido escritor. La  novela, como siempre en él, tiene como centro a un núcleo familiar anormalmente dotado. Noción "dura" del sueño americano: la supremacía de los más fuertes, los más inteligentes, los más duros, los más dotados. Hay algo de "space cowboy", dado que su género fue la ciencia ficción.



                Por el camino, Henlein siempre deja referencias interesantes de la cultura estadounidense del siglo XX, como cuando compara a Lloyd Wright con "los Gilbreth", que eran un matrimonio de ingenieros y empresarios. En las fotos aparecen siempre con una docena de hijos los dos pioneros del estudio del movimiento de los obreros en la fábrica, que, en contraste con Taylor, intentaron hacer más eficientes (y escasos) los movimientos de los trabajadores para aumentar la productividad. En el caso de Taylor lo que se buscaba era sólo la reducción de tiempos de producción, sin incluir a los trabajadores. Gilbreth fue pionero, por ejemplo, en el entrenamiento de los soldados para armar y desarmar sus armas de forma rápida y mecánica, incluso con los ojos cerrados. Este entrenamiento sigue haciéndose hoy en día. Trabajando en un restaurante yanqui hace años me enseñaron a "maximizar" cada ida y venida. Tenías que tratar llevar la mayor cantidad de peso en cada desplazamiento, para adelantar siempre trabajo. El punto era que te planteabas "para qué hago esto o lo otro". El método Alexander y los principios de la biomecánica de Lecoq parten del mismo planteamiento. Gilbreth aplicó su "método" a la construcción (para poner ladrillos) o a la cirugía (parece ser que fue suya la idea de que la enfermera entregara en la mano al cirujano los instrumentos adecuados). En relación a esto último es necesario recordar que la anestesía, su poca eficiencia, convertían las operaciones en una carrera contrarreloj hasta hace no mucho. De hecho, muchas operaciones siguen siendo peligrosamente urgentes. El trabajo de Gilbreth sobre el movimiento buscaba reducir los movimientos y, por tanto, aumentar la eficiencia sin que el trabajador sufriera por ello. Otra aplicación de sus estudios, paradógicamente, fue la de la medicina laboral, que pudo distinguir qué afecciones correspondían exactamente a qué trabajos, en función de los movimientos, gestos o acciones repetitivos que su desempeño exigían. Los videos son estremecedores. Lo más delirante de todo es que empezó a perfeccionar el método criando a sus doce hijos. Los vídeos hablan de la robotización del ser humano. Es como si la era de los robots se estuviera adelantando a los años 20. Gilbreth es contemporáneo de Fritz Lang y del expresionismo alemán. La conexión con Metrópolis y con otros ejemplos parecidos de denuncia de esa robotización de los trabajadodres es evidente. Sólo que aquí tenemos la referencia original positiva. Lo más bestia de todo es la presencia del pequeño reloj cuya giro trasluce un sólo segundo, repetido una y otra vez, por toda la eternidad. El apellido de Frank Gilbreth quedará para la eternidad unido a su microcronómetro, como una metáfora de un capitalismo expansivo que esconde siempre el hecho evidente: toda esa producción ha de ser consumida por alguien. En el imaginario de Gilbreth y su época ese conflicto nunca existió. La verdad es que, una vez mirado esto, no se entiende muy bien qué quiere decir Henlein al referirlo a la arquitectura. En principio está hablando de funcionalismo.
       Heinlein adora el sexo en familiar. Literal. No es coña. Odiaba los impuestos. Amaba las armas y el individualismo. No creía en la igualdad de los seres humanos. Creía profundamente en su esencial desigualdad. En sus novelas es frecuente que los protagonistas finjan un standard de vida inferior del que realmente llevan para no pagar impuestos. Por eso siempre hay escondrijos, palacios encantados hipertecnológicos, asteroides terraformados para el disfrute de unos pocos privilegiados... El concepto de paraíso está muy presente en la literatura arcaizante norteamericana. El sueño tiene siempre un elemento de "regreso". ¿Soñar es regresar?
        Cita Heinlein las leyes de Clarke:

1. Cuando un anciano y distinguido científico afirma que algo es posible, es casi seguro que está en lo correcto. Cuando afirma que algo es imposible, muy probablemente está equivocado.

2. La única manera de descubrir los límites de lo posible es aventurarse un poco más allá, hacia lo imposible.

3. Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.

        Se permite el chiste de que Clarke fue "eliminado" durante la "gran purga". Es decir, Heinlein, en 1980, coqueteaba con la idea de una revolocuión "bienpensante" que eliminaría a los espíritus libres y fuertes. Cuando K. Dick lo conoció le pareció, sencillamente, un fascista. Le respetaba como artista, pero era evidente su colgadura. Heinlein fue abierto partidario de Ronald Reagan, y se cuenta que fue uno de los escritores de ciencia ficción a los que se pidió consejo y advirtieron la necesidad de configurar lo que se ha llamado el "escudo antimisiles", o lo que en los años 80 del siglo XX se llamó la Guerra de las Galaxias. Es decir, su posición política unida a su indudable fuerza dentro de la literatura popular se conectaron en algún momento. No es raro, entonces, gran parte de las paranias de K. Dick. Sus locuras sucedían REALMENTE.
         Volviendo a las leyes de Clarke, Heinlein las matiza, al hablar de que si alguien quiere hacerse rico, no tiene más que averiguar qué es lo que el estado dice que es imposible de afrontar e invertir en ello, porque lo más probable es que allí esté el futuro. El futuro está en lo imposible. En el fondo, K. Dick y Heinlein compartían un montón de cosas, solo que su temperamento era diferente. Donde Heinlein ve sueños dorados K. Dick percibe inminentes pesadillas.





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