EL HOTEL DE INMIGRANTES







El domingo pasado, visita con un amigo al Hotel de Inmigrantes de Buenos Aires. Cuando llegamos allí eran algo más de las once, y el calor empezaba a apretar. Mi amigo quería enseñarme el lugar porque durante una conversación de sobremesa yo le confesé mi fascinación por el puerto semiabandonado de Paraná. El me dijo que había un lugar en Buenos Aires que a él le producía una fascinación parecida. Era el Hotel de Inmigrantes, donde muchos de los antepasados de los actuales argentinos pasaron días o meses. Era el lugar en el que eran acogidos hasta que pudieran partir a otro lugar en el país o hubieran conseguido algún domicilio para ellos y sus familias en la ciudad. En ese lugar eran alimentados gratuitamente mientras estuvieran allí y se les asesoraba sobre los distintos oficios y lugares en los que había mayor demanda de fuerza de trabajo.
Cuando llegamos vimos un cartel que anunciaba su cierre a las visitas de forma indefinida. Les pedimos a las dos militares que custodiaban la entrada si sería posible pasar y ellas nos acompañaron. En la actualidad el lugar es la sede de la entidad migratoria, la Dirección Nacional de Migraciones, y está siendo reformado para facilitar los trámites. La parte de museo ha sido cerrada para no interferir en las obras.


El hotel fue construido en 1906 y siguientes. Se encuentra apenas a cien metros del puerto al que llegaban los inmigrantes por barco. Del desembarcadero se pasaba a la oficina de trabajo, al hospital -donde todos eran examinados- y finalmente, el hotel. Se construyó allí porque de forma natural en la inmediaciones se habían ido instalando con los años tiendas y cabañas para esos primeros días tras el desembarco. De algún modo el gobierno quiso hacer oficial una realidad que amenazaba con crecer desmesuradamente y sin control.


El acto de desembarco consistía en el abordaje de una junta de visita a cada barco que llegaba, a fin de constatar la documentación exigida a los inmigrantes, de acuerdo a las normas, y permitir o no su desembarco. El control sanitario también se realizaba a bordo, por un médico asignado a ese fin. La legislación prohibía el ingreso de inmigrantes afectados de enfermedades contagiosas, inválidos, dementes o sexagenarios. La revisión de los equipajes se llevaba a cabo en uno de los galpones del desembarcadero destinado a ese fin.


Después pasaban a la Oficina de Trabajo. En ella se hacían pequeños talleres de capacitación y había diferentes oficinas de colocación, según oficios y lugares del país. Había un servicio de intérpretes. La mezcla de lenguas y procedencias era tremenda. También se hacía una labor pedagógica sobre el estado argentino y las virtudes e ideales republicanos.


Allí también se hacían las cédulas de identidad. Estas incluían el sistema dactilográfico Vucetich. Este señor, Juan Vucetich, fue el creador del primer sistema de identificación dactilográfico a gran escala y con fines identificatorios y forenses. Era un croata que emigró a los veintitrés años a la Argentina y que trabajó para el estado, en estadística y para la policía de Buenos Aires. Su inventó triunfó, no cabe duda. En 1891 se resolvió el primer caso de asesinato con este método, comparando las huellas de Francisca Rojas con los restos del crimen de sus propios hijos.


Obviamente, en el complejo del hotel había también una oficina cambiaria de moneda.


Pero la función más importante del Hotel era la hospitalaria. Se trataba de impedir que de allí salieran emigrantes enfermos de enfermedades peligrosas o contagiosas. De algún modo se les sometía a una cuarentena, aunque en época de ausencia de epidemias en Europa se supone que no había porqué. Son comprensibles estas medidas, si pensamos, por ejemplo, en la pandemia de 1918 -la gripe española- y en la cantidad de emigrantes de posguerra que intentaban llegar a Argentina.


El Hotel es una construcción de cuatro pisos, de hormigón armado, con un sistema de losas, vigas y columnas de ritmo uniforme, que dio como resultado espacios amplios dispuestos a ambos lados de un corredor central. Había cuatro dormitorios por piso, con una capacidad para 250 personas cada uno, lo que significa que en el hotel podían dormir 4 mil personas.


A los inmigrantes los despertaban las celadoras, muy temprano. El desayuno consistía en café con leche, mate cocido y pan horneado en la panadería del hotel. Durante la mañana, las mujeres se dedicaban a los quehaceres domésticos, como el lavado de la ropa en los lavaderos, o el cuidado de los niños, mientras los hombres gestionaban su colocación en la oficina de trabajo.


Se habían dispuesto turnos de almuerzo de hasta mil personas cada uno. Al toque de una campana, los inmigrantes se agrupaban en la entrada del comedor, donde un cocinero les repartía las vituallas. Luego ellos se instalaban a lo largo de las mesas a esperar su almuerzo. Este consistía, generalmente, en un plato de sopa abundante, y guiso con carne, puchero, pastas, arroz o estofado. A las tres de la tarde a los niños se les daba la merienda. A partir de las seis comenzaban los turnos para la cena, y desde las siete quedaban abiertos los dormitorios.


Cuando ellos llegaban al hotel, se les entregaba un número que les servía para entrar y salir libremente, y conocer poco a poco la ciudad. El alojamiento, gratuito, era por cinco días, por "Reglamento", pero generalmente se extendía por caso de enfermedad o de no haber conseguido un empleo.


El hotel dejó de funcionar en 1953. Las fotos son de Bobby Blanzaco.

Comentarios

  1. Buenos días!
    Me han gustado mucho las fotos del hotel, estaba buscando un mail para contactarme con el fotografo, peor no encuentro ningun correo, podrías facilitarmelo?
    Saludos
    Gimena

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