Inmunes

La elevación de un paradigma a discusión pública como indicio de su decadencia. En este caso, del paradigma inmunológico, que fundamenta su existencia en torno a la idea de frontera y de limpieza. Limpieza ligada a seguridad. Limpieza ligada a previsibilidad y orden. La paz de los parejos, de los que entiendes y con los que puedes compartir la vida, frente a lo otro que desconoces y te desconoce. El paradigma inmunológico busca y frecuentemente encuentra su respuesta necesaria, su pesadilla agazapada, y el cumplimiento de sus miedos. "Los chinos son unos cerdos". El buen europeo se protege de lo que teme. Lo denigra. Lo niega. Lo desentiende. Lo caricaturiza. "Comen murciélagos, y otras cosas repugnantes". Ok. Son unos cerdos y comen bichos inmundos. Pero, ¿por qué tu país tiene índices de contagio diez o veinte veces superiores? "Porque aquí hay democracia, libertad, y un Estado que no puede hacer lo que quiere contigo". Ya, pero llevas tres meses encerrado en tu pisito de mierda. Has perdido masa muscular. Has perdido capacidad intelectual. Estás sufriendo las consecuencias de una reclusión forzada. Mucho más intensa y larga que en China. "Los chinos son unos guarros". Da igual. No tiene sentido. No hay un verdadero razonamiento subyacente. Una sociedad construida sobre la asepsia y la limpieza ha llenado el planeta de basura, y es incapaz de protegerse frente a un virus con estrategias diferentes a las utilizadas hace seiscientos años, cuando las heces corrían, en el mejor de los casos, por el carril central de la calzada. Ni siquiera tenemos datos fiables, ni diagnósticos fiables, ni comunicación científica fiable. El naufragio es colosal. No es que no haya vacuna. Es que no hay tratamiento reconocido públicamente, y los tratamientos que se ensayan son constantemente desprestigiados por estudios que son, a su vez, desprestigiados por otros estudios de dudosa calidad. La desconfianza general alcanza lo público. Los gobiernos y las instituciones sanitarias internacionales son mirados con desconfianza, porque corren todo tipo de teorías de la conspiración. Los gobiernos ni siquiera las desmienten. Las mafias dominantes se contradicen mientras hacen caja. No es rara la inconsciencia en el baño y la bebida. Hasta cierto punto es lo único racional. Tan lógico es  ir a bañarse o a beber con tus amigos o familia a la playa entre una multitud que decir que las mascarillas no son necesarias desde la autoridad pública sanitaria para evitar una escalada en su precio. Lo intentes como lo intentes la armadura de racionalidad es demasiado frágil, demasiado arbitraria. El paradigma de la limpieza no lo necesita.

¿Qué relación tiene el paradigma inmunológico con el estado nación y su construcción? ¿Qué papel ha jugado en la vida cotidiana? En la Península Ibérica tiene antecedente en 1449, en los estatutos de limpieza de sangre que se dictaron contra las minorías sospechosas de practicar en secreto sus antiguas religiones. Básicamente pretendían impedir la competencia de los cristianos militarmente vencedores frente a las poblaciones de los lugares conquistados al declinante Al Andalus. El estatuto de limpieza de sangre consistía en exigir al aspirante a cargos públicos o eclesiásticos una certificación de ser descendiente de cristiano viejo que habría de ser expedida por las autoridades registrales, es decir, las parroquias. Se llevaban a cabo todo tipo de pesquisas hasta que quedaba claro que la persona era apta desde el punto de vista religioso, entendiendo la religión como una mezcla difusa de pertenencia racial, social, étnica y de comportamiento público y privado. Tuvieron una gran difusión en las instituciones de gobierno municipal, el ejército y la universidad. En un principio fueron rechazados por el papado, porque negaban la capacidad del bautismo para aligerar al individuo de sus pecados.

Pero antes de eso es importante recordar la fecha de 6 de junio de 1391 y la matanza de judíos que se inició en Sevilla, y que después se extendió a otras ciudades, como Córdoba, Andújar, Montoro, Jaén, Úbeda, Baeza, Ciudad Real, Cuenca, Huete, Escalona, Madrid, Toledo -el 18 de junio-, Burgos, Logroño -12 de agosto-, Valencia -el 9 de julio-, Orihuela, Játiva, Barcelona -el 5 de agosto- Lérida -el 13 de agosto-, Mallorca, etc. La herida de convivencia se había ido pudriendo sobre todo tras la peste de 1349, de la que se culpó, en casi toda Europa, a las minorías judías. El incendiario de aquel haciago verano de 1391 fue el arcediano de Écija, un predicador cuya fanática doctrina antisemita le costó la vida a más de 4.000 personas sólo en Sevilla, y a varios miles más en todo el país, sin que a día de hoy se sepa exactamente a cuántas personas afectó. Sí se sabe que la judería de Barcelona prácticamente desapareció durante muchos años. Después de aquello el antisemitismo en los reinos hispanos fue creciendo, con el apoyo de las instituciones o sin él. En 1436 la ciudad de Barcelona prohibió que los conversos pudieran ejercer como notarios. En 1446 Villena, en Alicante, prohibió la residencia a los judíos y conversos. A partir de 1450 los problemas políticos y sociales se multiplican, y con ellos el antisemitismo y la paranoia hacia los conversos. El caso más importante fue el de la revuelta anticonversa de Toledo de 1449, encabezada por Pedro Sarmiento, durante la cual se aprobó la primera “sentencia estatuto” de limpieza de sangre. Consistió en una declaración por la que se establecía que los conversos eran indignos de ocupar cargos, privados o públicos, en la ciudad de Toledo y en todo el territorio de su jurisdicción. A partir de ese momento se generaliza su imposición, sobre todo en Castilla. En 1501 la Corona castellana promulgó dos decretos en los cuales se establecía que ningún hijo de condenado por la Inquisición podría ocupar ningún cargo o ser notario, escribano, médico o cirujano. Se pretendió diferenciar -sin mucho éxito-, la discriminación a los conversos que habían sido penitenciados por la Inquisición —y a la primera o segunda generación de sus descendientes— respecto a los conversos en general. Los estatutos de limpieza sangre que incluían a todos los conversos fueron decididos por cada institución de forma independiente. Los estatutos se generalizaron casi exclusivamente en la Corona de Castilla. En Cataluña eran desconocidos, razón por la cual las instituciones aragonesas sufrieron menos la discriminación y el empobrecimiento intelectual y económico. Tras 1492 el modelo se extendió a América, creando un sistema de castas raciales que continúa operando de forma implícita a día de hoy. Bien es verdad que figuran muchos edictos en la Recopilación de las Leyes de Indias en los que se pretende impedír a los conversos, sus descendientes y a los reconciliados por la Inquisición, trasladarse a América. Esa reiteración repetida podría significar que estas disposiciones eran ignoradas muchas veces.

La infamia de no ser cristiano viejo se extendía a toda la familia de aquel que sufría una  declaración. El estigma era perpetuo, y ni siquiera el bautismo lo podía borrar. Esta doctrina racista fue fomentada por la Inquisición con su costumbre de colgar en un lugar visible los sambenitos una vez que los condenados habían finalizado el período de castigo. Incluso cuando los sambenitos se hacían viejos se reemplazaban por otros nuevos para que la "infamia" de un linaje no se olvidara. Esta costumbre se mantuvo hasta finales del siglo XVIII.

Los estatutos de limpieza de sangre fueron criticados por ciertos sectores de la Iglesia y la Universidad, como el caso de Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, a la que se relacionó durante siglos con los judíos y los falsos conversos. El sucesor de Ignacio de Loyola como general de la Compañía en 1556 fue un converso, Diego Laínez, lo que suscitó una enorme polémica interna. Juan de Mariana también se apuso con fuerza a los estatutos de limpieza, argumentando que no tenían prescripción. En 1599 se publicó el alegato más rotundo que se había escrito nunca contra los estatutos y que causó una gran conmoción, porque su autor había sido miembro de la Inquisición y además era un prestigioso teólogo dominico de 76 años. Se trataba de Agustín Salucio, que planteó dos críticas a los estatutos: que ya no tenían vigencia porque ya no había conversos que judaizaran y que habían traído más males que bienes.

A lo largo del siglo XVI las guerras de religión con los protestantes exacerbaron la animadversión étnica y religiosa, porque se acusaba, sin mayor fundamento, a los conversos, de ser los responsables del surgimiento del protestantismo. Este fue uno de muchos otros bulos y teorías conspiratorias, como la elaborada por el cura Melchor Izo, que falsificó una supuesta Carta de los judíos de Constantinopla enviada a los judíos de Zaragoza en 1492 para aportarla como "prueba" de la existencia de un complot de los judíos para, a través de los conversos, acabar con los cristianos y "violar sus templos, y profanar sus sacramentos y sacrificios".

Tanto Lerma como Olivares, como gran parte de los ministros posteriores, especialmente los ilustrados, intentaron terminar con ellos, pero la clase hidalga se negó a ello. El pueblo, además, encontraba en su existencia una especie de retribución moral que los hacía políticamente rentables. El odio racial y la emigración a América absorvían muchos de los terribles impactos sociales de la decadencia imperial española, que duró trescientos años. Los estatutos de limpieza de sangre permanecieron vigentes oficialmente hasta 1835, aunque siguió más de veinte años para los oficiales del ejército y hasta 1870 para los profesores universitarios.

Seguimos construyendo identidad sobre una idea de unidad racial, religiosa y cultural, lo cual tiene especial trascendencia estos días y en los tiempos venideros. El paradigma de la inmunidad ha caído, pero ahí siguen los reyes y poderosos gozando de inmunidades y privilegios jurídicos y económicos; ahí seguimos gozando de inmunidades y privilegios blancos, masculinos, castellanoparlantes, occidentales, nacionales, etcétera; Ahí sigue el choque, la defensa, la furia y la opresión, el guetto, la marca, la lista de adeptos y contrarios, el protocolo de negación de auxilio, la mentira y la conspiración pseudocientífica. Ahí sigue la frontera y la reclusión. Ahí sigue el virus, y lo extraño, y el miedo, y la estupidez. Ahí sigue el rencor del mediocre con título y la lucha del marginado por dejar de serlo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Mateo, de Armando Discépolo

Una estación de amor, de Horacio Quiroga

El joyero, de Ricardo Piglia