El problema de los tres cuerpos, de Liu Cixin
En tres libros se mezclan invasiones extraterrestres, la Revolución Cultural, la hibernación, el urbanismo, el colapso, la ciencia, el futurismo, la sociología, la metafísica, la moral, y un montón de cosas más. Leer los tres libros es una experiencia casi física, que cansa, exalta, decepciona, aburre, fascina, y daña, y que te sumerge en un torrente megalómano, absurdo, imposible, delicioso, aborrecible, machista, delirante, y genial. Fue escrita entre 2006 y 2010 y es, en sí misma, una restauración de la ciencia ficción neoclásica.
El título hace referencia al problema de los tres cuerpos en el campo de la mecánica orbital, consistente en determinar, en cualquier instante, las posiciones y velocidades de tres cuerpos, de cualquier masa, sometidos a atracción gravitacional mutua y partiendo de unas posiciones y velocidades dadas. Es un problema físico cuya solución, en ocasiones, es caótica. Ello supone que pequeñas variaciones en las condiciones iniciales pueden llevar a destinos totalmente diferentes. En la historia de la física es importante porque contradice lo establecido por Pierre Simon Laplace en 1776, que afirmó que si se conociera la velocidad y la posición de todas las partículas del Universo en un instante, se podrían predecir su pasado y futuro. Durante más de 100 años su afirmación pareció correcta y, por ello, se llegó a la conclusión de que el libre albedrío no existía, ya que todo estaba determinado. El determinismo laplaciano consistía en afirmar que, si se conocen las leyes que gobiernan los fenómenos estudiados y se conocen las condiciones iniciales y se es capaz de calcular la solución, entonces se puede predecir con total certeza el futuro del sistema estudiado. A finales del siglo XIX Henri Poincaré señaló la noción de caos como elemento importante de muchos sistemas de difícil estudio.
Del sistema de tre cuerpos surgen, de forma inevitable, los punto de Lagrange, que son los lugares sin gravedad en los punto intermedios del sistema. Actualmente, en muchos de esos puntos de Lagrange descansa la basura espacial, porque son lugares en los que el movimiento cesa, porque la atracción entre cuerpos se anula mutuamente.
La historia de la novela tiene lugar durante la Revolución Cultural de China, mientras los Estados Unidos y la Unión Soviética buscan vida extraterrestre. China tiene su propia iniciativa en este ámbito, el proyecto Costa Roja, fundado en una base secreta militar en los bosques del norte del país asiático. La protagonista, la astrofísica Ye Wenjie, es la directora del proyecto, cuya misión es buscar exoplanetas y observar el movimiento del sol y otros planetas para descubrir la potencialidad de vida extraterrestre. A partir de ahí recorreremos un camino de millones de años, culturas, formas de inteligencia y conflictos. En toda la novela subyacen los principios de la "sociología cósmica", una protociencia sobre las leyes de supervivencia en el universo. En general, es una visión shakespeareana, muy oscura, del cosmos, dominada por el paradigma del “bosque oscuro”, consistente en que cada especie lucha por su supervivencia presumiendo una hostilidad preventiva y letal de las demás.
Liu Cixin es ingeniero mecánico y, a pesar de no necesitarlo, mantuvo su trabajo durante años. Se declara admirador de Asimov, Clarke y Tolstoi. Le encanta jugar con los roles más arquetípicos, como el artista vanidoso, el científico mercenario, el guerrero entregado o el político psicópata, y llevarlos a un nivel superior por pura acumulación de energía, por radicalidad de propuesta. Su sutileza es conceptual, pero luego el desarrollo de las ideas es brutal, como una enorme obra de ingeniería que va tomando dimensiones monstruosas a partir de un concepto delicado. Él mismo ha declarado que intenta difundir la ciencia a través del género de la ficción científica. Es decir, a pesar de todo, hay un impulso pedagógico en su escritura, aunque la cosmovisión subyacente no sea precisamente tranquilizadora. También es crítico con su estilo, al que no valora especialmente. Sostiene que si sus textos tienen en algún momento algún valor estilístico es mérito del traductor o del bienintencionado lector.
Su escritura es hija del materialismo chino, que funde la tradición mágica en una hermosa fusión escéptica y realista. Es un escritor que, a su manera, intenta decir la verdad. Subyace el internacionalismo, el materialismo, el cosmopolitismo. Eso le acerca a los clásica Asimov y Clarke, y lo aleja de la Ciencia Ficción nacionalista o libertarian, rollo Henlein, o de la parodia, onda Lem, Martha Wells o Scalzi. Está vagamente conectado con la dimensión humanista de Úrsula y con la locura de Dick. Liu es un escritor que va en serio, y que está flipado con la space opera, y que no va a negociar ni a dejar heridos. Lo tomas o lo dejas. Esa energía tan masculina termina cansando, como cansa un largo trayecto en tren o la visita a una presa hidroeléctrica. Lo importante en esta trilogía es el volumen, que es total. No es que sea una novela grande, es que, probablemente, es la novela que intenta contar un espacio y tiempo más grandes de la historia, Biblia incluida. Cuando Juan se para en el Apocalipsis, Liu están empezando. Además, hace un uso constante y muy efectivo del eco: el filamento ultraresistente del episodio en Panamá reverbera en la “gota” de alta densidad trisolariana, el cuento encriptado que le cuenta a su amante en el punto de Lagrange reverbera en toda la tercera parte, etcétersa. Liu hace una construcción con tirantes que recorren la estructura, que la conecta, dando sostén a una narración monstruosamente inmensa.
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