La Tribuna, de Emila Pardo Bazán
En 1883, en medio de la "placidez" de la Restauración canovista, Emilia habla de los sucesos de "la Federal". Han pasado diez años, y escribe la primera novela de "tema obrero" de la literatura española. Esta novela retrata los elementos sociológicos esenciales que desde el liberalismo doctrinario llevarán a las posiciones reaccionarias de la derecha española restauracionista, que terminarán en la CEDA y el franquismo.
Pese a todo, el personaje de Amparo y los de sus amigas en la fábrica de cigarros de Marineda (La Coruña), introduce un elemento muy interesante y hermoso: la mujeres en mitad de la acumulación primaria del capitalismo. Pardo Bazán ha leído a Balzac, a Stendhal y a Zola, y aplica su aprendizaje. Se introduce documentadamente en el mundo proletario, y mantiene cierto respeto en el retrato hasta que, poco a poco, le va pudiendo el asco al pobre. Habla de los barrios obreros de Coruña, de las calles enlodadas, de las casuchas sin ventilación, de los conflictos entre rurales y urbanas, entre madres e hijas, entre burguesas y proletarias. Una novela en la que se habla de mujeres, lo cual tiene una enorme importancia en un siglo XIX tan victorianamente machista.
Al principio del relato hay una escena brutal, en la que unos militares -Borrén y Baltasar, que seguirán siendo parte de la trama hasta el final- valoran el cuerpo de una niña de trece años como si estuviesen hablando de un semoviente agropecuario. La brutalidad de la escena, y el daño que causan, se irán reflejando en la personalidad de la niña, la protagonista, hasta su desenlace. Esa experiencia asquerosa, la de esas miradas y palabras, esa salvaje cosificación, es retratada de forma sutil y dolorosa al mismo tiempo. Hay una perspectiva de género en Pardo Bazán imposible de encontrar en otros escritores de su época.
Al mismo tiempo, retrata una ciudad en tiempos de acumulación. La clasificación económica está en marcha. La burguesía está construyendo su ciudad, y se están produciendo procesos de gentrificación que van expulsando a los obreros a los extrarradios. Hay lugares concurridos y lugares solitarios, plazas y huertas... La cercanía de esos lugares produce inquietud, porque finalmente todo funciona como un pueblo grande. Se siente en la novela el artefacto urbano reconfigurándose, recreándose mes a mes, año a año.
La historia folletinesca de la trama principal retrata la caída en desgracia de una hija del pueblo. Sin más. En ese sentido es totalmente primitiva y lacrimógena. Emilia sabe que el horizonte de posibilidades de la protagonista llega a donde llega. Ahí se ven parte de las costuras racistas y clasistas de la Pardo Bazán. Y cabe mencionar el racismo porque Pardo Bazán compartía con gran parte de sus contemporáneos los conceptos de raza y clase ligados entre sí.
La autora no sabe qué son el primitivo anarquismo ni el comunismo, que a esas alturas han adquirido cierta importancia. Emilia tiene terror de clase, y exactamente igual que haría Borges con el peronismo, empieza a emitir todo el ruido que puede para que nada se entienda. De hecho, el tono y la estructura de la crítica de la Fiesta del Monstruo y toda la retahila gorila de Borges beben de la Pardo Bazán.
Es curioso que una novela que transita la caída de Isabel II, la revolución del 68, la monarquía de Amadeo, el levatamiento carlista y la República, cuente todo eso como un descomunal follón "imposible de entender", campo fértil para demagogos e iluminados. Jamás estará dispuesta a otorgar una mínima dignidad ni a los revolucionarios ni a los federales. Para ellas esos años fueron simple y llanamente una pérdida de tiempo histórico, una interrupción de los procesos de dignificación humana que suponen el progreso de la acumulación de los suyos. Falta solamente afirmar que faltaba que llegaran los templados hombres que finalmente "se llevarían el gato al agua". En este sentido Emilia es fiel a su clase y a lo que represntaba su familia. La novela se firma, por cierto, en el Pazo de Meirás, lo cual es más que significativo.
La antirreligiosidad latente de la novela le da un punto divertido. De algún modo es lo que une a todas las mujeres de la novela: la profunda religiosidad que las limita y las castra.
Gran novela. Grandes personajes, tanto Amparo en la ficción, como Emilia. Una giganta burguesa y decimonónica, mucho más interesante que casi todo lo que se estudia del XIX español. El machismo del canon y curricular es aburridísimo.
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