La Revolución Rusa, de Rosa Luxemburgo
Lenin dijo que este libro es en el que "Rosa Luxemburgo se equivocó". Se publicó años después del triunfo de la Revolución Rusa, cuando ya había sido asesinada Luxemburgo. Es un texto extremada y lealmente crítico. Considera que la Revolución rusa es el acontecimiento central de la historia contemporánea, como efectivamente fue luego considerada de forma unánime. Escribe también que los rusos han salvado la dignidad del proletariado, humillado y traicionado por el socialismo alemán, que se ha entregado al socialchovinismo durante la guerra, convirtiéndose en un vehículo para la legitimación de la explotación en su máximo grado: la guerra imperialista.
Básicamente va desgranando una misma reflexión en diferentes aspectos. Lo que le preocupa a Luxemburgo es que los revolucionarios rusos han convertido sus acciones, producto de la improvisación ante situaciones de absoluta gravedad, en un ejemplo a seguir. Es decir, la propaganda política ha terminado devorando la racionalidad, y se supone que es la razón la que ha de guiar la acción revolucionaria. Para los comunistas su accionar político es el único que puede ser identificado con el método científico, mientras que el resto de partidos, incluidos los socialistas, anclan sus reflexiones en el idealismo y, por tanto, en el pensamiento mágico.
Lenin y Trotsky tuvieron que tomar decisiones gravísimas en medio de una presión global contra un país inmenso y desprovisto de un estado digno de tal nombre. Resulta inverosímil que el estado proletario pudiera sobrevivir a 1918. Que llegara a 1920 es un milagro. Parece ser que el día 73 de la revolución, es decir, en los últimos días de 1917 o primeros de 1918, Lenin se felicitó exaltado ante Trotsky porque habían superado los 72 días de la Comuna. Es decir, ese primer gobierno se movió entre la guerra civil, el armisticio y el caos. En apenas unas horas un reducidísimo grupo de personas se vieron obligadas a tomar decisiones imposibles. Y sobrevivieron. A partir de ese momento entra en juego la mitología, y para Luxemburgo esto puede ser letal para la Revolución, como efectivamente sucedió décadas más tarde.
A eso se le añade que, a nivel organizativo, ni Lenin ni Trotsky tuvieron nunca la más mínima inclinación democrática. A pesar de que "bolchevique" signifique originariamente "mayoritario", frente a "menchevique", que significa "minoritario", la tendencia a la militarización y la verticalización estaban en los modos de ambos desde mucho antes de 1917. Ambos mandatarios tenían una larga experiencia de organización, y, sobre todo a partir de 1905, llegaron a la conclusión de que la democracia interna no era más que un modo de abrir las puertas a la penetración enemiga. Pensemos que la mayor parte de su vida vivieron en la clandestinidad, entrando y saliendo de Rusia, perseguidos y vigilados, y siendo partícipes y víctimas de complots y conspiraciones internas y externas.
Resulta curioso cómo Luxemburgo critica a Lenin y Trotsky por una cosa y su contraria. En ese sentido, el texto evidencia su provisionalidad. Imagino que si la autora hubiera podido terminarlo habría concretado varias cosas. En su crítica, señala como un grave error el excesivo poder que, a su juicio, el gobierno revolucionario ruso concedió a los soviets, sobre todo a los soviets rurales, de agricultores, entre los que se repartió la tierra. Para Luxemburgo era fundamental iniciar una política de reconcentración de la tierra en grandes agroindustrias que aseguraran la alimentación de la población. Así se hizo con posterioridad. Stalin estaba fascinado por las grandes agroindustrias norteamericanas, y a partir de la Nueva Política Económica así se establecería, marcando a su vez un modelo de concentración que tendría efectos desastrosos tanto en la Unión Soviética como en su extrapolación acrítica a países de la órbita socialista, como Cuba en los años sesenta y setenta. En cualquier caso, a Luxemburgo le parece un desastre empoderar individualmente a los campesinos rusos, en los que no confiaba. Los compara a los junkers prusianos. No parece que tuviera mucho aprecio al populismo agrario ruso. En cualquier caso, ese reparto de tierras y de poder con los soviets le parece muy peligroso, al igual que la invitación a la autodeterminación de los pueblos. Esos excesos democráticos le parecen criticables, al mismo tiempo que le parece peligroso eliminar la participación democrática formal burguesa, a la que en otros momentos califica de farsa o de juego de estafadores.
Sobre la democracia Rosa Luxemburgo hace una alabanza de la democracia radical, en contraposición a la dictadura del proletariado tal y como se está implementando en la URSS. Le parece injusto que la democracia llegue a través de los soviets, es decir, del trabajo, dejando a un lado otros elementos de la vida y marginando, por tanto, a colectivos como las mujeres. En cualquier caso, entiende la participación política de las masas como un fin en sí mismo que ofrece garantías frente a la burocratización y la corrupción. En este sentido el librito de Luxemburgo es estremecedor porque está señalando antes de 1919 los problemas que se llevarán por delante al sistema recién nacido. En ese sentido, la posterior llegada de Stalin y la divinización del Comité Central son el reverso de la revolución, su traición más absoluta, su derrota.
En cualquier caso, esto último es lo más valioso del libro: la idea consistente en abrir el estado a la participación radical de la población, de forma igualitaria, como forma de toma de decisiones bien informadas así como antídoto contra el caciquismo y la corrupción. En cualquier caso es una reflexión que estará rondando al comunismo desde entonces, y que a día de hoy continúa generando contradicciones en los diferentes partidos y movimientos.
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