Mimoun, de Rafael Chirbes

Mientras intento meterme en la cabeza códigos de leyes caducas y falsas, leo a Eliade y Chirbes. Este último por recomendación ordenada de librero humanista. "Rafa era incorruptible. La única persona irreductible que he conocido. Vivía en un pueblo apartado de Valencia. No le gustaban los saraos. No hacía piña con unos ni otros. Cuando estaba en Madrid éramos vecinos. Me ofrecía su biblioteca. Buenísima, por cierto. Nunca recomendaba ningún libro. Pero cuando llegabas te había dejado uno u otro tomo sacado de la línea de la estantería. Era muy elegante en esas cosas. Los últimos años lo amargaron con las promociones. Odiaba ir de promoción. A él le gustaba escribir. Ha muerto demasiado joven. Apenas unos años más que yo. Un desastre. Para leerlo bien, empieza por el principio. Lee Mimoun. Fue su primera novela. Aquí ya está todo. Luego haría la radiografía de este desastre que es España. Pero en Mimoun está ya todo". De la misma tacada me llevo Pecados originales, también de Chirbes; El testimonio de Yarfoz y el primer tomo de los pecios, Altos estudios eclesiásticos, ambos de Sánchez Ferlosio. Yo llego tarde a muchas cosas. Martín Santos y Ferlosio son dos de los regalos que me ha hecho Gregorio Morán, y que no me hicieron en su debido momento mis queridas profesoras de literatura del Instituto, que estaban más pendientes de que su discípulo no se suicidara que de incentivar sus ya de por sí malsanos hábitos lectores. Creo que ni Martín Santos ni Ferlosio me habrían sentado bien a los diecisiete años. Después nunca me los encontré. Al leer a Morán se da uno cuenta del porqué. Chirbes pertenece también a la estirpe de los escritores españoles incómodos, de esa república subyacente y maniatada, de la abuela loca encerrada en el altillo. A diferencia de los otros, en Mimoun la prosa fluye suave e hipnótica, sin las cualidades narcóticas de la prosa ferlosiana. Chirbes es al hachís lo que Ferlosio -incluso Martín Santos- son al opio. Cuenta una historia de disolución de la realidad en un fantasmagórico pueblo marroquí. Entiendo que estamos en los años ochenta (la novela es del 88). Nos cuenta la visión de los jóvenes intelectuales españoles que rápidamente huyeron al caer las primeras cortinas de la transición, cuando se vio que el decorado no iba a cambiar, que únicamente se estaba produciendo una mutación entre actos. La cadencia de lectura es deliciosa. El castellano espléndido. Los personajes no crecen, simplemente se disuelven entre el polvo del desierto. La locura está presente, pero sin tremendismo ni excentricidad. Parece estar hablando de una amiga que, junto con la soledad y la muerte, nos acompaña. Gran literatura. "En realidad da igual lo que te lleves, porque no vas a poder evitar leértelo todo. Pero vamos, yo te recomiendo que te lleves Mimoun". 

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