Amargo placer

Leer a Martín Santos es un viaje delicioso y repugnante. Cuando quieres parar es demasiado tarde. Te atrapó inadvertido como una sustancia gelatinosa en los pétalos de una especie venenosa. En las páginas de Tiempo de silencio están varias de las reflexiones más inteligentes que he leído en mi vida sobre mi país y mi cultura. Es un libro estremecedor, peligroso, perfecto. Tiene numerosos momentos estelares, y escenarios ya conocidos, pero mostrados con una precisión y amargura para mí desconocidas. El laboratorio del CSIC, el Madrid de 1949 (Tirso de Molina, Atocha, Tetuán, Cuatro Caminos...), las chabolas del extrarradio, una casa bien del barrio de Salamanca, teatros, discotecas, fumaderos, clubs, la pensión, el café literario, la taberna, el prostíbulo, la cárcel. 


      El estilo digresivo le permite hacer todo tipo de reflexiones sobre los más variados temas, aunque hay una unidad en torno a la idea del país y su gente, y el enfrentamiento del individuo con la ciudad, con la comunidad disgregada y brutal. Martín Santos se permite hacer deslumbrantes análisis sobre lo español, la literatura, la antropología hispánica, el puEblo, el lumpen, el proletariado, la burguesía madrileña, el provincianismo, el odio al estudio y el conocimiento, el Estado (y su degeneración), etc... En un determinado momento, Pedro baja por la calle Atocha, y decide torcer a la derecha, hacia la calle Huertas. Sin más excusa plasma en dos páginas el mejor análisis que he leído sobre Don Quijote, Cervantes y España:

Puede realmente haber existido en semejante pueblo, en tal ciudad como ésta, en tales calles insignificantes y vulgares un hombre que tuviera esa visión de lo humano, esa creencia en la libertad, esa melancolía desengañada tan lejana de todo heroísmo como de toda exageración, de todo fanatismo como de toda certeza? ¿Puede haber respirado este aire tan excesivamente limpio y haber sido consciente como su obra indica de la naturaleza de la sociedad en la que se veía obligado a cobrar impuestos, matar turcos, perder manos, solicitar favores, poblar cárceles y escribir un libro que únicamente había de hacer reír? ¿Por qué hubo de hacer reír el hombre que más melancólicamente haya llevado una cabeza serena sobre unos hombros vencidos? ¿Qué es lo que realmente él quería hacer? ¿Renovar la forma de la novela, penetrar el alma mezquina de sus semejantes, burlarse del monstruoso país, ganar dinero, mucho dinero, más dinero para dejar de estar tan amargado como la recaudación de alcabalas puede amargar a un hombre? No es un hombre que pueda comprenderse a partir de la existencia con la que fue hecho. Como el otro -el pintor caballero- fue siempre en contra de su oficio y hubiera querido quizá usar la pluma sólo para poner floripondiadas rúbricas al pie de letras de cambio contra bancas ginovesas. ¿Qué es lo que ha querido decirnos el hombre que más sabía del hombre de su tiempo? ¿Qué significa que quien sabía que la locura no es sino la nada, el hueco, lo vacío, afirmara que solamente en la locura reposa el ser-moral del hombre?
            Pero la cosa es muy complicada. Mientras que Pedro recorre taconeando suave el espacio que conociera el cuerpo del caballero mutilado, su propio racionalismo mórbido le va envolviendo en sus espirales sucesivas.
            Primera espiral: Existe una moral -una moral vulgar y comprensible- según la cual es bueno, sensato y razonable el que lee libros de caballería y admite que estos libros son falsos. El libro de caballería intenta superponer sobre la realidad otro mundo más bello; pero este mundo -ay- es falso.
            Segunda espiral: Surge, sin embargo, un hombre que intenta que lo que no puede en realidad ser, a pesar de todo sea. Decide pues creer. El mal -que sólo era virtual- se hace real con este hombre.
         Tercera espiral: Quien así procede -a pesar de ello- es llamado por sus conciudadanos El Bueno.
           Cuarta espiral: La creencia en la realidad de un mundo bueno no le impide seguir percibiendo la constante maldad del mundo bajo. Sigue sabiendo que este mundo es malo. Su locura (si bien se mira) sólo consiste en creer en la posibilidad de mejorarlo. Al llegar a este punto es preciso reír puesto que es tan evidente -aun para el más tonto- que el mundo no sólo es malo, sino que no puede ser mejorado en un ardite. Riamos pues.
            Quinta espiral: Pero tras la risa, surge la sospecha de si será suficiente con reír, si no será preciso más bien crucificar al hombre loco. Porque lo específicamente escandaloso de su locura es que pretende imponer y hacer real la misma moralidad en que los que de él se ríen -según afirman- creen. Si alguien dejara de reír por un momento y lo mirara fijamente pudiera llegar a contagiarse. ¿Será un peligro público?
            Sexta espiral: Pero no hay que exagerar. No hay que llevar esta conjetura hasta sus límites. No debemos olvidar que el loco precisamente está loco. En ese «hacer loco» a su héroe va embozada la última palabra del autor. La imposibilidad de realizar la bondad sobre la tierra no es sino la imposibilidad con que tropieza un pobre loco para realizarla. Todas las puertas quedan abiertas. Lo que Cervantes está gritando a voces es que su loco no estaba realmente loco, sino que hacía lo que hacía para poder reírse del cura y del barbero, ya que si se hubiera reído de ellos sin haberse mostrado previamente loco, no se lo habrían tolerado y hubieran tomado sus medidas montando, por ejemplo, su pequeña inquisición local, su pequeño potro de tormento y su pequeña obra caritativa para el socorro de los pobres de la parroquia. Y el loco, manifiesto como no-loco, hubiera tenido, en lugar de jaula de palo, su buena camisa de fuerza de lino reforzado con panoplias y sus veintidós sesiones de electroshockterapia.


          En unos pocos párrafos deja atrás la aburrida discusión entre Ortega y Unamuno. En el fondo ambos estaban diciendo lo mismo. Cervantes es moralista y cínico a un tiempo. Y mucho más.

         A mitad de libro, se detiene ante una reproducción de un Goya de 1798: Escena de aquelarre. El macho cabrío. El fragmento viene justo a continuación de una escena enervante, que me recuerda a los personajes de Piglia. El protagonista, Pedro, es sometido al conocimiento de la madre de Matías, su amigo de familia acomodada. El encuentra con la mujer es angustiante, como si se hubiera tenido que enfrentar a una gran serpiente. Una dama perfecta, en una casa perfecta, que representa todo lo que la victoria sobre la República significó.


Le grand bouc, el gran macho, el gran buco, el buco émissaire, el capro hispánico bien desarrollado. El cabrón expiatorio.¡No! El gran buco en el esplendor de su gloria, en la prepotencia del dominio, en el usufructo de la adoración centrípeta. En el que el cuerno no es cuerno ominoso sino signo de glorioso dominio fálico. En el que tener dos cuernos no es sino reduplicación de la potencia. Allí, con ojo despierto, mirando a la muchedumbre femelle que yace sobre su regazo en ademán de auparishtaka y de las que los abortos vivos parecen expresar en súplica sincera la posible revitalización por el contacto de quien (sin duda encarnación del protervo o simple magna posibilidad del hombre nocturno) se complace en depositar la pezuña izquierda benevolentemente sobre el todavía no frío ya escuálido, no suficientemente alimentado, cuerpo del raquitismus enclencorum de las mauvaises couches reduplicativas, de las que las resultantes momificadas penden colgadas a intervalos regulares de un vástago flexible. ¿Y por qué ahorcados los que de tal guisa penden? ¿Y con qué ahorcados? ¿Acaso con el cordón vivificante por donde sangre venosa aerificada y sangre arterial carbonificada burbujeantemente se deslizan? ¿Puede ser ahorcado por el ombligo el tierno que todavía no utiliza la garganta para sus funciones aéreas del gritar, respirar, toser, llorar, sino para lentas ingestiones apenas si descubribles del mismo líquido sobre el que la vida flota? Oscilantes, tres y tres, los murciélagos descienden a posarse sobre los mismos cuernos que son motivo de fascinación. Y mientras su pezuña izquierda salva, indica con su mirada penetrante que es (el mismo que respira) el aire puro sobre la sierra lejana que muestra la vinculación a la tierra de todos nosotros, hijos suyos que a ella volvemos. ¿Por qué fascinadas las auparishtákicas vencidas? ¿Cuál es la verdad que dice con la seriedad inmóvil de su ojo abierto? Las mujeres se precipitan; son las mujeres las que se precipitan a escuchar la verdad. Precisamente aquellas a quienes la verdad deja completamente indiferentes. Él levantará su otra pezuña, la derecha, y en ella depositará una manzana. Y mostrando la manzana a la concurrencia selectísima, hablará durante una hora sobre las propiedades esenciales y existenciales de la manzana. La quiddidad de la manzana quedará mostrada ante las mujeres a las que la quiddidad indiferencia. ¡Vayamos con las mujeres inquietas, con las mujeres finas, con las mujeres de la selección hacia el inspirado discurso! Inclinemos nuestras cabezas ante el gran matón de la metafísica y dejemos chorrear lustrales sobre nuestras frentes sus palabras de hidromiel. Algo hay que él da que sólo. él sabe dar. Los rostros quedarán iluminados por un sol imposible siendo tan de noche. Pero que ahí está, brillante, resplandeciente; y es que lleva una máscara. Únicamente el ojo pertenece a la realidad submascarina. Y desde allí periscópicamente nos contempla para fascinarnos mejor. ¿Pues, para qué, tiene tan listo él ojo? ¡Para mirarnos mejor! ¿Para qué tiene tan alto el cuerno? ¡Para encornarnos mejor! Mientras mira el ojo escrutador, cuerpos abortados yacen resucitalcitrantes. Mientras masas inermes son mostradas como revolucionadas, cuerpos selectos yacentes gozan procumbentes penetraciones. Mientras sol nocturno hace inútiles vitaminas y eledones, la corteza de la naranja chupada permitirá el continuo crecimiento de genios elefantiásicos. Porque en Elefanta el templo y en Bhuvaneshwara la infancia inmisericordemente de hambre perecía, pero fue en tales templos grande la adoración a los ritos que acerca de la naturaleza siempre madre -y tan amamantadora- describiera Vatsyayana, sin que el óbice de la mortandad hambrienta y los otros perecimientos irritara como posible masa fermentativa al pueblo -en que tales procesos ocurrían- habilidosamente segmentado (en sectas) corno los anillos del repugnante anélido, ser inferior que se arrastra y repta, de modo que nunca pudiera llegar a sentirse apto para la efracción y brusco demolimiento o fuego destructor de lo que el arte había consagrado como noble. ¡Oh proclamación profética hecha precisamente para que la profecía nunca, nunca se cumpla! ¡Oh descubrimiento, escrutación, terebrofilia del futuro! ¡Cómo traición te llamo! ¡Cómo a traición y a conclave del Barceló sin llamas te convoco! No eres expiatorio, buco, sino buco gozador. Das tu pezuña izquierda con gesto dadivoso pero amagas con la derecha, buco y una y otra vez te refieres personalmente al secretario de la docta corporación. La sangre visigótica enmohecida ves con ojos azagayadores circular, como en un rayos-equis divertido, por nuestras venas umbilicales y qué listo eres tú para un pueblo que tiene las frentes tan menguadas. Y puesto que de una más noble sustancia tú estás hecho, oh buco, a todos nos desprecias. Sí, realmente sí, qué bien, qué bien lo has visto: Todos somos tontos. Y este ser tontos no tiene remedio. Porque no bastará ya nunca que la gente ésta tonta .pueda comer, ni pueda ser vestida, no pueda ser piadosamente educada en luminosas naves de nueva planta construidas, ni pueda ser selectamente nutrida con vitamínicos jugos y proteicos extractos que el turmix logra de materias primas diversas, jugos, frutos, pepitorias, embutidos, rosbifes, pescado fresco, habas nuevas, calamares, naranjas, naranjas, naranjas (y no sólo su cáscara) puesto que víctimas de su sangre gótica de mala calidad y de bajo pueblo mediterráneo permanecerán adheridos a sus estructuras asiáticas y así miserablemente vegetarán vestidos únicamente de gracia y no de la repulsiva técnica del noroeste. Cante hondo, mediaverónica, churumbeliportantes faraonas, fidelidades de viejo mozo de estoques, hospitalidades, équites, centauros de Andalucía la baja, todas ellas siluetas de Elefanta, casta y casta y casta y no sólo casta torera sino casta pordiosera, casta andariega, casta destripaterrónica, casta de los siete niños siete, casta de los barrios chinos de todas las marsellas y casta de las trotuarantes mujeres de ojos negros de París que no saben pronunciar -todavía no, qué torpes- la erre como es debido bien rulada, casta del gran gilbert y la mary escuálida único asomo de la europa en la más europea de nuestras villas pasada a cuchillo y de la que los cuchillos fueron asegurados (por los nobles reyes nórdicos de mejor casta) con anillos de hierro a las mesas donde sólo habían de servir, ya definitivamente, para cortar un pan seco acarcomado. Todo esto conoces, buco, con penetración muy seria y entonces indicas como triaca magna y terapéutica que a la gran Germania nutricia, Harzhessen de brujas y de bucos hay que fenomenológicamente incorporar. Y tus Carolinas espirituales serán nuestras prisiones temporales. Pero eres bueno; por eso alzas tu pezuña izquierda un poco más alta que la derecha. Por eso te vistes con ese disfraz que no es tuyo, pero que divierte a los que admirativamente te contemplan. Por eso te haces «aficionado» y aficionas a la gente bien tiernamente a la filosofía, como chico de la blusa tan espontáneo, tan grácil, con tan sublime estilo, con tan adornada pluma, con tal certera metáfora desveladora que te perdonarán los niños muertos que no dijeras de qué estaban muriendo y (no mirando tu máscara sino tu ojo) pasaremos por alto los dos cuernos y te llevaremos a la tumba cantando un gorigori que parecerá casi como triste.

           Después de este deslumbrante fragmento continuará "ajustando cuentas" con Ortega en una absurda escena en un teatro en el que el filósofo que lo "escribió todo antes que Heidegger", hace una estúpida exposición en torno a una manzana. A través del cuadro de Goya, señala un elemento esencial de la cultura española, la adoración al líder, al cínico que pasa por encima de lo que haya que pasar, que calla cuando tiene que callar, y que castiga cuando tiene que castigar. El proceso de despellajamiento, de entrega al absurdo, que entraña la novela, acoge poco a poco en su seno todo lo que encuentra, y, usando la imagen de la "espiral" que usa en el fragmento anterior, nos arrastra a todos, incluyéndose a sí mismo. El entierro de Ortega generó una movilización de estudiantes furiosos por la manipulación que la prensa había hecho de su muerte, conversión católica de última hora incluida. El entierro se produjo el 19 de octubre de 1955, cinco años antes de que Martín Santos escribiera la novela. Dos días después los estudiantes de la Universidad Central le hicieron un homenaje en el que leyeron este comunicado:

Este homenaje póstumo a Ortega y Gasset, catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras, es el homenaje de los que pudimos haber sido discípulos suyos, de los que no lo somos y estamos sufriendo el vacío que él dejó al abandonar, por causas conocidas, su cátedra de Metafísica. Es el homenaje de la juventud universitaria, de los universitarios sin Universidad que somos, de los que hemos tenido que aprender muchas cosas fuera de las aulas, en libros que no son los de texto, en idiomas que no son el español.

Somos discípulos sin maestro. Entre Ortega y Gasset y nosotros hay un espacio vacío o mal ocupado. Notamos cada día que falta algo, que nos falta alguien. Nadie nos dice qué es estudiar, cómo debemos estudiar, para qué estudiamos. Nadie nos dice para qué vale la Universidad. Y estamos seguros ya de que vale para muy poco, y de que es necesario cambiarla mucho. Pero nadie nos dice cómo, nadie defiende que nosotros somos la base de la Universidad.

Hace muchos años, Ortega y Gasset contestó a estas preguntas, dio satisfacción a estas exigencias nuestras. Su obra de filósofo universal no desdeña la preocupación por nosotros. Nos estudia, nos analiza, nos comprende. Sobre todo, nos comprende y nos tiene en cuenta. Pero todo esto, las magníficas enseñanzas de Ortega y Gasset, sus libros, no nos han llegado a través de las cátedras. Algunos, desgraciadamente no demasiados, hemos buscado los libros de nuestro primer filósofo y los hemos leído. Otros, desgraciadamente muchos, no sabemos casi nada de Ortega y Gasset. Seamos sinceros. Y él hubiera sido el maestro que necesitamos.

José Ortega y Gasset ha muerto hace cuatro días. La Universidad ha guardado su luto oficial. 

Nosotros, los universitarios, debemos demostrar aquí el nuestro. Y algo más.

Porque no está todo perdido. Aún podemos, de algún modo, ser discípulos suyos. Aún podemos ser una juventud con maestro. José Ortega y Gasset ha muerto. Pero quedan sus libros.

Nuestro mejor homenaje debe ser el silencio. Un silencio de discípulos que se preparan a oír la voz del maestro. Nos va a dar la clase. Es la última, pero nosotros podemos hacer que sea también la primera.

Silencio. José Ortega y Gasset, hombre de España, filósofo universal, amigo de la juventud universitaria, ha muerto.

Silencio. Quedan sus libros, y aún podemos ser discípulos de él a través de ellos.

Silencio. Sus libros van a hablar por él, sus libros ocupan hoy la cátedra que dejó vacía.

La clase ha comenzado.

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         Hace pocos días he visto un par de películas que adoptan un punto de vista conectado con el de Martín Santos en Tiempo de silencio. En primer lugar, Where to Invade Next, de Michael Moore, en la que se dedica a recorrer diferentes países de Europa -para "conquistarlos"- en busca de ejemplos y virtudes que importar a Estados Unidos. Partiendo de la idea de que gran parte de las ideas liberales y progresistas tienen origen yanki -lo cual es mucho decir- Moore hace un retrato en espejo de las carencias de su país: desde la comida en los centros escolares, al propio sistema educativo o de salud, a los descansos y condiciones laborales, a la formación ética y ciudadana de la policía.


       Otra peli envenenada y antichauvinista que me ha interesado se llama Ha vuelto, del director alemán David Wnendt. Al igual que la anterior, tiene elementos documentales, y con la delirante excusa del regreso de Hitler a Berlín en 2014, analiza el resurgimiento del nazismo -éxplicito y también del tácito- en la Alemania contemporánea. El resultado es espectacular, hiriente, amargo, y brutalmente divertido.




 

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