NUMANCIA 1


Preguntas. ¿Por qué seguimos aquí? ¿Por qué no huir? ¿Huir a dónde? ¿Para conseguir qué? ¿Y si nos quedamos? ¿Qué sucede si nos quedamos? Pienso en los emigrantes. En los refugiados. En todos los que he conocido y conozco. Recuerdo a los españoles de Argentina. Viejos españoles, gallegos, hijos de represaliados del franquismo que con apenas cinco o seis años salieron en barcos de aterrorizados privilegiados, mientras sus compatriotas quedaban encerrados en un matadero horrendo. Una cárcel gris, de muerte, de opresión, de tristeza. Recuerdo a esos ancianos en reuniones de activismo, con los ojos llorosos, muchos de ellos sin haber pisado la tierra que les vio nacer porque sus padres, antes de morir, les habían exigido no hacerlo hasta que en España hubiera una república. Y lo han cumplido. Se están muriendo sin haber pisado España, conservando un acento fantasmagórico, transmitido por sus familias, como un legado extraño, intangible. Pienso en los hondureños que he conocido. Pienso en los reclutadores de la U.S. Army en los institutos de Texas, llevándose adolescentes hijos de sin papeles, como una versión moderna y burocrática del hombre del saco. Pienso en un poema de Bolaño, sobre una terraza en 1973. Mientras llegaban las noticias del golpe de Pinochet un grupo de escritores latinoamericanos invitados por su editor toman una copa en la Barceloneta. Y a lo lejos, se oye el eco del portazo de las puertas de la libertad que se cierran para una generación. Y quedan en silencio. Es media tarde. Están medio pedo. No pueden llorar. Saben lo que se viene. Lo saben con exactitud, porque han visto las caras de los policías en las manifestaciones de su primera juventud. Porque saben qué tipo de odio y de crueldad está surgiendo, como la lava de un volcán, desde las entrañas de no se sabe qué. ¿De la Cultura? ¿De la Historia? ¿Del Miedo? ¿De la pura Estupidez? Pienso en los campos de refugiados, en Argelia, en Líbano, en Turquía, en Iraq. Pienso en los barrios pakistaníes de Londres. Aquella tristeza de hombres solos, alejados del omnímodo poder sexual en el que habían sido educados, rodeados de hermosas mujeres en minifalda que les muestran diariamente su desprecio. Pienso en Vicente Aleixandre metido en una cama absurda, negándose a salir. Pienso en Picasso en la barrera de las Ventas, con Dominguín y Ava Gardner. Pienso en Orson Welles, concluyendo en Chicote una reflexión de toda una vida: el mundo lo dominan 11.000 hijos de puta, y el resto somos carne de cañón… Y me doy cuenta de que Sol fue en sí mismo una puesta en escena. Una inmensa puesta en escena en la mejor tradición teatral europea, cuyo primer mandamiento exige fagocitar estéticas ajenas: Tahir. Y ahí empieza el maravilloso lío: Tahír es otra representación de todos los campos de refugiados. Tahir rebota en Gaza, y rebota en África, en Somalia, en Etiopía, en Guinea. Espejos sobre el campo. El refugiado, el esclavo, el vencido, el huido, es el personaje más característico del capitalismo post-muro. Ya no es el guerrillero. Ganaron en 1990. Y desde entonces todos vivimos en un campo de refugiados, extraños a nuestros barrios, ocupados por fuerzas imperiales, dirigidas desde una inalcanzable e incomprensible Roma con un César sin cabeza, como nuestra mula. Un ser estéril y lejano, este César, que se supone está en algún lugar detrás de los invisibles altavoces del Mercadona. César es una hoja de Excel. César es un logotipo escondido tras otro logotipo. Desenmascarar a César. Scipio es la encarnación de César. ¿O es su caricatura? ¿Su retrato deformado, su inconsciente, su intestino, su coartada? 


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            El elenco presente. No hay puertas. No hay camino. Todo es rizoma. La capilaridad absoluta implica aventurarse en el ADN del musgo, del hongo. El ser más pesado con un único ADN es un hongo que recorre subterráneamente un bosque junto al Cañón del Colorado. Calculan que su masa puede alcanzar miles de toneladas, y su tamaño alcanza más de cien mil hectáreas. En un extremo y el otro, el ADN es el mismo. Es el MISMO SER, está siempre activo, esperando…


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Esta mano fue injertada con éxito. Sigue funcionando. Todos los días...
            Desde lo extraño a lo real. Me cuesta creer que la Humanidad haya vivido un momento más extraño que este. Realidad delirante. Nuestra sensación de normalidad cotidiana viene dada por un entrenamiento de veinte años, que nos está permitiendo digerir una mutación como especie sin sentido aparente. ¿Una plaga auto fagocitándose?


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Souvenir...
         
            Riesgo. Apertura de sentido. Construcción / destrucción de sentido. ¿Qué estamos haciendo? ¿Qué queremos que pase en el teatro? ¿Queremos desordenar al espectador? ¿Queremos ordenarle? ¿Hacer las dos cosas? ¿Ninguna de las dos?

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         Espacio vacío. Bandera roja. La púrpura de César. La púrpura de la capa de Agamenón. La púrpura. El rojo. La tela. La bandera. El símbolo que nos cubre, que nos tranquiliza, que nos ordena.


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            El heroísmo de personas con miedo. Su esperanza crece como un chute químico que les permite arañar unos minutos. Maravilloso mamífero, maravilloso depredador, evolucionado para sobrevivir, sea como sea, a costa de lo que sea. El teatro como elemento evolutivo, como recurso. El autoengaño sólo es posible en seres con mucha imaginación. La lucidez no tiene porqué ser en sí misma algo útil. Más bien al contrario. Todo luchador – victorioso y derrotado – es un contador de historias. Si gana impone su discurso. Si pierde, se entierra con él, a la espera de resurgir de nuevo. Hay orquídeas del Pirineo capaces de estar más de diez años sin germinar, en latencia esperanzada. Son invisibles. Se las da por extintas. Y de pronto, una primavera, VUELVEN A APARECER. ¿Es esto Numancia?

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            El espacio que se cierra. Casa tomada de Cortázar. El submarino Kursk. Nelson Mandela en su celda. Los mineros de Chile. Las cuencas mineras de Asturias y León, HOY. Las personas comprometidas con el gobierno de Lugo en Paraguay HOY. En el plazo de una semana los funcionarios de Stroessner, a los que habían intentado juzgar, sin éxito, vuelven a estar arriba. Vuelven los milicos. De pronto, tu país ES Numancia. Y de nuevo, la pregunta: ¿Huir? ¿Luchar de forma suicida? ¿Organizar una lucha larga que no desemboca en nada? ¿Colaborar? Imágenes animales: delfines en piscinas, hienas haciendo surcos en los zoológicos, arrestos domiciliarios… 

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Manos, manos, manos...

            ¿Se comprime el tiempo? ¿Se alarga? Jünger escribió que no hay nada tan tedioso como la guerra. La mayor parte del tiempo, esperas. La guerra es como un rodaje de un director esteta. ¿Cómo pasa el tiempo en Numancia? ¿Quién tiene prisa? ¿Se comprime el tiempo por la angustia? ¿Es distinto el tiempo para los que quieren morir que para los que quieren rendirse? ¿Qué relación existe entre el tiempo y el miedo? Y en cuanto al tiempo de vida, ¿qué significa dos años de esperanza de vida para un país? Conozco a una mujer que ha luchado contra la leucemia para conocer a su nieto, que era un feto de cuatro meses cuando a ella le diagnosticaron la enfermedad. Ese proceso es toda una vida. Desde ese punto de vista, estamos viviendo un genocidio. Un genocidio muy extraño, como todo lo demás. Un genocidio burocrático. Un genocidio más. 

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Esta mano es una tesera íbera. En su reverso se encontraban tallados los términos del contrato. Se hacía presente el contrato al juntar otra mano similar. Al hacerlo se representaba el apretón de manos y se hacía efectivo el trato.

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             Los finales. Se eligen. Se sufren. Eres condenado a ellos. Hasta ahora, tenemos cinco: traición, suicidio, muerte en batalla, sumisión, resistencia hasta el final. Hay más, claro. Nuestras vidas son prueba de ello. Y los mezclamos. De hecho, estamos constantemente intentando despistar al destino, para difuminar esos finales, para convencernos a nosotros mismos de que el nuestro es más complejo que eso. Las manos del Che fueron amputadas. Están en La Habana. Se las amputaron para probar que era él, y luego recorrieron medio mundo, incluída Hungría, hasta que terminaron en Cuba. Quizás la amputación de manos por parte de los romanos tenía más intención de la que podamos imaginar. Al dejarlos sin manos, les impedían "contratar", es decir, terminaban con una legislación, la íbera, y se iniciaba otra, la romana, basada en documentos, no en juramentos. Las téseras contracturales son un elemento intermedio.

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