Ambos cielos se sonríen,
dudando de sus respectivas inexistencias,
casi solos,
enmarañados con sus infiernos y todas esas periferias,
tan raras y amargas.

Se sonríen los cielos entre sed y alicates,
entre puños desgarrados
de tanto
derretir cimientos
y sostener cataratas.

Se abalanzan malvados genios de gomaespuma,
y Troya, la odiosa y ansiada Troya,
florece entre los gruesos barrotes
de la inocencia recién inventada,
en el interior del caballo fantasma
de nuestros días.

Se vuelca de nuevo el tiempo,
escombrera reluciente
de amor risueño y amaneceres remotos.
Se vuelca. De nuevo.

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