España, espejo deformante
En España deberíamos reflexionar sobre nuestros desconocimientos, sobre nuestros intereses no conscientes o sólo medianamente conscientes, y sobre la gravedad de esos desconocimientos y la tendencia de esos intereses. Un puñado de empresas españolas lleva más de veinte años invirtiendo en toda América Latina con el apoyo del estado, de la Unión Europea y, hasta ahora, de la acomplejada y antinacional perspectiva de los gobernantes locales. Esas posiciones empresariales en la región se fueron afianzando durante los gobiernos más detestables, corruptos y catastróficos de la historia reciente del continente. De hecho, fue la entrada de esos capitales internacionales uno de los sostenedores y objetivos últimos de esos gobiernos corruptos. Grandes corporaciones que descompusieron, corrompieron y desmantelaron frágiles estructuras estatales.
Esos mismos mecanismos los aplicaron igualmente en España. El desastre económico que se está viviendo allá en estos días tiene ese origen fundamentalmente: una sobre-explotación del sector de la construcción surgido de modificaciones legales sobre las leyes del suelo que permitieron que grandes empresas tuvieran como contraparte controladora de sus actividades a pequeños municipios. Se "desregularizó" el sistema para permitir que grandes monstruos privados pudieran acceder a negocios en los que el control se sostenía en manos de pequeñísimas estructuras estatales, gestionadas por un puñado de funcionarios poco formados y mal pagados. Y el frágil vestido de un estado atomizado y desarmado saltó por todas sus costuras. Viajar por la costa del Mediterráneo nos permite, desde el norte al sur, asistir al resultado de un atentando medioambiental y paisajístico irreparable y absurdo. Esa brutal intervención tiene dos procedencias temporales claras: el "desarrollismo" franquista de los años sesenta y setenta del siglo XX, y la explosión inmobiliaria surgida a partir de principios de los noventa. Políticamente los argumentos para destrozar el medioambiente, sobreexplotar las fuentes de agua potable y laminar el paisaje y las estructuras sociales existentes fueron los mismos en las dos ocasiones. Similares son los "tecnócratas" que han llevado a cabo ambas intervenciones; similares las estructuras sociales que permitieron que sucediera; similar el carácter "apolítico" y "transversal" de sus legitimaciones públicas; similares las familias de poder implicadas; similares los modos y las formas. En la primera ocasión los resultados fueron la crisis productiva de la industria española en los primeros ochenta, de la que nadie se acuerda ya. La falta de inversión productiva -por el desvío masivo de capitales a ese "desarrollismo"- hizo que las viejas industrias semiestatales del franquismo se vinieran abajo. A la altura de 1982 la economía española estaba paralizada. Treinta años después ha sucedido algo muy similar. Todo esto viene a colación del carácter que esas empresas españolas "emprendedoras" y "audaces" han imprimido a sus actividades en América Latina. La actitud de sus élites empresariales ha destrozado social, económica y culturalmente España. El empresariado español ha demostrado desconocer el sentido de la expresión "responsabilidad social". Es decir, no hacen aquí nada que no hayan hecho y sigan haciendo allá.
De todos los sectores de inversión en los que empresarios españoles han intervenido en América Latina hay uno especialmente delicado: los medios. La actitud ha sido la misma: afianzar posiciciones buscando alianzas con las fuerzas locales más predispuestas a ofrecer mejores márgenes y perspectivas. En el caso de Argentina los medios españoles se han aliado paulatinamente con la peor caverna de medios hegemónicos y antidemocráticos del país. El resultado es una extraña conjugación en las líneas editoriales, que obliga a separar constantemente las aguas entre, por ejemplo, los "buenos" socialdemócratas europeos y los "terribles" izquierdistas venezolanos, bolivianos y argentinos, gentes todas ellas de mal vivir y poco fiar. En el fondo funciona el desprecio del colono hacia la masa local. "Me da igual con quién trate, yo estoy aquí para hacer negocios". Si para hacerlos hay que apoyar un golpe en Venezuela, o aliarme con los cómplices y sostenedores de Videla, o lavarle la cara a genocidas reconocidos, lo hago. Otro resultado de estas acrobacias corporativas es el hecho, por ejemplo, de la tierna simpatía que muchos de esos medios de fuerte raigambre socialdemócrata en su país matriz sienten hacia liberales de pura cepa como la oposición boliviana o los pobres golpistas hondureños, a los que la historia está dando la razón: se vieron obligados a dar un golpe de estado para salvar una democracia de sus propios votantes, ineptos ilusos que creyeron que a través del sufragio universal se podían cambiar las cosas. Durante el fallido golpe de estado contra Correa de hace un mes se pudo escuchar en la Cadena Ser española cómo se acusaba impunemente al propio Correa de golpista. El tratamiento de la figura del presidente legítimo de Honduras es, en los medios españoles, entre oscurantista y calumniosa. De todos ellos han salvado a Lula, por miedo, más que nada. Y así se ha llegado al tratamiento de la figura de Néstor Kirshner en los días inmediatamente posteriores a su muerte.
Que a las cuatro horas del fallecimiento de un líder político se vierta tanta bilis y tanta infamia sin sentido sobre la figura de un tipo discutible, pero ineludible en la historia argentina, debería hacernos pensar a los españoles sobre el filtro a través del cual nos llega Latinoamérica. La opinión pública española está secuestrada por un oligopolio de plataformas multimedio que controlan desde la publicación de periódicos a la edición de los libros de textos de las escuelas. El debate político global está cerrado. No se discute nada de lo que se está discutiendo en Latinoamérica. Es emocionante despertarse y asistir a cómo los argentinos se enfrentan furiosos -verbal, argumental, democráticamente furiosos- a la discusión sobre la educación, los Derechos Humanos, la estructura productiva, sindical, las infraestructuras, la familia, la propia democracia... En Argentina, hoy, se está hablando, se está pensando el país del futuro. Se dicen barbaridades y cosas razonables, se argumenta cabalmente o con mala fe. Pero de lo que no se puede dudar es de que hay un debate democrático abierto, profundo y a futuro. En España los debates están sellados. Se habla sobre matices de un camino que ya ha sido marcado. El debate es falso, porque como todo en la democracia española, está negociado de antemano. El presidente del gobierno y sus ministros, y todo el resto de las estructuras del estado, son un ejecutor de las políticas dictadas por los fondos internacionales de inversión y por los banqueros más poderosos del país, que se reúnen con el presidente -y ante las cámaras de televisión- para explicarle cómo, cuándo y hasta dónde tiene que realizar las reformas que a ellos, y sólo ellos, interesan. Y Kirshner, con su actitud en relación a Aerolíneas y la Ley de Medios, tocó una ínfima parte de lo que ellos consideran debería ser intocable. La repugnante oleada de basura que ha caído sobre su imagen con su cadáver aún caliente y mientras era homenajeado por toda la comunidad latinoamericana como un gran constructor de identidad regional, nos habla de que algo huele a podrido en las relaciones España - Latinoamérica. Esas relaciones han sido intervenidas y canalizadas en función de intereses de muy pocas personas.
La brecha se está abriendo a pasos de gigante. La miniguerra de migración que se está produciendo en este momento es uno de sus resultados. Los españoles residentes en Latinoamérica asistimos perplejos a cómo nuestro estado y por extensión la Unión Europea funciona de correa de transmisión de grupos fácticos, en lugar de trabajar para entender y acercar a los pueblos, que se supone es a quien deberían responder. Cada llamada, cada contacto con la familia y los amigos, te devuelve una imagen cada vez más distorsionada de la realidad que vas conociendo en Buenos Aires. Es una sensación extraña, casi surreal. En la era de las comunicaciones unos pocos grandes canales pueden condicionar y falsear el intercambio entre dos países hermanos. Extraño. Paradójico. Inquietante. Desde esta posición de español en Argentina se aprecia con precisa claridad el manejo de los tiempos, de las figuras, de las ideas, que se hace en España sobre nuestros hermanos de lengua y cultura. Se percibe cada separación artificial, cada manipulación. Y la lectura del conjunto tiene algo de cuento infantil, por lo tosco y a la vez contundente del relato. Hay algo íntimo y muy viejo en esa actitud de imposición sobre la realidad que hacen los medios españoles sobre Latinoamérica, como si realmente creyeran en su capacidad de cambiar las cosas que no les gustan mediante el uso mágico de la palabra. Y algo también oscuramente consolador en la recepción de esa "versión", como si no pudiéramos soportar la libertad de un hermano igual que nosotros, con peor suerte, y que sin embargo lucha más y con más entrega por su libertad.
Muy bien Guazuncho.
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