Sobre industrialización, 1950, Chéjov y Sajalín



1960. España debía ser industrializada a toda prisa y sin cortapisas. No había tiempo ni ganas de pararse en tonterías. El Derecho medioambiental español nacerá por ello, en los ochenta, vacío de contenido y energía. El Estado que lo promueve lo hace a rastras, para cumplir con las condiciones de ingreso en la UE. Al igual que en materia de Derechos Humanos, el Medio ambiente en España es un formulario a cumplimentar, una ITV superada con el motor trucado -y con la complicidad del propio certificador -Europa-, que jamás pidió realmente cuentas-. 

Esa excusa de la industrialización se ha trasladado a las cuestiones de ordenación del territorio, trato a los animales en fiestas y ritos bárbaros, caza o tratamiento de residuos. Como siempre, las élites extractivas han aprovechado las circunstancias históricas para imponer su impronta caciquil. Un clásico ejercicio de contrabando ideológico. Y aquí seguimos.




Es interesante la caída en relación al entorno europeo entre 1935 y 1950. Es decir, la guerra que ellos mismos provocaron les sirve de excusa para introducir doctrina del shock cincuenta años antes y promover una industrialización efímera que terminó con el patrimonio natural. Recordemos que los cuatro países de referencia -Francia, Alemania, Italia y Reino Unido- atraviesan en esa misma época la II Guerra Mundial. Aún así, la destrucción de la Guerra Civil y de la autarquía franquista es salvaje. Esa caída en la producción industrial en relación al entorno muestra la destrucción del fascismo, del patriotismo medievalista, de las soluciones estúpidas al desastre del 98. En este gráfico está el "que inventen ellos", está Menéndez Pidal, está Hedilla, el Cid y el cine de exaltación imperial. En este gráfico se condensa el puto hambre y la imbecilidad española en relación al capitalismo. A partir de este momento se intentará recuperar el tiempo de involución a costa del propio país, de su cordura, de sus acuíferos, de su educación, de sus bosques, de su finura, de su humanidad. Es decir, como en las películas de Estrada, una desastrosa caja china impone la necesidad de una nueva solución desastrosa, en una sucesión suicida tan mexicana como española.

El colapso, en el caso de la Península Ibérica, será el resultado de la acumulación brutal de la élite extractiva en los últimos cien años. La derrota democrática tiene, así, un evidente retrato de Dorian: el propio paisaje, los propios recursos, agotados, esquilmados, desaprovechados, destruidos. Todo el crecimiento español de los últimos cincuenta años se basó en esquilmar el patrimonio y en la financierización corrupta. No hemos creado valor. Hemos destruido un legado y atraído a guiris con los bolsillos repletos de billetes. Nada más. Una estafa de tamaño imperial. Una falsa modernización. Un ejemplo máximo de suplantación postmoderna.

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Anton Chejov. 1890. Visita la remota colonia penitenciaria de Sajalín, al norte de Japón, al este del este, al este de Siberia. Sajalín es un lugar donde el ser humano ha descendido a una forma de embrutecimiento terminal. Pese a ello, Chejov piensa en el progreso, en la industrialización, en el futuro. Los habitantes de la isla-cárcel, ignoran todo ese sentimentalismo buenistas. Se complacen en ver pasar el tiempo entre el horror y la estupidez. En mitad de todo ello, lo absurdo, lo humano, lo divertido, incluso. Metódico Chejov. Neurótico Chejov.


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