El secreto de Maston, de Julio Verne

 
 


Verne nació en una familia burguesa y acomodada de juristas. Niño curioso y brillante, fascinado por el mar y la ciencia. Estudió derecho en París. Se rebeló contra la familia. Gastaba en libros y extravagancias lo que ganaba con el teatro. La mala alimentación le provocó daños estomacales e intestinales permanentes y parálisis facial. 


Verne misógino. Verne machista. Verne burgués inversor en bolsa. Verne marido y padre. Verne fugitivo de su mujer e hijos. Verne padre ausente y cruel. Verne encerrando a su único hijo sanguíneo en un correccional de niño y en un manicomio de adulto. 

Verne extravagante y viajero. Le molaban los países nórdicos. El polo le obsesionaba. Es algo epocal. Los desiertos de hielo como imagen de lo virgen, de lo verdadero e incontaminado. Amaba la aventura y Estados Unidos. Liberal. Admirador de Lincoln, protegido de Dumas padre. Además del Polo, le llaman los espacios imposibles: la Luna, el centro de la Tierra, el fondo del océano, el espacio aéreo... Hay una constante búsqueda de exploración intelectual, de placer de la imaginación en el viaje imposible. En la vida le gusta navegar en su propio barco. Recorre, además de los países nórdicos, el Mediterráneo occidental y la costa galaico portuguesa.

La locura persigue a Verne. Su sobrino, con quien supuestamente se llevaba bien, intenta matarle. Le hiere la pierna y le deja cojo. Al final de su vida Verne se convierte en Nemo. Anarcoide, desencantado, sarcástico. Al mismo tiempo, es concejal de Amiens. Lucha por los suyos mientras en sus novelas ofrece una visión poco esperanzada del mundo. En realidad siempre lo vio así, desde joven. En 1989 apareció una novela de juventud en la que ya se aprecia esa visión. 

La relación de Verne con el capitalismo y la tecnología es dual y contradictoria, como la de su siglo. Para Verne la ciencia ficción está al servicio de la divulgación. Por eso es tan riguroso -para su época- y por eso tiene la increíble capacidad de anticipar tantas tecnologías posteriores, como el helicóptero, las armas de destrucción masiva, las naves espaciales, los grandes transatlánticos, la robótica, internet, los motores de explosión, el submarino, los motores eléctricos, el ascensor, los medios para transportarse a 1.500 kilómetros por hora...

Mientras leo esta novela tardía de Verne leo un librito de Stalin: Sobre el materialismo dialéctico y el materialismo histórico. Resulta curioso comprobar cómo para Stalin, a la altura de 1938, la naturaleza continúa siendo "el medio geográfico", -inocuo históricamente, inacabable, inmenso-, mientras que Verne, en 1889, se está planteando la naturaleza holística del medio planetario y la posibilidad de que la acción humana genere catástrofes absolutas. De hecho, al final de la novela todo se vuelve imposible por un error de cálculo, pero ha introducido la posiblidad de que la acción humana cambie el eje de rotación con el único objetivo de extraer la hulla que supuestamente descansa bajo el casquete de hielo ártico. En ese sentido, Verne es un cerebro del siglo XX o XXI y Stalin un hombre esencialmente del XIX, que vive en el funcionalismo rígido y carente de elementos metafísicos de ningún tipo, en un mundo inabarcable en la práctica, que no puede sufrir daño definitivo, porque antes de que se produzca el daño la humanidad trascenderá a formas políticas superiores, en las que se habrá eliminado la explotación y prime la razón.

Es interesante también la denuncia que realiza Verne de la Conferencia de Berlín (1884). Con sarcasmo acusa a los europeos de legalizar la inmundicia moral que supone adueñarse de territorios con sus habitantes dentro como si se pudiera disponer de la naturaleza al antojo del poder. El concepto de las luchas antiimperialistas o contrarrevolucionarias de Stalin tiene mucho más que ver con la propia conferencia de Berlín que con la visión de Verne. No hay condicionantes de derecho o justicia. Hay poder y hay Imperio capitalista, al que hay que producir daño. Punto. No hay más consideraciones. No hay elementos metafísicos de ninguna clase. Únicamente política e historia actuando a través de relaciones de producción y medios de producción. Hay un momento de paroxismo cuando Stalin menciona al hombre que, viviendo dentro del "comunismo primitivo", decide cambiar la herramienta de piedra por una herramienta de metal, con el único objetivo de obtener un "provecho propio". El resultado es que está colaborando en el advenimiento de la época esclavista. Es una ejemplo de cómo Stalin vive en un darwinismo primario -que Marx jamás habría practicado como mecanismo intelectual- y cómo su visión del mundo coincide en lo esencial con la fábula de las abejas y los vicios privados y virtudes públicas de Mandeville (1714). La brutalidad más salvaje del liberalismo radical y Stalin, el cual, además, estaba obsesionado con los medios de producción capitalistas y las cadenas de montaje. Era una especie de carrera enloquecida por la deshumanización. Verne fue consciente de esa carrera sesenta años antes. Desde las entrañas del viejo capitalismo francés intuyó lo que se venía encima. Verne era amigo de Lesseps, el empresario del Canal de Suez, al que indirectamente retrata en Dinero Zola un par de años después de esta novela de Verne. Los burgueses humanistas franceses vieron la deriva del capitalismo, e intuyeron la amenaza a la naturaleza que ese capitalismo traía consigo.

En este texto de Verne está la globaliación capitalista que actúa sobre la humanidad, despojándola y poniendo en peligro el propio planeta. Su simpatía por el principio de acción que habita a sus personajes -especialmente a los norteamericanos- entra en contradicción con la propia supervivencia de la especie. Es como si Verne se planteara si el propio siglo XIX -y la Revolución Industrial- no es el mayor error de la Humanidad, y que puede terminar con ella, como así parece va a ser. Se burla del derecho internacional, al que considera un instrumento de dominación de los fuertes sobre los débiles, nada más. Se burla de los argumentos teleológicos y teológicos sobre la coherencia del mundo natural para proveer al ser humano de cuanto necesita. Se burla de la prensa y de las ideas, que siempre están pagadas por alguien, con objetivos espúreos. En fin, una novela sobre el capitalismo global y el fin del mundo esquivado gracias a la insistencia y pesadez de una viuda enamorada y correosa.





















Comentarios

Entradas populares de este blog

Mateo, de Armando Discépolo

Una estación de amor, de Horacio Quiroga

El joyero, de Ricardo Piglia