No hay pena de muerte física. Hay muerte civil, aburrimiento, traición, vaciado y marginalidad, pero muerte, no. Eso no. Martínez Ares lo canta: "te podrán matar de hambre, pero no te morirás". La infame tristeza de la escasez secreta, del silencio, de la tarde caída en desgracia. Ese maravilloso fragmento del Lazarillo, en que hidalgo y criado quedan en silencio, mirando al vacío en una casa carente de muebles, con la luz de la calle cruzando el polvo de las habitaciones desiertas. Y bajo ese horror, una desternillante dignidad despiezada por la burla burguesa, que irá creciendo durante cuatrocientos años, hasta llegar a este desaforado circo de la crueldad bienpeinada. La pobreza como objeto de risa. El hambre como recurso humorístico. Hemos vuelto al principio.
Mateo, de Armando Discépolo
El grotesco argentino es un género continuador del sainete criollo, al que completa y supera. Lo que eran historias eminentemente cómicas se vuelven más dramáticas e interiores; los personajes se hacen más complejos, incorporando el naturalismo europeo, y la configuración del lenguaje y del espectáculo se hace más ambiciosa. En ese ámbito se desarrolla el trabajo de Armando Discépolo. Mateo es una obra que reúne muchos de los elementos del genéro, y es uno de sus clásicos. Toca los temas preferidos del autor: un sistema económico condenatorio, la unidad familiar amenazada, la oposición entre juventud y senectud, modernidad y tradición, moralidad y éxito exterior, autenticidad y acomodamiento social, debilidad y poder... Su lectura nos conecta con referencias posteriores de sobra conocidas, como El ladrón de bicicletas o La muerte de un viajante . La inspiración está en las novelas de Zola, en el melodrama italiano, en el sainete criollo mencionado, en Pirandel...
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