No hay pena de muerte física. Hay muerte civil, aburrimiento, traición, vaciado y marginalidad, pero muerte, no. Eso no. Martínez Ares lo canta: "te podrán matar de hambre, pero no te morirás". La infame tristeza de la escasez secreta, del silencio, de la tarde caída en desgracia. Ese maravilloso fragmento del Lazarillo, en que hidalgo y criado quedan en silencio, mirando al vacío en una casa carente de muebles, con la luz de la calle cruzando el polvo de las habitaciones desiertas. Y bajo ese horror, una desternillante dignidad despiezada por la burla burguesa, que irá creciendo durante cuatrocientos años, hasta llegar a este desaforado circo de la crueldad bienpeinada. La pobreza como objeto de risa. El hambre como recurso humorístico. Hemos vuelto al principio.

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