Incendio
Arrasados por el tiempo perdido, los niños amables han vomitado este caldito insalubre. Sin agua, sin brillo, sin alegría, las traiciones se han solidificado en peticiones de perdón, de puesto, de huecos alrededor de la estufa. Los sueños alelados parieron su secreto proyecto: un cinturón de corcho alrededor de cada verdad. Se mueren los viejos, azules e hinchados de moderación y márgenes decrecientes. Y los otros, todos los demás, arrastran las pesadas piedras de su absentismo. Se ahorcó la vaca. Se murió la vaca. Se pudrió la vaca. Los lobos fueron cazados. Sus pieles adornan los vestíbulos. Los sótanos de los aeropuertos están abarrotados de infelices que creyeron existir. El eco de sus gritos no llega a las recepciones. Las paredes quedaron salpicadas de pelos, de uñas, de sangre. Y los verdugos volvieron con sus trapos, a reivindicar la bendita equidistancia de botas y porras. Volvió la sopa de la común aquiescencia: la rendición hecha piel, escondida bajo mil capas de astucia. Pero el incendio continúa, secreto y bestial, bajo nuestros pies. Si nos calmamos un minuto podremos percibir la vibración, y podremos oír las cúpulas derrumbándose ahí abajo. La tierra -pon la mano, pega la oreja- tiembla furiosa, ardiente, anunciando otra vuelta, otro reencuentro. Es demasiado profundo el horror. Demasiado ruidoso nuestro silencio. En la carretera nos veremos, en la desbandada, buscando la salida. Pero nosotros éramos la salida, compadres, nosotros. Toda esta acumulación, toda esta crueldad, éramos nosotros: la razón última, la excusa perfecta. La blanca piel de los niños, pasados de abrazo en abrazo, respondía todas las preguntas, permitía todas las transacciones. Talismanes, fetiches, sellos de pureza, eso éramos. Y llegó nuestra hora en las plazas. Y nos hicimos un hermoso retrato de comunión. Marineritos sujetando dazibaos, pidiendo regalos a la puerta de la Historia. Luego han venido los globos de colores, la confusión de las proclamas, la mirada oblicua de los oportunistas, la expulsión con billete de vuelta de los menos aptos, de los bastardos, y la patria reencontrada de los legítimos. Suena la música en la explanada. Baila la soldadesca meritocrática. Ya sólo falta otro abrazo con fondo de amnesia y gules, y aquí paz y después siesta.
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